El Soldado

EL SOLDADO

 

-- ATENCIÓN, SOLDADOS! ¡LOS ÚLTIMOS ROBODROIDES ESTÁN POR CAER! ¡PREPÁRENSE!

El grito del Sargento Mayor era como una llave que encendiera algún motor interno del soldado de combate Ridley. Agazapado en una trinchera, escuchaba los estallidos de las explosiones que se sucedían una tras otra decenas de metros más adelante. Se sentía un poco desamparado al no tener una máquina a la cual controlar, percibiendo el olor a tierra quemada, a metal fundido, a cable tras haber sufrido corto circuito.

 Escuchaba los gritos de los hombres que iban siendo lanzados a combate línea tras línea, y las mortales andanadas de proyectiles de plasma que despedazaban todo aquello con lo que tuvieran contacto, fuera carne o metal. Observó, al asomar la cabeza un poco por el borde de la trinchera, que el enemigo estaba situado en una posición estratégica muy buena, dentro de un búnker que poseía solo una pequeña mirilla de observación.

Los proyectiles de plasma salían a través de orificios en las paredes, y al tener los enemigos un margen de visión muy amplio para maniobrar los cañones, eran capaces de acertar a todo lo que se acercara a menos de 30 metros. Ridley trataba de buscar un punto ciego en aquél festín de carne y vísceras que estaban dándose. Nunca había visto a un enemigo de cerca, y la idea de tener que luchar con un soldado cuerpo a cuerpo le fascinaba hace tiempo.

Una tarde, mientras entrenaba maniobras virtuales en el salón bélico, había llegado el Coronel a dar la noticia: irían al frente de batalla ya que el enemigo avanzaba sin piedad hacia las fronteras, comenzando a luchar con sus propios hombres.

La guerra había durado años y, con el correr del tiempo, las máquinas que luchaban en vez de los hombres habían ido mermando su número hasta que lo inevitable sucedió… Los soldados humanos tuvieron que brincar al campo de batalla así como hacían en las guerras del viejo siglo XX. Los pocos robodroides sobrantes en ambos bandos no bastaron para definir los cursos de las contiendas, y volvieron ineficientes los adelantos tecnológicos bélicos.

Los padres de Ridley eran mineros, y él había nacido en una jornada de trabajo de su madre. La Tierra estaba sobrepoblada, y los recursos eran escasos. La búsqueda de espacios alternativos en el espacio había dado resultados infructuosos, y la humanidad comenzó a invadir las pocas áreas verdes que había en las fronteras, causando poco a poco conflictos locales primero, regionales después, hasta terminar en una gran guerra global entre naciones vecinas.

En la actualidad, lo único que hacían los países era pelear por esos espacios, y su población era reclutada para la guerra desde niños. No había escuela, ya que todo lo que necesitaban saber lo aprendían en un solo lugar: El Salón Bélico. Pero todo eso había quedado como un recuerdo en su mente. Centenares de sillas, cascos y controles acumulaban polvo hace meses en los centros de combate, al no haber ya las máquinas disponibles para todos los hombres.

El Sargento Mayor dio la orden de salir a combatir, con él hasta el frente de la última línea de ataque donde estaba Ridley, que comenzó a subir ferozmente mientras sentía el calor de los proyectiles de plasma en su rostro al pasar junto a él. Escuchó un grito desgarrador a su izquierda, al tiempo que levantaba su rifle de granadas…

(Una hora después…)

¿Qué objeto había tenido todo aquello? ¿Qué terminaba representando ese punto geográfico en particular, en todo el esquema de la guerra? Esas eran las preguntas que se hacía el soldado Ridley, de pie en el punto más alto de la colina tras haber recuperado la conciencia.

Tras la carnicería, no quedaba nada más en el campo de batalla que cuerpos desmembrados por doquier, sangre coagulada pintando la tierra de rojo y humo elevándose hacia el cielo, como representación macabra de las almas de tantos hombres sacrificados en nombre de la estupidez. Restos de robodroides acompañaban los cadáveres de aquellos a los que protegían.

No entendía como sobrevivió a eso. Conforme llegaban a la cima, uno a uno fueron explotando en una lluvia de vísceras y sangre sus compañeros. Izquierda, derecha, no importaba donde estuvieran situados, desaparecían de su lado al ser alcanzados por uno de esos malditos proyectiles explosivos.

Sin tiempo para dedicarles una mirada siquiera, él continuaba avanzando, avanzando, metro a metro cuesta arriba, intentando llegar a su objetivo final que era la torreta de armas enemiga, defendida ahora por criaturas de carne y hueso. Su rostro tenía sangre seca pegada, formando una costra a manera de máscara grotesca, cubriendo sus facciones. Lo último que recordaba haber hecho, fue disparar el rifle de granadas hacia la mirilla de la torreta.

Una explosión ensordecedora lo arrojó con furia hacia atrás y cuesta abajo, sintiendo que rodaba a la base de la colina, como si fuera un juego en el cual hubiera perdido y debiera comenzar de nuevo. Al despertar, no había nadie más vivo. Cadáveres a un lado y otro tapizaban el campo y la colina, volviendo imposible caminar en línea recta sin pisar la mano o las piernas de algún compañero caído.



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En el texto hay: ciencia ficion

Editado: 13.05.2018

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