El Suspiro de la Oscuridad

1.2.

Me dejé caer en el primer banco. Miré mis rodillas, abiertas y sangrantes. Mala suerte al caerme en el asfalto durante la pelea con las chicas bravuconas de mi grupo. No tenía ninguna oportunidad, pero luché como si fuera la última vez. Como siempre. Mis manos también estaban arañadas, ardían cruelmente donde la piel se había desgastado contra el suelo. Rezaba para no infectarme.

Abrí la mochila para sacar el teléfono y mirar otra vez mis gafas rotas. Con horror descubrí la pantalla del móvil hecha añicos. Sentí un nudo en la garganta; apenas podía contener las lágrimas. Pulsé el botón de bloqueo y vi la hora: 22:45. ¡Perfecto! ¿Dónde había estado todo este tiempo? Debía volver del instituto a las cuatro, y ya casi eran las once. Mis padres me matarían.

La conciencia del tiempo perdido y el peso del castigo inevitable fueron la última gota. Me eché a llorar, sollozando y ahogándome.

¿Por qué a mis padres no les importa que en el colegio me acosen? Les he pedido tantas veces que me cambien y nunca escuchan. Siempre fingen que todo va bien para no admitir que su hija necesita ayuda.

—¡Me siento mal!

Siempre me culpan de las peleas en las que solo me golpean. Ahora me han abierto la ceja; la herida fresca llenaba de sangre mi párpado. Sanará mal y dejará una cicatriz fea.

Otro año entero en esta pesadilla.

¿Por qué nadie me comprende? Todos me ignoran o se burlan. Romper mi taquilla en el colegio se ha vuelto rutina, por eso ya no dejo nada dentro. Ni siquiera libros. La dirección hace tiempo que cerró los ojos y me ignora también.

Y yo solo quisiera ser popular. O al menos importante. Que mi mundo no se redujera a mi único amigo gay de la infancia.

—¿Tan difícil era darme una vida normal? Un chico de verdad. No tener que inventar citas ni charlas en internet ni encuentros en la biblioteca. Solo quiero una vida común, como la de los demás, que disfrutan y van felices a clase.

Si tuviera un chico, sé que me defendería de Lisa y sus amigas. Ella, la más popular, la que todos aman y temen, a quien las chicas admiran con la boca abierta.

A mí nadie me ha mirado así jamás.

Primero empollona, luego cuatro ojos, monstruo, enana.

Nunca he deseado el mal a nadie, pero cómo quisiera que Lisa desapareciera. Que se desvaneciera, se hundiera en el barro. Lo que fuera. Quizá entonces dejarían de humillarme. No entiendo por qué mis compañeros me tratan así.

—¿Me oyes? ¿O también finges que todo está bien?

Alcé la mirada al cielo, perdida entre las ramas retorcidas de los arces viejos.

—Daría todo por una semana de vida normal. Por ser como las demás. Por un chico que me protegiera, que fuera romántico, que me cuidara y me guardara. Lo daría todo para que, por fin, alguien me viera.

Me sequé las lágrimas con un gesto brusco y me apresuré a irme a casa.

De pronto los faroles del parque brillaron mil veces más, cegándome y bañando todo en luz. Fue como de día, por unos segundos; después parpadearon a una velocidad aterradora.

Aceleré el paso y luego eché a correr, evitando mirar atrás. Sentí, de repente, que si me giraba, moriría al instante, me disolvería, desaparecería para siempre.

Todas las luces se apagaron a la vez. Y yo perdí el conocimiento.

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¹—Temed vuestros deseos, porque tienden a cumplirse.



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En el texto hay: misterio, amor, magia

Editado: 06.10.2025

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