El silencio no es tiempo perdido

*1*

Agosto de 1964

 

–¿Mamá, puedo dormir un poco más?

Sonrió, y acarició el cabello de su hijo.

–Está bien, sólo porque estás de vacaciones. Pero luego cuando te levantes, iremos a comprar tu nuevo uniforme para la escuela.

–No, ¡odio la escuela! –el niño se tapó la cabeza con su almohada, y sacudió las piernas.

–¡Pero es una escuela nueva, te encantará!

Riéndose, le quitó la almohada y le dio un beso en la frente.

–Duerme otro poco mi amor.

El niño se acomodó mejor en su cama y de inmediato cerró los ojos.

Cerró la puerta lentamente y fue al baño. Allí peinó su cabello rubio mirando atentamente a las nuevas líneas que aparecieron alrededor de sus ojos azules. Encendió la luz para verse mejor, pese a que entraba el sol por la ventana.

–Oh, no–dijo mirando mejor a su rostro.

–¿Qué pasó, amor? –su marido entró sonriendo–Buenos días.

–Nuevas arrugas. –dijo puntuando a la persona que la miraba desde el espejo, una persona igual a ella pero que parecía demasiado mayor.

–¿Dónde? Yo te veo perfecta.

–Mira, aquí y aquí. –se acercó al espejo, marcando con sus dedos sobre su cara–¡Eso no estaba ayer!

Su marido rió, como siempre.

–Siempre te ves bien, amor. No te preocupes por esas cosas. Mírame, yo tengo muchas más.

–A los hombres les queda mejor –masculló y salió del baño, escuchando otra vez la risa de su esposo.

Ató su cabello con una cola de caballo desprolija y miró la cocina. Quejarse no prepararía el desayuno, así que puso manos a la obra. Primero abrió la ventana, era un día demasiado veraniego, y todo el calor parecía haberse acumulado en el departamento. De hecho, había dormido bastante poco en la noche debido al calor, y además de arrugada, se sentía muy cansada.

También, se sentía nerviosa. Pero no quería pensar en eso.

–John, ¿tienes todo listo? –preguntó cuando vio a su esposo saliendo del baño, peinándose.

–Todo. –él se sentó para atar los cordones de sus zapatos–Aunque nada me preparará para viajar en bus y luego en subte con este día de verano.

–Entonces te pondré ropa para que cuando llegues, te cambies. No quiero que los empleados vean al gerente todo sucio y sudado al quinto día de hacerse cargo del hotel.

–Por eso eres mi sol–John sonrió, poniéndose de pie–Terminaré el desayuno. ¿Hoy qué harás?

–Iré con Johnny a comprar su uniforme. De paso, miraré si en las tiendas de los alrededores necesitan dependienta, o algo que yo pueda hacer –dijo saliendo de la cocina y entrando a la habitación. Con rapidez, abrió el armario y fue doblando una camiseta, una camisa, y otra corbata, y las puso en un pequeño bolso–Oh, pondré tu perfume también.

–Anna no tienes que hacerlo –John se apoyó en la puerta, mirándola.

–Necesitas tu perfume, no podrás bañarte cuando llegues. ¿Dónde lo pusiste?–abrió un cajón del armario, y luego otro, hasta que lo encontró.

–No me refería a eso. Me refería a que no tienes que buscar un trabajo. Viviremos muy bien con mi salario, sabes que es un excelente trabajo. Y mira, este departamento no está nada mal.

–Sí, vivimos bien pero estás a más de una hora de tu trabajo. Si gano dinero yo también, podemos pagar algo que esté más cerca. Viajar tanto todos los días te hará mal.

–Eso no es así porque ambos sabemos que la vieja aquí eres tú.

–¡John!

Él se rió, desapareciendo en la cocina. Ella lo siguió con el bolso en la mano, lo vio poniendo las tazas de té sobre la mesa.

–Siéntate y toma el desayuno, deja de quejarte. –su esposo también puso un plato con galletas frente a ella–Además no tiene sentido vivir en el West End, nos convertiremos en unos refinados y eso no nos gusta, ¿verdad?

–No –sonrió apenas, concentrándose en su té.

John se sentó a su lado, en silencio. Sin dejar de mirar su taza, ella sentía que él estaba obervándola, y sabía porqué.

La noche anterior, ella le anunció que lo haría. Pondría todo su coraje y valentía para hacerlo hoy, pero ese hoy había llegado, y ella no encontraba ni el coraje, ni la valentía.

John quería animarla, si levantaba apenas sus ojos sabía que encontraría su mirada dándole confianza. Él, de alguna manera, intentaba retribuirle el apoyo que ella le dio cuando apareció la oferta de un puesto como gerente del hotel más caro de Londres. Significó dejar Yorkshire, dejar amigos, y dejar el trabajo de Anna como ama de llaves de la familia Crawley. Ella aceptó pese a todo eso, estaba entusiasmada y feliz de que John tuviera una oportunidad única, y de inmediato comenzó a hacer las maletas.

Pero apenas un mes después, Londres se convirtió en sinónimo de algo más. Algo oscuro, algo del pasado que de pronto fue escupido por su padre antes de morir.

Y el entusiasmo de Anna fue desapareciendo, se transformó en una sonrisa falsa para apoyar a John y hacer sentir cómodo a su hijo, y nada más.



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En el texto hay: hermanas, amor, amistad

Editado: 08.09.2020

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