El sobrino del Rey Místico

Capitulo Uno: August

Dentro de los antiguos muros de Velnar se alzaba el gran rey místico, soberano de la extensa costa de cristal. Había heredado de su padre, el viejo rey Zorro, un reino en ruinas; pero con astucia y un vasto conocimiento del mundo logró, en menos de una década, transformar aquellas cenizas en un reino de paz y prosperidad. Los habitantes, agradecidos, lo veneraban casi como a un dios hecho hombre.

Todos sabían su lugar y el el rol que cumplían en los hilos del destino. Todos, excepto August, el joven sobrino del rey, quien hacía años había decidido la vida que no quería tener.

August no era como su primo, el príncipe Umbra, nacido entre riquezas y abundancia. Aunque la familia real siempre había mostrado caridad hacia él, lo único que realmente poseía era su nombre, y a veces sentía que ni siquiera eso bastaba para sembrar el futuro que deseaba. Sabía que, de quedarse en el reino, su tío y sus primos cuidarían de él para hacerlo un gran hombre. Quizás habría aceptado ese destino, de no ser por su madre, la princesa Delnira, quien había ordenado cortar los lazos familiares con la corona. Así, August fue arrastrado a una vida de trabajo honrado, lejos de palacios y banquetes. Nunca se había quejado... al menos, no hasta ahora.

A corta edad había aceptado su destino. Era uno de los jóvenes más trabajadores que existían, y siempre había sentido orgullo de ello.

Eso fue hasta que sus amigos decidieron que estaban cansados de Velnar y querían probar suerte en el reino vecino, un lugar célebre por los placeres humanos y la libertad, más que por las apariencias y los nombres refinados. Peter y Salas fueron quienes lo arrastraron a abandonar el reino, aun en contra de la voluntad del rey, que no veía con buenos ojos la partida de su sobrino favorito, y menos aún hacia aquel territorio extranjero.

Su madre, en cambio, se mostró orgullosa, lo cual incomodó al joven. Orgullosa de que se alejara lo suficiente del rey y de la familia real como para poder hacerle un daño silencioso, y de que, en esa distancia, ella misma pudiera reclamar una victoria silenciosa.

Fue entonces cuando August decidió que, en el instante en que pusiera un pie fuera de Velnar, dejaría atrás su nombre, su familia y sus costumbres. Nada de eso importaba ahora. Ese era su pasado, y a partir de ese momento se convertiría en un joven libre, dispuesto a forjar un destino que solo él escogería. Donde por fin podría convertirse en el hombre que siempre soñó ser.

Al menos, eso fue lo que creyó... hasta que llegó a Corintia, la capital del reino vecino. Allí, sus sueños fueron aplastados al igual que su espíritu.

Tres largos años pasaron desde aquel momento.

Junto a sus amigos, August había forjado una vida nueva: conoció aventuras de fábula, se enamoró de la que pensó, era la mujer de su vida, trabajó sin descanso y también fracasó más de una vez. No había sido una existencia perfecta, pero al menos era suya. Era su pequeño lugar en el mundo. Y llegó a creer que ese sería su vida. Aunque la felicidad le resultara esquiva, pensó que podía resignarse a esa rutina, lejos de los muros de Velnar.

Al menos eso fue lo que pensó hasta que el destino vino a reclamarlo.

August escuchó como la gente cantaba y aplaudía al otro lado de la puerta. No pude evitar desesperarse al pensar en lo que a él podría tocarle. Fue entonces cuando Peter, su inseparable compañero de aventuras, rompió el silencio con una pregunta sencilla desde el otro lado de la pequeña habitación.

—¿Qué harás hoy?

—Aún no lo sé —respondió August, cansado, mientras se miraba en el espejo. Tenía un montón de papeles en las manos e intentaba ordenarlos con precisión, del primero al último.

—Deberías hacer el acto con la guitarra —dijo Peter con sarcasmo al mismo tiempo que se acomodaba su camisa blanca,—. Ese siempre les gusta a las chicas. Además, después las dejas viciosas por algo mejor... y ahí es donde entro yo.

August soltó una carcajada sonora que hizo que Peter volviera la mirada hacia él. Su amigo sabia que aquella risa era evidentemente forzada. No iba a reir hasta que la cara de tonto de su amigo le que provocó que terminara riendo de verdad. Pero, en un momento, al notar el desgaste físico de su amigo, su expresión cambió a una más seria.

—¿Has podido dormir bien estos días? —preguntó con preocupación señalando las grandes y oscuras, ojeras, que se remarcaban debajo de los pequeños ojos de August.

—Sí... es solo el cansancio. La vida, supongo —respondió August, restándole importancia.

Así sin poder evitarlo, un gran bostezo salió de él. Intentó taparlo con sus grandes manos pero no pudo. El cansancio de noches enteras sin dormir lo habían dejado al pobre August al borde del quiebre.

— No deberias abandonarte de esta forma tu no eres asi.

— Lo se... — tengo una pasándose la mano con la por la cabeza en un gesto de ansiedad — es solo que estoy mas cansado de lo usual. Me están matando en el trabajo diurno.

Antes de que Peter pudiera responder, Solaris apareció detrás de la puerta blanca, descascarada por la pintura.

—August, sales en cinco minutos —le recordó con su dulce voz.

August le sonrió con amabilidad y asintió. Ni siquiera logró despegar sus finos labios del cansancio que lo consumía. Cuando Solaris cerró la puerta, comenzó a ponerse su chaqueta, la característica de color verde. Se levantó de la mesa y caminó hacia la salida.

—¡August! —gritó Peter con desesperación—. ¿Puedo decirte algo antes de que salgas?

—Me asustas... —August sabía que no era un comentario cualquiera—. ¿Qué está pasando?

No hubo respuesta inmediata. Él intuía el tema: nunca lo habían hablado de forma explícita, pero había estado flotando entre ellos durante meses, como una tensión imposible de ignorar.

—No... —murmuró al fin.

Peter negó con la cabeza, de un lado a otro. No quería tener esa conversación con su mejor amigo. Sabía que podía decepcionarlo, incluso hacerlo enojar, pero nada de eso cambiaría el hecho de que toda aquella aventura había llegado a su fin.



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En el texto hay: reyes, medieval, medianoche

Editado: 23.09.2025

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