El Sillón

El Sillón

Esa mañana se levantó sabiendo que iba a ser un día diferente. Hacía seis meses no iba al consultorio que quedaba a exactas seis cuadras de su casa y que la había cobijado durante el último año. Seis meses se le hacía mucho y poco al mismo tiempo.

¿Cuánto podría haber cambiado el paisaje en ese tiempo? Se preguntó mientras se lavaba los dientes mirándose en el espejo y se acomodaba el pelo lo mejor que podía.

La tarea que la arrastraba hasta ahí no era más que llevarle a Agustín unos libros que le había prestado antes de que todo pasara, quería devolverlos a toda costa, si había algo que la enfermaba más que cualquier situación era tener libros que no eran de ella ya leídos entre sus repisas. Se acomodó el tapaboca regalo de su madre antes de salir, se aseguró que no se le escurriera por la oreja, agarró la bolsa lista en el perchero al lado de la puerta y salió en dirección a su objetivo.

Fuera la mañana era tranquila, soleada. Decidió dejarse llevar por la brisa y caminar despacio hacia el consultorio, bañada por la tibia luz del sol. En el camino notó como algunos locales seguían ahí, subsistiendo, otros en cambio no habían podido con los embates económicos y tenían sus persianas bajas. Por alguna razón se alegró por los locales abiertos y no llegó a entristecerse por los cerrados. Disfrutó el camino como si de uno nuevo se tratara, aunque pocas cosas habían cambiado desde la última vez que había pasado por ahí. 

Al llegar a la reja del edificio se dio cuenta que hacía tanto tiempo que no estaba en esa situación que no recordaba qué llave tomar: ¿La cuadrada, la pintada con esmalte o la redondeada? Así fue desenrollando los hilos de memorias como quien trata de desarmar madejas de lanas enmarañadas. Luego de pasar la reja, llegó a la puerta de vidrio y finalmente la puerta del tercer piso; vacío, oscuro, aséptico, con las medidas protocolares listas para recibir a los pacientes venideros.

Cuando logró hacer todo el protocolo individual (alcohol al 70 para su bolsa, lavado de manos con duración de un cumpleaños feliz, pies pasados por el trapo de piso) entró a la recepción y sintió el característico perfume al aromatizante de ambiente de los consultorios, eso no había cambiado.

Se dirigió al consultorio de Agustín, en la puerta de éste abrió su bolsa y sacó los libros, cuando entreabrió la puerta del acostumbrado espacio de su colega, un señalador se deslizó de uno de sus libros hacia el espacio inmaculado quedando frente al sillón gris de éste. Al agacharse a buscarlo notó como un resplandor amarillento salía de debajo del sillón. Era una luz cálida que emanaba del espacio libre entre el suelo y el comienzo del mueble, le extrañó que hubiera una luz encendida a esa hora de la mañana, más sabiendo lo cuidadoso que era su compañero. Miró a su alrededor y la única luz que llenaba la habitación era la exterior que entraba por las ventanas sin cortinas y se reflejaba en las blancas y desnudas paredes.

Ésta luz debajo del sillón parecía salir de allí, nada parecía producirla por fuera de él, lo rodeó para ver si habría algún interruptor, a lo mejor era algún nuevo artilugio que estaría de moda en estos seis meses y a ella se le había pasado por alto. Se agachó cerca de él, al poner la mano en el suelo notó que éste estaba tibio y miró debajo. Cuando volvió la cabeza hacía atrás se percató de que la luz solar que antes la rodeaba ahora provenía de una rendija en lo que parecía una pared, al darse vuelta estaba rodeada de la luz cálida que segundos atrás veía desde afuera.

Se incorporó y esperó a que sus ojos se acostumbraran a la nueva luz, no podía detectar cual era la fuente de iluminación, pero notaba que el espacio era más bien reducido y que estaba abarrotado, apenas se podía caminar por el espacio. Percibió que el aire estaba viciado, pesado, el encierro predominaba ahí. Cuando sus ojos pudieron ver mejor visualizó un gran caos, libros, frascos, cajas, cajones, carpetas, hojas en blanco, algunas escritas, otras a medio completar. Nunca se le había dado bien lo detectivesco, pero había algo por lo que se caracterizaba y que su colega la gastaba muy a menudo: el don para el orden.

Así que sin dudarlo puso manos a la obra, ni siquiera se preguntó qué hacía ahí, qué era ese lugar, algo interno le decía que estaba haciéndole más que devolverle los libros a Agustín y de ese pensamiento surgió una gran sensación de satisfacción que la hizo sonreír para sus adentros. Detectó que los libros no eran libros comunes y corrientes, tenían nombres de personas, de lugares, de años, se dedicó a ordenarlos en bibliotecas que encontró al fondo de ese cuadraducho, sin sentir la menor curiosidad. Notó que los frascos no eran simples frascos de mermelada, eran diferentes entre sí y muy variados, contenían líquidos que cambiaban de color, por momentos brillantes u opacos, de acuerdo a como se los movía, procuró tratarlos con el mayor de los cuidados y los ubicó por tonos en los cajones que estaban desparramados en el piso que luego ordenó. Las hojas las clasificó de acuerdo estuvieran escritas, vacías o a medio escribir, las primeras las guardó en carpetas, las segundas las dejó en cajones a mano y las ultimas arriba de una mesita ratona que descubrió al vaciarla de libros. Procuró no leer nada de todo lo que allí había, no le pertenecía, solo estaba ahí con un objetivo, o eso creía.

Cuando consideró terminada la tarea no sabía cuánto tiempo había transcurrido, fue mucho lo que había estado haciendo, se corrió el pelo de la frente y miró a su alrededor. Ahora se podía caminar hacia los estantes del fondo, acceder a las cajoneras de los costados y se tenía libre acceso con la vista a la mesa ratona donde descansaban las hojas incompletas. Doblemente satisfecha por la tarea realizada se dio media vuelta y se agachó para mirar hacia el consultorio y ver cómo salir de allí. Sin embargo, fue poco el esfuerzo porque apenas hizo el movimiento se encontró nuevamente en cuclillas mirando debajo del sillón, la luz ya no brillaba bajo él. Le extrañó notar que parecía que las horas no habían pasado, la luz solar seguía entrando por las ventanas limpia, cálida y brillante como lo estaba al entrar, ahí el tiempo parecía no haber pasado, su cuerpo sentía el cansancio de haber estado moviendo libros, cajones y cajas, pero el reloj negaba lo sucedido.



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En el texto hay: viajes magicos, consultorio, sillon

Editado: 12.04.2021

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