El silencio no es tiempo perdido

*2*

—Si viene a decirme que mi padre está muerto, le diré que no me importa. —dijo Shelagh, con voz dura y fría. Luego hizo una sonrisa forzada, mirando a alguien detrás de Anna.

Anna miró por sobre su hombro, notando que detrás de ella había dos mujeres. Se hizo a un lado, vio cómo Shelagh las atendía de manera cálida y afectuosa, aunque sus ojos se desviaban hacia ella de vez en cuando, dirigiéndole una mirada aguda detrás de sus lentes dorados.

Cuando las mujeres se fueron, otra vez se paró frente a ella.

—Joseph murió, fue hace tres meses—trató de que su voz sonara firme. Pese a todo, aún le dolía mucho la pérdida de su padre.

—Qué bien.

Se sintió pasmada al ver que a Shelagh no le importaba en absoluto que su padre estuviera muerto. Es más, ni siquiera la miraba, estaba ocupada con sus papeles.

Anna abrió su carpeta verde. Con mucho dolor había guardado allí las fotos y las cartas, y con ellas había averiguado quiénes eran Meredith Mannion, Lorna Mannion, y Shelagh Smith.

La tarea fue ardua, pero enseguida dio sus frutos, así que cuando supo exactamente dónde vivía su hermana, fue cuando cayó en cuenta de lo que estaba sucediendo: estaba viviendo muchos duelos juntos, uno por su padre muerto, otro por saber que su padre no era quien ella creyó, y otro por descubrir que tenía una hermana de la que jamás supo nada.

John tenía razón, vivió años sin saberlo, podía seguir así.

Pero ahora ambas vivían en Londres, y si bien era una ciudad inmensa, cada paso que daba lo hacía con el miedo de que cualquier mujer que veía, podía ser ella.

La situación se hizo insoportable, y tomó la decisión de enfrentarla de una vez.

Pero enfrentarse a la situación no era lo mismo que enfrentarse a Shelagh Mannion.

Quien tenía enfrente era una mujer distinta de la que imaginó, y continuaba con sus papeles, ignorándola completamente, como si Anna no estuviera allí mirándola y esperando.

Lo sabe, pensó. Sabe quién soy yo.

—Yo...conocí a su padre. —dijo, tratando de encontrar su voz e intentando que la mujer la mirara. Sacó una de las cartas de la carpeta, sus manos temblaron con el sobre amarillento—¿Su madre se llamaba Meredith?

—¿Eso le importa?

Shelagh ahora la miraba, pero con firmeza, y su rostro no mostraba ni la más mínima expresión. En cambio su voz denotaba fastidio y enojo. Anna sintió algo parecido al temor al descubrir que estaba siendo analizada casi clínicamente.

Tomó aire como pudo, aunque el pecho le pesaba con los nervios.

—Shelagh, estoy...Yo...Estaba buscándola porque usted necesita saber algo.

—No necesito nada, lo tengo todo.

Puntuó esa última palabra con un golpe de su pila de papeles contra la mesa, mientras se ponía de pie.

Anna tragó saliva, dándose cuenta.

Shelagh lo tenía todo. Ella también.

¿Por qué, entonces, buscar a una hermana?

Pese a no saber la respuesta, decidió intentarlo una última vez, aunque sabía que fracasaría.

—No quisiera molestarla mientras trabaja, si podría darme su dirección...

—No. —fue todo lo que Shelagh respondió, antes de darle la espalda e irse.

 

***

 

Se encerró en el baño con un portazo y buscó entre los bolsillos de su uniforme, hasta que encontró un cigarrillo y lo encendió. Alcanzó a darle la primera pitada antes de estallar en lágrimas.

—¡Maldito, maldito maldito! —exclamó entre dientes, apoyada contra la fría pared de azulejos. Se dejó caer lentamente hasta sentarse en el suelo.

Le dio otra calada, luego arrojó el cigarrillo al inodoro y apoyó la frente en sus piernas flexionadas para ahogar sus sollozos.

No podía creerlo. Otra vez el fantasma de su padre rondándola. Como siempre, apareciendo cuando más feliz se sentía, para arruinarlo todo.

"¡Deja de llorar por tu padre! ¡Él tiene otra mujer y otra hija!"

Escuchó el grito de su tía Lorna en los oídos, y se sintió nuevamente una niña de once años, con una madre muerta, un padre desaparecido y una tía cansada de su llanto.

No le quiso creer, pero Lorna se lo dijo, y fue tan dura, tan convincente, que Shelagh, la pequeña, inteligente y responsable, pero solitaria y triste Shelagh, le creyó todo, porque sabía que era verdad. Sabía que su padre terminaría yéndose, porque ella no era suficiente, porque sin su madre era una niña inútil que solía enfermarse, y no veía bien, y no crecía como las demás niñas ni era bonita ni simpática.

Era lógico que se fuera, que buscara otra mujer y tuviera otra hija mejor.

La terrible revelación sólo fue más dolorosa cuando supo la edad de esa otra hija. "Anna, su nombre es Anna y su madre se llama Muriel, Mariel, o algo así, ¿a quién le importa?" había dicho su tía entre lágrimas indignadas.



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En el texto hay: hermanas, amor, amistad

Editado: 08.09.2020

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