Esta mañana de sábado después de una larga noche de sueño profundo me levanté de la cama tranquilamente y enseguida contemplé mi cuerpo en el espejo que está ubicado en la parte frontal de mi habitación.
A primera vista fui consciente de que era un día claro, pues el cuarto lucía bellamente iluminado. Al mirarme no pude evitar que me invadiera la nostalgia por aquellos años que se han escabullido de mí vida y que estaban llenos de maravillosas vivencias junto a mis seres amados que o bien han partido de mi vida como mi amado padre o bien han hecho metamorfosis más que física espiritual.
Por un momento ignoro mi imagen al espejo que revela la realidad de mis años vividos, enfocándome un instante en buscar ropa cómoda con la intención de subir al cerro El Ávila; y mientras rebusco en las gavetas pienso con cierta añoranza en lo rápido que ha transcurrido el tiempo...
Además me invade esa sensación de sentir que a medida que transcurre la vida mi experiencia vital me hace comprender que en el fondo desconozco muchas cosas y vivencias emocionales de mis seres amados, de hecho creo que mi mente deliberadamente ha creado adrede la ilusión de creer conocer a quienes amo para no sentir el peso de mi propia soledad. Siendo realistas apenas soy capaz de vivir este presente intentando valerme de mi experiencia pasada que en la mayoría de los casos luce desdibujada y cambiante en mi memoria.
Mis cavilaciones se ven interrumpidas por una voz ronca que viene acompañada del toque de la puerta de mi habitación:
—¡Mamá, mamá!, ¿me escuchas?… —respondo enseguida—. Mi amor, que bueno que llegaste, pasa adelante cariño.
La puerta se abre haciendo un leve crujir en las bisagras y enseguida veo pasar al hombre más importante de mi vida y que hace palpitar mi corazón con fuerza: mi precioso hijo Samuel. A veces me invade la incredulidad al verlo todo un joven de 25 años profesional y ahora con novia.
Su rostro juvenil e inmaculado y aquellas pupilas anhelantes de vivir la vida se dirigen a mi rostro surcado por las cicatrices de la vida y mis ojos llenos de sapiencia. Ambos hacemos el intento de tendernos puentes para lograr un entendimiento ante las dificultades propias de la amplia brecha generacional que irremediablemente nos separa a pesar del amor que ambos profesamos.
De pronto, Eleva su voz y me dice con un dejo autoritario:
—Mamá me voy a casa de Luisa Elena en media hora, me voy a llevar tu carro.
Lo miro directamente a los ojos intentando en vano escudriñar sus emociones juveniles llenas de notas de inmadurez que sin embargo me envuelven como inmensas olas en ese mundo tan de él donde todo se ofrece engañosamente con facilidad. Le respondo después de pensarlo unos minutos:
—Esta bien amor de mi vida, eso sí cuida el carro muy bien, recuerda que hace un mes lo lleve al taller para arreglar el pequeño golpe en la puerta derecha que tú ocasionaste al llevarte una acerada elevada —lo miró con seriedad.
Me sonrió algo apenado diciéndome:
—Mamita, perdóname, no volverá a suceder…, —derretida de amor le contesto sonriendo sintiendo como ese amor de madre llena y desborda mi alma—. Llévatelo mi amor, confío en tí y por favor trae a Luisa Elena para que tu papi y yo la conozcamos mejor y podamos congeniar con la mujer que te ha robado el corazón — sonrió mirándolo a los ojos con sinceridad.
Él me responde sonriendo:
—Está bien mami, mañana domingo la invitó a almorzar, ¿Qué te parece?
—Muy bien hijo, que así sea, suerte y nos vemos a la noche.
—¡Chao mami!
La puerta se cierra tras de él, otra vez estoy sola con mis pensamientos, mis ojos vagan erráticamente recorriendo toda mi habitación matrimonial cuyas paredes guardan tantas vivencias de mi vida junto a Manuel mi esposo y mi adorado hijo Samuel.
Caramba, reflexiono llena de amor, este hijo fruto de mis entrañas es todo un hombre que ya está viviendo su vida de modo independiente, la verdad el tiempo transcurre velozmente y es imposible retenerlo; aún recuerdo mi vientre abultado y luego a aquel bebé recién nacido que tiernamente se acurrucaba entre mis brazos y ahora me sorprendo pues es todo un hombre profesional, independiente con novia y pronto quizá me dé un nieto…, ¡guau!
Apunto de llorar envuelta en la nostalgia intentando distraer mi mente volviendo mi rostro hacía el espejo en este día claro y sin nubes en el firmamento; me digo a mi misma frente a mi reflejo:
—Aún luzco joven y vital… —mis pupilas centellean llenas de vida— me pregunto mirando dentro de mi corazón buscando hacer conexión contigo amado ausente que no formas parte de mi vida: sé que existes y quiero expresarte a ti especialmente: hola, ¿puedes escucharme desde tú corazón?, yo soy María Andrea una señora de 65 años, esposa, madre y poseedora de todo un mundo interior vedado incluso para mis íntimos. Y mirándome de modo sensible en el espejo de mi cuarto elevo mi mano derecha y con el dedo índice intento dibujar tu silueta en el espejo, intentando recrear tu imagen, imaginando mil rostros variados llenos de emociones humanas que sin embargo están vedadas a mi realidad que vivo bajo el papel estelar que represento de María Andrea.
Por un instante pienso en cuál puede ser tu nombre…, eso lo sabes solo tú…, también me preguntó inquisitivamente y llena de infinita curiosidad: ¿cómo estás?, ¿quién eres realmente ?, ¿cómo vives?, ¿serás feliz…?, ¿vivirás una soleada mañana con todo un día a la espera de ser recorrido o tal vez estás a punto de irte a dormir y tus párpados cansados apenas permanecen abiertos ?
Mientras pienso en cómo puedes ser tú y cuál es tu nombre siento la presencia de un alma que me acompaña silenciosamente transmitiendo paz, esa alma llena de vida intenta emitir palabras humanas que buscan llegar a mi corazón sin mucho éxito.
Mis ojos se deslizan nuevamente por cada rincón de mi habitación en busca de ese ser que intenta comunicarse conmigo y que quizá seas tú…, la verdad no siento temor, solo me invade la curiosidad.