Las calles se conglomeraron de gala. Soldados, pobladores, mercaderes, sabios y todos los demás habitantes de la Atlántida se pusieron sus mejores trajes para recibir a los ángeles.
Como cada año en que celebraban el recorrido completo del planeta alrededor del sol, los ángeles visitaban a la única civilización que se formó en la Tierra, siendo partícipes activos de su desarrollo para nutrirlos de los secretos del universo y contribuir al desarrollo de las demás tribus aledañas.
Los Atlantes los recibían, pero solo los reyes y nobles podían conversar con los ángeles de forma directa, en las instalaciones del castillo de cristal, que era el corazón de la grandiosa isla.
Pero esta reunión fue especial. Podría mencionar el descontento que sentían los ángeles al ver cómo los atlantes reservaban sus conocimientos al resto de la humanidad, o la aparente tensión que surgía entre nobles y seres divinos.
Pero en realidad ocurrió algo más. En ese entonces fue un acontecimiento insignificante. Algo que ocurría con bastante frecuencia.
Por regla general, los ángeles y los humanos tenían prohibido procrear entre sí. Pero algunos hacían caso omiso y criaban hijos híbridos. El castigo que se le sometían a los ángeles era el destierro. A los humanos, varía de acuerdo a las leyes de cada tribu y al estatus social.
Y en esa reunión, un ángel llamado Okenteha, se enamoró de una princesa. Era nada más que una de las hijas del emperador de Atlántida. Había escuchado mucho sobre ella, pero era la primera vez que la veía en persona.
Un compañero de Okenteha, al ver que este no paraba de mirarla, le preguntó:
— ¿Por qué miras a esa humana? ¡Presta atención a la reunión!
— La miro porque me gusta – le respondió Okenteha – Dicen que tiene poderes mágicos, similares a los de un ángel. También escuché que era muy hermosa, pero las descripciones que me dieron son nada comparado con lo que veo.
— Aunque la magia corra por sus venas, ella es solo una mortal. En unos años envejecerá y morirá. Y créeme, será un gran impacto para ti, que a ojos humanos eres inmortal.
— Nosotros, los ángeles, también morimos, pero vivimos por muchas eras y mantenemos nuestra juventud. Así que me entra la curiosidad por saber de sus cambios: verla envejecer, marchitarse como una rosa, sonreír por los recuerdos efímeros, vivir al pleno su finita juventud… por ella valdría la pena ser desterrado.
Su compañero sabía que un ángel, cuando se enamoraba perdidamente, se convertía en un amor tan puro que podía durar eternamente. Así que solo le deseó suerte en silencio y lo dejó ir a sus anchas.
La reunión finalizó y los ángeles se marcharon, excepto Okenteha quien, al poseer habilidades ilusorias, se volvió invisible para no ser detectado en el castillo de cristal.
Vio cómo la princesa se dirigió a sus aposentos. Okenteha la siguió. Generalmente, la princesa solía estar acompañada de sus damas de honor, pero esa noche les pidió que la dejaran sola.
Cuando las damas se fueron, Okenteha se apareció ante la sorprendida princesa.
— ¡No te asustes! No te haré daño – dijo el ángel.
— ¿Eras uno de los ángeles de la reunión? – le preguntó la princesa - ¿Por qué sigues en el castillo de cristal?
— Es porque te vi de lejos y me sentí atraído por ti.
— ¿Por mí? ¿Por qué un ángel puro y noble se fijaría en una mortal como yo?
— He escuchado que tienes poderes y quise que me los mostraras.
— No es la gran cosa – dijo la princesa, sonrojándose – Para los ángeles al menos no lo sería, pero si me lo está pidiendo, con gusto se lo mostraré.
La princesa se acercó a su espejo tocador, abrió un cofre que estaba encima del estante y sacó de ahí un pequeño pájaro muerto. Lo tomó con ambas manos y el animal comenzó a moverse y a piar, ante el asombro del ángel. ¡Una mortal tenía poderes de resurrección! ¡Eso sí era fenomenal!
Sin embargo, la magia apenas duró unos minutos, porque el pájaro volvió a caer muerto en sus manos.
— Puedo revivir a muertos por tiempo limitado – explicó la princesa al ángel, con tristeza – Mi padre suele usarme para algunas misiones secretas para descubrir a supuestos traidores o criminales de Atlántida.
Okenteha se asombró. De verdad esa mortal era poderosa. Si combinaban sus poderes, de seguro podrían llegar más lejos y, en esos momentos, estuvo dispuesto a colaborar en su propósito.
— Como seres divinos que somos, los ángeles podemos asegurar que todo lo creado de forma astral es eterno, como el alma misma – le explicó Okenteha a la princesa – Los mortales tienen un alma, el cual se “cambia de cuerpo” cuando este llega al final de su vitalidad. Es por eso que, si tú y yo nos unimos, podemos crear a un ser puro y grandioso, capaz de brindar a un cuerpo vacío un largo periodo de vida y modificar su entorno a gusto. Su don traería prosperidad a la humanidad, te lo aseguro.
Ángel y humano se encontraban en secreto, bajo la luz de la luna, siendo uno solo en instantes. En aquella unión, ambos percibían cómo los poderes del universo se manifestaban ante el máximo poder del amor. Dos amantes, con deseos de generar un fruto divino capaz de fusionar ambos mundos.
Nota de autora
Okenteha: significa “sueño” en guaraní. Se pronuncia “okenteja”
En este cuento usaré algunas palabras en guaraní y pequeñas referencias de la Biblia cristiana y un apócrifo de Enoc. Espero que lo disfruten :)