El Suspiro de la Oscuridad

4.

La lluvia comenzó de repente, con esas gotas que al principio parecen polvo, y luego empapan todo a su paso, como si el cielo por fin no aguantara más y rompiera a llorar.
Yo estaba frente a la salida del instituto, con el bolso apretado entre las manos, pensando que, claro, el paraguas se había quedado en casa. Rasti ya corría hacia la parada del autobús, y yo seguía ahí, inmóvil, mientras los mechones húmedos se me pegaban a las mejillas.

—Sube, te vas a empapar,—la voz sonó tranquila, pero de algún modo hizo que hasta la lluvia se sintiera incómoda.

Frente a mí se detuvo un coche negro. No un coche cualquiera, sino algo de otro mundo: bajo, brillante, con un interior donde hasta el sonido parecía amortiguado. El chico abrió la puerta y asintió, como si fuera la invitación más natural del mundo. Me ofrecía su ayuda con una simplicidad desconcertante, y yo ni siquiera sabía su nombre, salvo por esas respuestas indirectas, como escritas en un guion ajeno.

Me senté con cierta vacilación. Dentro olía a cuero, a lluvia, y a algo más… oscuro, familiar, pero imposible de definir. El motor rugió bajo, como un gato que ronronea antes de saltar.

—Tienes un coche… hmm, un poco demasiado para un estudiante,—dije, intentando romper la tensión.—¿No serás un viajero del tiempo que ha venido a estudiar las costumbres humanas?

—Estudio un solo fenómeno,—su sonrisa fue apenas perceptible, pero me recorrió un escalofrío.—El deseo humano. Es más interesante que cualquier ciencia.

No supe qué contestar. Hablaba con calma, sin ironía, y eso era lo que más inquietaba. Daba la impresión de que tras sus palabras se escondía algo que no comprendía, pero que mi cuerpo ya intuía.

—Aún no sé tu nombre, aunque tú sí sabes el mío.
—Lucio.

Una respuesta corta, sencilla… y, sin embargo, me dejó sin aliento. Ese nombre no encajaba con su aspecto. Era como una chispa de luz dentro de una sombra densa. El coche se deslizaba por las calles estrechas, los faros cortaban la noche, y yo no podía dejar de pensar en cómo había pronunciado la palabra deseo. No como un sentimiento, sino como una moneda.

—Rasti seguramente se ha enfadado porque no me fui con él,—dije, mirando por la ventana.—Siempre volvemos a casa juntos.
—Los viejos hábitos impiden que empiece una nueva vida,—respondió él.—Y tú querías un cambio, ¿no?

Sus palabras resonaron dentro de mí con un temblor extraño. Tú querías… Sí, quería. Pero ¿a qué precio? Ni yo misma lo sabía.

Nos detuvimos frente a mi edificio. La lluvia ya había cesado, dejando en el asfalto reflejos plateados de los faros. Lucio se inclinó un poco hacia mí, y sentí cómo una corriente, fina y eléctrica, cruzaba el aire entre los dos.



#236 en Paranormal
#73 en Mística
#5475 en Novela romántica

En el texto hay: misterio, amor, magia

Editado: 18.10.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.