Cómo niña que era, Adele tenía cierta curiosidad,sobre su interacción con él jovencito,no podía ponerlo en palabras pero tenía curiosidad e ilusión por aprender.
Aveces era presa de cierto entusiasmo infantil que,si era observado por el ama de llaves,era reprendido y suprimido de inmediato.
Sorprendentemente,el chico fue paciente y delicado con ella. Aveces resoplaba ante la incapacidad de la niña, pero lo intentaba una y otra vez.
Ambos, sentados frente a una mesa que servía de escritorio,con algunos libros sobre ella,el prometido cuaderno y los lápices en las manos de ambos, acometieron la instrucción del conde con admirable disposición y tenacidad, William era tenaz. Pero no tenaz atropellante,sino tenaz de no rendirse.
Bien dijo nuestro Señor Jesucristo,que de los niños es el reino de los cielos, estos dos,en cuanto uno dió las instrucciones para ganar la aprobación de su tío,y la otra se esforzó por obedecer, por agradar al conde,por una parte y por otra, por pasar tiempo con alguien de su edad, conformaron una alianza bastante noble, inocente y bien encaminada.
El chico, había hecho un programa de estudio que se dividía en cuatro secciones de veniticinco minutos cada una, Conocimiento y escritura del abecedario, conocimiento y escritura de los números, música y al final, lectura, después los cinco minutos obligados para recoger y ordenar materiales para el día siguiente.
Después del primer mes,el chico estaba orgulloso de si mismo,ante el primer elogio recibido de su tío. La niña,a pesar de sus tropiezos iniciales,ya se sabía las vocales y podía escribir los números del uno al diez.
Poco a poco,el chico la fue introduciendo al mundo del conocimiento,la sesión final, consistía en lectura, así que el chico, elegía algún cuento de hadas, alguna narración sobre animales o viajes, para leerle a la niña, que a sus pies,sobre la enorme alfombra árabe,escuchaba con sus oídos y reproducía las palabras en imágenes en su mente.
Algunas veces, echando de menos el contacto inherente en ella misma, paterno y materno, se abstraía tanto, que arrimada al sillón de cuero,se abrazaba del bajo de los pantalones del chico, tomando su pantorrilla en un abrazo infantil,como si fuese una columna,a la cual asirse, física y emocionalmente.
Una sola vez,la encontró en esa posición la señorita Cuervo. La levantó del piso con un jalón de orejas y un fuerte regaño que la hizo derramar lágrimas.
Entonces el joven sobrino del conde, intercedió por ella, diciendo al ama de llaves que la niña no volvería a hacerlo.
El chico suspiró, cuando vió a la mujer,ordenar a la niña salir con ella de la habitación. Tenía consideración por la niña, sabiendo que era huérfana y eso debido a su propio sentido de soledad. Tenía diez años, estaba en la escuela y aún no lograba hacerse de una amistad sincera. El también se sentía solo. Mientras crecía, William sufría el desapego de sus propios padres, sus figuras materna y paterna,la ejercía su niñera y su mayordomo. Pero ellos aunque le querían,no podían mostrarlo abiertamente o podrían perder su empleo. Además a ellos no podía llevarlo a la escuela.
Lamentablemente sus padres,no forman parte activa en su vida,salvo para opinar sobre dónde iría, que diría, que podía o no hacer y como se comportaría.
Por supuesto que sabía lo que era sentirse solo.
Así que,el sillón de cuero rojo,se convirtió en un símbolo para ellos,para él,un medio para demostrar su valía como estudiante,y para la niña, una conexión con el mundo del conocimiento y la apreciada interacción con alguien más o menos de su edad.
En el sillón, mientras él estaba leyendo y ella a sus pies para la sesión final,lo escuchaba leer ,con esa voz clara y pausada cosas que aveces le costaba comprender o narraciones interesantes.
Años después ella reconocería que parecía un perrito faldero, ahí agarrada a la pierna del joven . Se abstraía ahí, escuchando la voz calma y llena de matices de su joven amo,que cuando percibía la puerta abrirse, sacudía la pierna, para que ella se alejase y Miss.Cuervo no la castigase otra vez.