El sueño de un simio

El sueño de un simio

El doctor Ignacio se encontraba en el laboratorio de paleoantropología de la Facultad de Ciencias. En la computadora escribe la discusión de su próximo artículo científico, que se publicará en la revista PlosOne.  Mientras redacta entra uno de sus alumnos.

–Profesor, buenas noches –dice el veinteañero feliz.

–¡Hola, qué hay de nuevo –responde un investigador canoso y ajetreado–!

–Todo normal, vengo por unos cuadernos que olvidé ¿Cómo le va con el texto?

–Ya tiene forma, pero falta la discusión. Hoy saldré tarde –dice sin pestañear en tanto sus dedos bailan fieros.

–Cuando llegue a su casa consulte las noticias. En una cueva en China encontraron restos de cráneos humanos ¡Muestran rasgos neandertal!  También poseen características únicas.

–Vaya, se escucha interesante –ocurre lo asombroso: pausó la escritura un rato– ¿Y los autores no tienen alguna sugerencia para su taxonomía?

–Claro, desde neandertales hasta incluso denisovanos.

–¡Denisovanos! Imagina que resulten ser ¡Cuán gran descubrimiento! Se podría esclarecer mucha información relacionada con dichos misteriosos humanos.

–Bastante, ya veremos qué evidencias puedan arrojar estudios posteriores ¡De momento podemos soñar despiertos! O no tanto... Bueno profe, me retiro, mañana tengo el examen.

–Confío en que harás un excelente trabajo, te deseo lo mejor.

El profesor decidió buscar la noticia de los cráneos encontrados. “Fabuloso” Se dijo a sí mismo. Luego de leer giró su silla y vio hacia la ventana: “Denisovanos… ¡Vaya enigma!”, pensaba al tiempo que sacaba de su estante una revista de divulgación científica, la hojeó hasta encontrar un artículo que publicó hace tiempo. Leyó los primeros párrafos:

“El apareamiento entre denisovanos y humanos modernos fue una de varias cruzas, dadas entre especies de homínidos (grandes simios humanos) ya extintos y nuestros antepasados. Hoy, los habitantes de Australia y del sudeste de Asia llevan entre un tres y un seis por ciento de herencia de una misteriosa especie humana, una especie de la cual sólo conocemos algunas secuencias de ADN y valiosísimos fragmentos de hueso: los denisovanos.

Aunque poca, dicha evidencia ha aportado bastante para el entendimiento de tales entes. El genoma sugiere que se trataba de una especie hermana a los neandertales, y por las proporciones de huesos como los del dedo se piensa que poseían complexión robusta.

Ya son las doce de la noche y el doctor Ignacio se ve somnoliento, entonces poco a poco su subconsciente ingresa en el reino de las experiencias oníricas.

...

Es una noche helada, las estrellas parpadean mientras la luna revela sus cuernos, a la par que la fresca ventisca acaricia las hojas de los árboles. Un venado sambar pasta, se le ve fuerte y peligroso por su cornamenta, que roza suavemente las ramas más bajas de cada árbol. Homero, de haber estado ahí, lo hubiera considerado como hijo de la Cierva de Cirenea. Un predador lo acecha con sigilo, se arrastra detrás de los arbustos. El imponente sambar olfatea la amenaza, en guardia se postra y el predador se lanza en su contra. Aquel cazador es un cuón, un perro salvaje asiático, de colores rojizos como el ocaso mismo; luchó con vigorosa energía, decidido a saciar su hambre. Por un momento el sambar tuvo ventaja, al asestar fuertes y certeros golpes hacia su oponente, algunos que acabarían en mortíferas estocadas.

De un instante a otro las dos criaturas pausaron su combate, y levantaron la cabeza para olfatear. Detrás de los arbustos unas luces se hacen presentes, el sambar y el cuón se atemorizan, entonces sale al ataque un grupo de aterradores monstruos, acompañados de lanzas con puntas incandescentes. Fortísimos gritos se escucharon durante unos minutos en aquel lugar, acompañados de los bramidos de miedo de las dos criaturas. Tanto el sambar como el cuón quedaron muertos al ser atravesados por la lumbre, y sus cadáveres fueron llevados encima de las extrañas criaturas, que parecían conversar guturalmente.

Aquellos eran changos que iban erectos; caminaban exclusivamente sobre sus patas traseras y poseían un cerebro considerablemente grande. El grupo llegó a las afueras de una gruta, oculta entre plantas de bambú y árboles, ahí los integrantes de su tribu les esperaban alrededor de una hoguera. Los cazadores dejaron en el suelo los cadáveres y guardaron las filosas varas, en tanto dos jóvenes desollaron los cuerpos con cuchillo en mano, a la vez que conversaban.

Los niños ríen y juguetean, las parejas se abrazan y copulan, los ingenieros forjan hachas de mano, mazos y demás utensilios de roca, el más anciano del grupo duerme recargado sobre un tronco, en tanto los cazadores dan los merecidos primeros mordiscos a la carnita asada ¡Qué buen sazón tenía la bestia! Tras el reposo, un cazador indaga entre las hojas más verdes del bambú, interesado en los caracoles que duermen debajo de cada hoja; él sólo deseaba observar detenidamente sus conchas, para apreciar sus formas y colores.

Las nubes comenzaban a recubrir el cielo, los vientos golpeaban sin clemencia las ramas, muchas que acabaron por azotar a los changos. El anciano del grupo despertó (¡Por fin!) luego de escuchar un ruido, como el golpe de un colosal y profundo tambor a la distancia. Otro sonido se escuchó, uno mucho más potente y estruendoso. Los simios se asustaron ante el intensísimo bramido de truenos y relámpagos, porque del bambú y luego desde los árboles nacieron grandes llamas. Aquel sitio se transformó en un Tártaro de fuego y muerte. Llegó la mañana y los rayos del sol dejaron al descubierto la escena cual Pompeya. Un suelo tapizado con una alfombra de cenizas, madera quemada y cadáveres carbonizados, recubiertos por una gruesa bruma de humo y lumbre.



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En el texto hay: accion, aventura, simios

Editado: 10.04.2019

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