Durante el recreo decido ir al café. Me duele la cabeza, necesito una dosis de rutina, aunque sea en forma de café. Pero apenas salgo al pasillo, los altavoces crepitan. Luego suena una grabación antigua, distorsionada. Una melodía extraña, de Halloween, de esas que erizan la piel.
Los estudiantes se detienen, se miran unos a otros. Algunos se ríen, otros se asustan. Y de pronto, como si el aire se rompiera, empiezan a flotar hojas de papel: docenas, cientos. Invitaciones. Caen al suelo, se pegan a los zapatos, rozan los rostros. Yo atrapo una con la mano.
Fondo negro, una letra roja “V”, estilizada como una gota de sangre. Y debajo, en cursiva:
“Estás invitada a la fiesta nocturna. Empieza a las 21:00. No llegues tarde. Te esperamos junto a los espejos.”
La leo otra vez. Una fiesta. Pero... la fiesta la organizaba Lisa. ¿Cómo puede celebrarse sin ella?
Un grupo de chicas junto a las taquillas murmura, riendo con nerviosismo:
—¿Será una broma?
—Tal vez alguien la organizó en su honor, por lo de su desaparición...
—Uf, me da escalofríos...
Miro las letras pequeñas al pie de la invitación: no hay logo del colegio, ni firma, nada. Solo una frase corta: “Solo para elegidos.”
Un escalofrío me recorre la espalda. No es una fiesta del colegio. Y... alguien quiere que yo vaya.
Aprieto la hoja en mi mano y sigo hacia la cafetería. Dentro huele a café y vainilla, pero todo se siente espeso, artificial. Mi mesa favorita, junto a la ventana —donde siempre me siento con Rusty—, hoy está ocupada.
Y no por cualquiera.
Un chico alto, con chaqueta de cuero, está recostado en la silla como si ese fuera su sitio. Su cabello oscuro le cae sobre la frente; sus ojos —profundos, casi negros— brillan con algo que obliga a apartar la mirada. Me ve y sonríe. Lentamente. Una sonrisa que provoca un escalofrío helado en mi espalda.
Me detengo. Miro alrededor, pensando que quizás me equivoqué. Pero no: no hay nadie más. Y él me mira directamente.
—Has venido —dice.
Su voz es baja, cálida... pero tiene algo extraño. Un eco.
—Perdona, pero creo que te has confundido de mesa —digo, intentando sonar firme, aunque la lengua se me enreda un poco—. Aquí suelo sentarme yo. Con mi amigo.
—¿Rusty? —pronuncia el nombre como si lo conociera mejor que yo—. No va a venir.
Parpadeo, sin entender.
—¿Cómo sabes...?
—¿Cómo lo sé? —se inclina hacia adelante, la sonrisa ampliándose—. Sé más de ti de lo que imaginas, Évrika.
Mi corazón se salta un latido. Nadie me llama así. Nadie, salvo...
Doy un paso atrás, pero él me invita con un gesto a sentarme enfrente. Hay algo en su movimiento —tan natural— que acabo obedeciendo.
—¿Quién eres? —pregunto por fin.
No responde de inmediato. Me observa, como si intentara ver algo dentro de mí. Luego dice en voz baja:
—Mi mundo sería aburrido sin ti.
—¿Qué...? —casi me río, pero es una risa que roza la histeria—. ¿Eres de algún club de teatro, o qué?
Él sonríe apenas, reclinándose en la silla.
—Digamos que soy el anfitrión de la fiesta. Y me alegra mucho que hayas venido.
Siento que algo dentro de mí se congela.
—¿Fuiste tú quien envió las invitaciones?
No lo niega. Solo me mira fijamente.
—¿Vendrás, Évrika? —pregunta despacio—. Y... ¿qué vas a ponerte?
El aire se me queda atrapado en los pulmones. Porque en su voz hay algo dolorosamente familiar —el mismo susurro que me habló en la oscuridad de mi sueño.
² — Ojo del Diablo — Un lago ficticio en una zona pantanosa.