Se apoyó contra la pared, sintiendo que la fría humedad de los ladrillos se pegaba a su cuerpo aunque era uno de los días más calurosos del verano.
Miró a todas partes, la calle concurrida con autos, bicicletas y niños corriendo era bulliciosa a más no poder, quizás potenciada por el calor y el buen clima.
Vio pasar delante de ella a mujeres con cochecitos, bebés en brazos, y niños pequeños prendidos de sus manos.
Miró su reloj, era demasiado temprano. Iba a tener que esperar allí quizás toda la tarde, pero lo haría. No quería entrar y buscarla, como ya lo había hecho. Esperaría afuera, lejos de la mirada de estas mujeres que parecían muy afectas al chisme, a juzgar por los fragmentos de conversaciones que escuchaba mientras ingresaban al Iris Knight Institute.
Una puerta se abrió y su corazón se detuvo un instante al ver el destello celeste de un uniforme.
Respiró aliviada al notar que era una enfermera alta y morena que saludó a una madre cargada de hijos y luego, con mucha rapidez, pegó un cartel en el vidrio de la puerta, sujetándolo con cinta adhesiva.
Llegó otra mujer, roja por el cansancio y el calor de un vientre abultado, y la enfermera comentó con ella algo sobre el cartel pegado. Se trataba de un anuncio sobre una preparación para futuros padres, o algo parecido, que se realizaría al día siguiente en el mismo lugar.
Anna se apartó un poco, con la espalda apoyada en la pared se arrastró unos centímetros más lejos de la puerta, para que nadie notara su presencia allí.
Apretó la carpeta contra su pecho, cerrando los ojos. Repasó lo que hubiera dicho si, en vez de salir esta enfermera a pegar su cartel, hubiera salido Shelagh.
Lo practicó varias veces el día anterior e, incluso ese mismo día, lo dijo entre susurros, a riesgo de parecer una loca, mientras caminaba hacia allí. Ahora no recordaba nada, y el pánico comenzó a erizarse en su piel.
—¿Señora, necesita algo?
Abrió los ojos, el miedo aumentó en un segundo pero luego descendió. No era Shelagh, era, de nuevo, la enfermera del cartel. La mujer la miraba frunciendo el ceño.
—¿Se siente bien?
—Sí, sí. Solo estaba...Estoy esperando a una persona aquí. —simuló no tener nervios, mostró la carpeta bajo su brazo—Me citó aquí para darle esto.
—Ah, entiendo. ¿Pero se siente bien?
—Sí, claro sólo tengo calor —hizo una sonrisa para afirmar su mentira. La enfermera pareció creerle.
—Es verdad, hoy es un día terrible— la mujer sonrió, y luego saludó con un asentimiento a Anna y entró detrás de un par de mujeres con más bebés.
Exhaló el aire y miró sus manos sudorosas pegándose a la tela de su vestido y al cartón verde de la carpeta. Trató de recordar su pequeño discurso que ahora parecía casi inexistente. Resignada y aún más nerviosa, resolvió que cuando la viera, le mostraría las cartas que tenía, y le diría que su madre no estaba enterada de esto.
Si no puedes salvarte de su odio, al menos salva a tu madre, se dijo a sí misma.
El flujo de pacientes creció y disminuyó un par de veces, hasta que al atardecer ya nadie se acercó ni entró, pero tampoco nadie parecía salir del lugar.
Cuando pensó que ya no podía pasar un minuto más parada sobre sus zapatos nuevos, la puerta se abrió e instintivamente ella se apartó otro poco, como para evitar el peligro. Los nervios se enroscaron en su estómago al saber que había llegado la hora.
Salieron dos enfermeras, charlando y riendo, luego una monja cargando una caja, junto a otra enfermera que enseguida subió a una bicicleta y se fue.
La puerta se cerró, y ya nadie más salió. Pensó que, tal vez, el lugar tenía varias puertas por donde el personal salía y entraba. Si eso era así, entonces había esperado toda la tarde en vano.
Unos minutos pasaron, y se debatió entre entrar o irse. Si salía alguien y no era Shelagh, entonces le daría la carpeta con el encargo de entregársela a ella. Desconfiaba sobre si alguien cumpliría o no con un pedido así, pero estaba cansada, los nervios la agobiaban tanto como el calor, y realmente quería terminar con todo esto.
De pronto la puerta se abrió, y dos niñas salieron disparadas dando saltos y pidiendo helados a un médico que les aseguraba que los tendrían si dejaban de comportarse así.
Anna dio dos pasos hacia el hombre, decidida a hablarle, pero vio que detrás de él, con un niño rubio en brazos que se parecía muchísimo a ella, salía Shelagh.
***
Hacía calor, pero su sangre se heló en un instante. Muy débilmente pudo escuchar las risas de su hijas y sentir el tirón de las manos de Teddy en su cabello, requiriendo su atención.
El alivio cuando vio que pudo cumplir con su trabajo del día sin que esa mujer se parara nuevamente frente a ella, se desvaneció.
Anna Smith estaba allí, con esa carpeta en las manos, parada y esperando.
—¿Shelagh? —la mano de su esposo en su espalda hizo que rompiera el contacto visual con la mujer rubia, y lo miró, casi rogándole que la sacara de allí. Patrick pareció comprenderlo todo enseguida, porque miró a Anna y susurró—¿Es ella?
Sin responderle, porque no confiaba ni en su voz ni en su cuerpo, le pasó a Teddy. El niño se quejó, buscó a su madre estirando los brazos, pero ella no lo miró, porque sus ojos estaban otra vez en Anna.
Alisó su uniforme y, levantando la barbilla, caminó hacia quien la esperaba.
—Ve a casa con los niños. —dijo sin mirar a su marido. La firmeza de su voz sonó casi como una orden militar.
—Shelagh puedo quedarme.
Apenas giró la cabeza para mirarlo.
—No, ve.
Él observó alternativamente entre ella y Anna, su ceño fruncido declaraba que estaba muy preocupado por la situación. Shelagh esbozó una pequeña sonrisa para tranquilizarlo, aunque eso no lo convenció ni a él ni a ella.
—Ve tranquilo, yo puedo.