Lo ha pensado, en la orilla, más allá de los sueños difusos, un corazón que se cierne entre oro y acero, cubierto de cicatrices verdosas que sujetan esperanza y lágrimas de lucha, quienes fueran las palabras sibilantes de los labios más tiernos y amables, tanto como las olas que acarician la arena bañada de azul, el viento fresco que se introduce sin pudor alguno hasta lo más profundo del alma, que descubren e indagan la mirada, los ojos del anhelo y vaga felicidad, de la tristeza y melancolía encarnada.
Aunque mi mente ha cesado, mi corazón duele, mi alma duele, no encuentra reparo; como una llamarada oscura que no puede abandonarme, forzandome a cargarla, mis músculos se tensan, mi boca suspira y el aire frío se dispersa tal cual copos de nieve que avisan el invierno, la tormenta.
Ese día, dos, dos, dos, dos, siempre, en mi mente, en cada paso que doy, como una alarma, me recuerda que el peligro se acerca y que mi vida prende de un hilo, la mañana fría, la playera roja con pequeñas líneas blancas en el pecho, el pantalón azúl, la sudadera gris con pequeñas manchas blancas, el caminar lento y una inagotable tristeza y vacío en esos ojos.
“Tus ojos reflejan tanto dolor”
Y sabiendo eso, ¿por qué? es que, tenía miedo, miedo y dolor, del futuro, de la vida, de sí mismo, del monstruo que había creado, pero…, en verdad, me pregunto ¿En verdad fue él, o las circunstancias? y si fuera así, ¿Es correcto culpar?
Cuando caminamos en las riendas de la vida, incluso cansados, hay personas, humanos, humanos que corren por alcanzar lo único que les queda, tratan de tocar un cielo que nunca les perteneció, pero que anhelan con todo su ser, con cada fibra de su piel, con cada lágrima, ante el dolor, la resiliencia de su silencio es lo único que los hace seguir, que los hace pensar; mientras el mundo los revuelca en lástima, burla y desprecio; quizá, y solo quizá, son almas que buscan algo que no esta aquí, buscan más allá, y luchan contra la impureza de sí mismos.
Los nacidos mal, los que nunca encajaron, aquellos anormales que buscaron una respuesta, quienes buscan oxígeno restante para caminar entre los otros, quienes configuran su ser una y otra, y otra vez, y que incluso sin esperanza siguen sonriendo, me pregunto, Sr. Derrickson, es que, ¿Tal vez ellos son más humanos?
Tan humanos para entender al mundo que no se molesta en entenderlos, como el atardecer en un día nublado, el índigo que pinta el cielo, tan cálido pero tan frío, raro y hermoso; usted dijo que cuando todo acabara, iríamos a las islas del sur, dónde el agua es cálida y cristalina, la arena blanca y fina, que usted me enseñaría lo que es vivir y me contaría entonces su secreto más preciado, pero, señor Derrickson, al final, somos humanos, morimos, aquí, allá no, pero…cuando este allá, lo buscare, sépalo, lo haré, y entonces le pediré todas las respuestas del mundo, como dijo, los sabelotodos son sabios incluso después de la muerte, es por eso que Dios es el más sabio, porque el nunca muere.
Allá, en el sur, dónde al corazón es cálido como sus aguas, hay alguien que aún me espera, por eso, me aferraré a la vida que me queda, dignamente, lo buscaré con la última medalla de expedición, y al verlo, le diré, con cuanto amor, quise a mi abuelo, el Sr. Derrickson, mi compañero de viaje en la vida.