El Squad del desamor

Capítulo 2: Samanta.

—Hola — me siento en una de las sillas de la mesa, pero como siempre no obtengo ninguna respuesta, miró hacia la cocina, huele delicioso.

—Oh, Hola hija, no vi cuando llegaste —mi Madre pone su sonrisa falsa.

—Sí, claro... ¿qué vamos a cenar?

—No lo sé bebé, supongo que espagueti con filete— sigue moviendo su Tableta electrónica, mientras sus ojos se movilizan de un lado a otro, de arriba hacia abajo.

—Oh, bien, escuchen, hice al parecer un amigo — pongo mis manos entre mis piernas, y las deslizó.

—¿Un nuevo amigo?, eso es bueno, aunque ya tienes muchos — mi Madre me sonríe y vuelve a lo que está haciendo, mi Padre ni siquiera se ha inmutado de mi presencia.

—Bueno, uno verdadero, ya sabes — mi Madre comienza a susurrar algo.

—Institución Fragile, para niños desamparados, sí, sí, es genial — sus ojos se iluminan, como si hubiese ganado la lotería—.¿Te gusta la nueva escuela que tu Padre eligió?

—Sí, claro, es muy bonita —mi Padre sigue en su celular.

—Muy bien, tu Padre te ama Sammy, ahora está muy ocupado, pero más tarde iré a verte, ¿verdad John?

—Ajá— responde.

—Oh Sammy, antes de que te vayas, toma esto— mi Madre me da unos billetes.

—Gracias Mamá— sacude su mano como si aprobará que me fuera. Decido irme a mi habitación, estoy cansada de todo, siento ganas de llorar, pero me digo a mí misma que no ganaría nada, todo seguiría igual. Necesitó salir, lo más pronto posible.

(…)

—Hola Ernesto— ha bajado la ventana en cuanto me ha visto.

—Hola Samanta, ¿cómo está todo? — me quedo callada, Ernesto es más que mi chofer, es un amigo, tiempo después de que lo conocí supe la situación de su familia, cuando recién comenzó a trabajar con nosotros pudo estabilizarse económicamente, tuvo que pasar distintos torbellinos, su pequeño está enfermo, tiene una enfermedad rara en la que dice escuchar voces, ahora está controlado.

—Hola— saludó al niño, parece muy tímido, trae puesta una camisa de Polo color azul y un pantalón de mezclilla, sus zapatos negros tienen algo de arena, supongo que tiene una vida normal, en la que puede jugar, sin hombres que le sigan cada paso.

—Hola Samanta— me sonríe, así que le devuelvo el gesto, me ofrece la mano para subir y luego le agradezco.

—Eres muy lindo, siempre he querido saber, ¿cuántos años tienes? — abre sus dos manos y me señala que tiene siete, es muy pequeño, no quiero imaginar todo lo que ha tenido que afrontar.

-—¿Y tú? — vuelve a sonreír mientras inclina su cabeza.

—Yo cumpliré los veinte en una semana— abre sus dos manos y luego hace un movimiento mientras sus manitas van de un lado a otro, ha entendido mi edad.

—Eres grande — Ernesto da marcha al auto mientras dejamos una gran mansión, el portero cierra el gran cancel negro, dejó un hogar en el que no siento que pertenezco y después de tanto, siento que puedo respirar.

—Sí pequeño— vemos como dejamos atrás los edificios, hay un auto atrás, es Malcolm, otro de los guardaespaldas, está cuidando de que no suceda algo extraño.

—Tu casa es muy bonita— me señala uno de los carros, hay un perro sacando la lengua mientras el viento le mueve el pelaje.

—No tanto— empezamos a reírnos, el perro comienza a ladrar.

—Yo tengo uno, se llama Safari, es pequeño, ahorró dinero para comprarle comida— siento ardor en los ojos, no quiero llorar, pero inevitablemente una lágrima recorre mi mejilla.

—No, no Samanta, no esté triste, él me quiere— elijo algunos billetes y se los doy, se queda un poco desorientado—. Es para ti y Safari, pueden ir a pasear, anda, a mí me sobran muchos de estos.

—Safari estará contento, también te va a querer, le diré que nos has dado esto para pasear— lo abrazo, siento su pequeño cuerpo frío, su piel suave y la fragilidad de su espalda y siento una lágrima correr por mi rostro, ser frágil puede desquebrajarte de muchas formas.

(...)

—Me ha hablado mucho de ti, dicen que son grandes amigos, soy Carla, su esposa, encantada de conocerte, gracias por todo lo que has hecho, no sabes lo agradecida que estoy con tu familia, en especial contigo, he oído que eres una buena persona, siéntete en tu casa, en un momento estará la cena, hice unos filetes acompañados de ensalada y de postre un flan, ojalá te gusté.

—Claro, amo el flan y los filetes, muchas gracias por recibirme en su casa.

—No es nada, bueno los dejo, iré a terminar de asar los filetes y a servir.

—¿Quiere que le ayude? —no quiero parecer cómoda.

—No, no, eres nuestra invitada— Emiliano se queda conmigo, mientras sus Padres están en la cocina, están a mis espaldas, puedo verlos, hay una pequeña ventana de cristal, se ve como están acomodando la mesa.

— ¿Quieres conocer a Safari? — me da una pelota de hule amarilla.

—Sí, claro— me toma la mano y me dice que vayamos al patio, así que le sigo. Abre la puerta, sale un cachorro pequeño, es un pitbull, tiene manchas cafés y todo su pelaje es blanco, se abalanza hacia él.

—Mira Safari, es mi amiga Samanta, esto que ves aquí es dinero, es para pasear y comprarte comida, así que lo guardaré en nuestra alcancía de cochinito...ves le caes bien— me susurra, luego su Padre nos dice que es momento de cenar.

Ya ha llegado la noche, sus Padres comienzan a hablar de su día, se ríen, el pequeño les sigue, luego hablan de cosas triviales, se miran ambos a los ojos, como si existiera una vida buena detrás de los obstáculos que viven día a día. Después de terminar, Emiliano y yo vamos a la habitación, me prestan un pijama, me queda un poco grande pero no me importa, luego el pequeño saca su linterna, abre la ventana, afuera las estrellas brillan, se siente una tranquilidad infinita.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.