La noche había caído, y el campamento estaba envuelto en un tenso silencio. La sombra de Kael seguía acechando, y sus acciones comenzaban a dar frutos.
Mientras Eliah, Ilyana y Nahl discutían sobre su próximo movimiento, Anwen se retiró a un rincón apartado, sintiendo un peso insoportable en su pecho. Las palabras de Kael resonaban en su mente.
—El ciclo no debe romperse. El equilibrio debe mantenerse. El amor y la traición son los hilos que sostienen todo esto.
En ese momento, Kael apareció desde las sombras, su presencia casi etérea. Se acercó sigilosamente a Anwen, pero antes de que pudiera decir algo, ella lo enfrentó con una mirada llena de dudas y rabia.
—¿Qué es lo que realmente quieres, Kael? —preguntó Anwen con voz baja, pero firme.
Kael sonrió con frialdad.
—Lo que siempre he querido: que la verdad sea conocida. Que cada uno enfrente sus propios demonios. Tú, sobre todo, Anwen. Tienes más poder del que crees, pero no entiendes el precio que deberás pagar.
Las palabras de Kael sembraron una semilla en su mente, pero Anwen la desechó, o eso pensó.
En el campamento, Nahl estaba observando a Eliah con una mirada distante. Las dudas sobre la lealtad del grupo empezaban a formar una murmurante corriente de desconfianza entre ellos. Cada uno se preguntaba si podían confiar en los demás, si el sacrificio valdría la pena.
Kael, desde la distancia, observaba cómo el grupo se desmoronaba lentamente.
—La traición será su perdición —murmuró mientras se retiraba.
Anwen, al darse cuenta de la amenaza que representaba la semilla de la desconfianza que Kael había plantado, se acercó a sus compañeros al amanecer, decidida a restaurar la unidad.
—El ciclo no se romperá si seguimos divididos. Necesitamos confiar los unos en los otros, o todo habrá sido en vano —dijo, mirando a cada uno de ellos.
Pero las semillas de la desconfianza ya estaban plantadas, y solo el tiempo diría si podrían superarlas.