Escuchaba, a lo lejos, un coro de gritos que no provenían de este mundo, sino la caverna oscura muy profunda en mi subconsciente una voz perdida en mi mente corrompida. Abrí mis ojos y descubría que estaba encerrada en una habitación teñida de rojo vivo y el suelo lleno de signos extraños como una especie de enigma sin descripción especifica, ningún científico describiría la definición de un mundo como este, que confundiría al cuerdo de su propio juicio y al sensato prudente de exclamar en un segundo que esto es el ejemplo de la locura pura. Mis manos destilaban hilos de sangre que se deslizaban sobre mi palma, al tocar mi cabeza, sentí como se derramaban las gotas de vino oscuro era mi sangre espesa una herida sin poder recordar cómo había terminado en esa habitación malherida. Las paredes latían con un pulso enfermizo, acompasadas de mi respiración entrecortada y cada exhalación me recordaba que algo terrible se oculta en el aire espeso pesado de la habitación con un aroma parecido al azufre. Me puse en pie: mi cuerpo frágil como un castillo de naipes, me tambaleaba de un lado a otro con la carencia de tener equilibrio. Al momento de rozar las paredes descubrí que era similares a un manto de terciopelo carmesís, cuya se inflaba y contraía como si estuviera dentro de un corazón colosal que me mantenía siendo su prisionera. Caminé hacia la salida, pero en ningún rincón había señal de libertad, me había topado con un pasillo interminable un túnel infinito que lleva a oscuridad, las paredes eran sangrantes que palpitaban con sincronía, cada paso que daba el suelo y mis pies se balanceaban como un puente agitado por la corriente del viento. A cada lado, puertas de hierro oscuro se erguían como guardianes de un secreto prohibido; cada una llevaba grabado, en acero frío, el nombre de un pecado. Detrás de ellas, los lamentos se alzaban como plegarias rotas, y las súplicas se mezclaban con un murmullo de condena eterna. Solo podía predecir que estaba en un lugar de dolor intenso sin salvación sin ver la luz del sol. Cuando caminaba alejándome de mi habitación cada vez el pasillo se oscurecía y tocaba las paredes palpitantes como una guía en excepcionar el lugar, de pronto una mano toco mi hombro y el susurro en mi odio era “ayuda ten piedad de mi ser andante” cuando voltee era un hombre de piel paliada arrugada como una uva pasa en deterioro, su mirada profunda transmitía experiencia de dolor, desesperación, resiliencia y temor de algo inexplicable. Todavía no comprendía en qué lugar extraño estaba encerrada, cuando toqué su mano me vi parada en un recuerdo sus manos estaban sangrando con un destornillador clavado en el abdomen de una dama que suplicaba auxilio en las paredes de un hogar retorcido, niños corriendo desesperados, buscando refugio en rincones oscuros, jugando sin querer a las escondidas, con la inocencia rota por la amenaza invisible que respiraba en cada rincón. Cuando me aleje de este hombre todo empezó a tornar lentamente a la realidad, De pronto, un sonido metálico rasgó el silencio: el chirriar de unas cadenas se enroscó en sus pies y, con violencia inhumana, lo arrastró por el suelo. Su cuerpo fue jalado sin compasión, desmesuradamente, hasta desaparecer en la oscuridad de su habitación, dejando tras de sí un eco que parecía no pertenecer a este mundo, La puerta se cerró sola como si hubiera sido empujada por un viento salvaje y violento, sobre esa puerta estaba un letrero que decía “asesino de su propia familia”. Un silencio sepulcral invadió el pasillo y el aire cada vez se sentía más denso y el sonido de cadenas de acero arrastrase en el suelo, Las cadenas que habían devorado al hombre ahora reptaban por el suelo, estirándose con una vida propia, buscándome. Su sonido era un chillido agudo que desgarraba mis oídos. Intenté correr los más rápido que podía mis pies, pero el suelo se balanceaba por cada paso brusco que ejercía, las paredes empezaban a encogerse intentando asfixiarme como serpiente que estrangula a su presa, de pronto el frio hierro rozó mi tobillo Una de las cadenas, más rápida que su huida, se enroscó con fuerza alrededor de mi pierna. Traté de sacudirla desesperadamente, pero otra cadena me alcanzó derribándome de un golpe contra el suelo. Estas me jalaron desmesuradamente y mis uñas se quebraron al intentar sujetarme con firmeza del suelo y solo podía ver el rastro de sangre que dejaba esparcido en el pasillo hasta que la oscuridad de mi habitación me devorara. Intenté abrir mi puerta, pero esta estaba atrancada. De repente sentí las cadenas arrastrándome a hoyo oscuro en mi habitación no pude sostenerme y sentí que caía al vacío, de la nada desperté en una sala amplia que solo escuchaba una voz parecida a la de un juez dictando testamentos, miré a mi alrededor, pero parecía estar sola y a través de las paredes rojizas podía ver el reflejo de personas estar en la misma sala que yo, eran paredes que parecían tridimensional conectadas a diversos mundos en uno solo. La voz distorsionada me juzgaba, y sobre aquellas paredes, como una sentencia inevitable, apareció escrito mi nombre, marcado con un único título: “Profanadora de pruebas” mientras que aquella voz me juzgaba aclamándome como una ladrona de la voz de los muertos.
—Tu primer castigo… has de ser castigada con tus manos, que son las principales responsables de tus pecados. – incliné mi cabeza escuchando la voz en la sala y mis manos temblaban sintiendo una roca en mi garganta sin poder hacer el más mínimo gemido.
—Manos ladronas… que osaron tocar lo prohibido.
—Manos que ocultaron la verdad.
—Manos que negaron justicia a los muertos.
Cuando miré las paredes en esta veía mis recuerdos proyectados en las paredes pude ver mis secretos más oscuros reflejados en esas paredes, cada vez que intentaba cubrir mis penas más se repetía ese recuerdo, sentía que mi mente estaba siendo expiada y de pronto.
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Editado: 09.09.2025