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– Está claro que se trata de uno de esos hombres menudos de la campiña. ¿Qué hace aquí, por todos los Antiguos? – El Rey Teon apoyaba sendos brazos en el trono que le habían improvisado en la fortaleza. Con la mirada visiblemente desorbitada, casi escupía sus palabras a la cara de su comandante.
Antes de eso, una acalorada charla acerca de mi proveniencia había tenido lugar, languideciendo fruto de las, sin duda, premeditadas amabilidad y templanza de Auron.
Me encontraba encaramado a la salida de un pequeño túnel. Conectaba el comedor con un laberinto, relativamente sencillo, que conducía a la cámara donde se encontraban el Rey y su comandante.
El niño me señaló su existencia nada más hube terminado de comer.
Aún me encuentro sorprendido de lo bien que se me dan las habilidades de escalada y pillaje, en este caso de información. Aunque no siempre se está preparado para lo que uno puede llegar a saber.
– El enemigo puede atacar en cualquier momento. Sus tropas están listas. – Teon parece en ese momento interrogar a Auron con la mirada, adivinando éste la pregunta aún etérea. – A menos de una jornada de aquí.
El silencio se apodera de la cámara tras aquellas palabras.
Incluso yo, que apenas sé de qué trata la situación en aquel extraño lugar, contengo la respiración.
Mi estado de tensión es tal que acaba por traicionarme.
La piedra se desmorona bajo las palmas de mis manos y me precipito al suelo adornado de la sala.
Rey, comandante y el par de guardas ubicados en el portón extraen sus espadas casi por acto reflejo, desenvainando al unísono en un chirriante sonido ante el cual se me escapa un grito ahogado.
– ¡Soy yo! ¡Lo siento, soy Tylerskar! – El Rey se aproxima a mi posición, cogiéndome por los ropajes que rodean mi pescuezo. Clavándome su mirada, me habla por primera vez.
– De modo que nuestro campestre amiguito tiene nombre. Hm… ¿Cómo has encontrado ese atajo hasta esta cámara? – La respuesta, con todas las miradas sobre mí, inquisitivas, se demora. – ¡Responde, maldita sea! – En ese momento, la imagen del niño sonriente, refulgiendo luz por todos los costados, relampaguea en mi mente. Sin saber muy bien porque, al contestar a la pregunta dirijo mi respuesta a Auron.
– Un… un niño me lo dijo. – Mientras el Rey vocifera, más que argumenta, el que ningún lugareño conoce ni por asomo los secretos de la fortaleza, Auron, por su parte, frunce el ceño y me dedica una mirada de consternación.
Golpes.
Golpes que denotan urgencia aporrean el portón de la sala.
Tras la orden del Rey, los guardas abren para revelar a varios hombres sudorosos, agotados por el ascenso desde la muralla hasta la cima de la fortaleza. Solo así se explican las nuevas que portan.
– ¡Mi Señor!... – Gemidos de ahogo, sus manos apoyadas en las rodillas y la cabeza gacha. – ¡Mi Señor, el horizonte! – No hace falta más. Auron primero, luego Teon y finalmente todos los demás parten al exterior a ver qué está ocurriendo. Tras un breve lapso, hago lo propio. Nada más asomar al aire libre, el espectáculo del cielo sobre mi cabeza me embriaga. Es naranja. No un naranja agradable, sino agresivo, intensamente oscuro.
Desvío mi mirada al horizonte, colándome entre varias personas que, como yo, contemplan atónitas el espectáculo. La negrura lo cubre, y de ella emergen llamaradas que dibujan las nubes que, poco después, lo teñirán todo de ese naranja que atenaza el corazón.
Escucho una conversación entre Teon y la inconfundible voz de Auron.
– ¿Crees que es la señal de ofensiva? – Inquiere el Rey.
– En cualquier caso, nos queda poco tiempo.
– La batalla final por nuestro pueblo. Durante largos años he velado por su bienestar. Construyendo algo que, quizá, fuese recordado. Ahora los cimientos de toda mi vida se tambalean. Auron, … – El griterío de las gentes que me rodean cortan mi audición de repente. El Rey parecía haberse calmado, justo cuando las cosas no cesaban de ir a peor.
De pronto un sonido grave nubla mi juicio.
Pues, de un modo imposible, parece ser una voz. Conozco esa voz.
Alzo la vista al cielo anaranjado, al mundo en llamas, y me quedo ahí, petrificado.
Noto como varias manos zarandean mis hombros, pero simplemente, no puedo dejar de mirar.
Editado: 11.11.2018