Los días se habían convertido en semanas, y las semanas en recuerdos borrosos de batallas y camaradería. El soldado desconocido, marcado por el tiempo y la guerra, ya no era el mismo joven que había desembarcado en las Malvinas. Las cicatrices en su piel eran un mapa de su viaje, y sus ojos reflejaban la profundidad de su transformación.
La guerra estaba llegando a su fin. Las negociaciones de paz resonaban en el aire, y el anhelo de volver a casa crecía en el corazón de los soldados. El soldado desconocido, ahora un veterano de mil batallas, se preparaba para enfrentar el día que había esperado con temor y esperanza: el día del regreso.