—Hasta mañana, Évrica,—dijo en voz baja.—Pasaré a buscarte por la mañana.
—¿Y si te digo que no hace falta?—pregunté, intentando ignorar el aliento con sabor a menta que rozaba mis labios con descaro.
—No lo dirás,—sonrió.—Porque quieres que venga.
Salí sin saber qué responder, y me quedé un rato bajo la farola tenue, observando cómo el coche negro se perdía en la esquina. El corazón me latía en la garganta. Y justo cuando las luces del vehículo se desvanecieron en la neblina, el teléfono vibró en mi bolsillo. Pensé que sería Rasti, enviándome un mensaje indignado, pero no… En la pantalla parpadeaba un corazón negro en lugar de un nombre, y un texto corto: tienes unas rodillas preciosas.
Miré el objeto del cumplido y, sorprendida, noté que las rozaduras habían desaparecido. Como si nunca hubieran existido.
Más tarde, ya en casa, no pude resistirme y le escribí: gracias por llevarme, sin emojis ni insinuaciones. Un minuto después, su respuesta:
Gracias por no tener miedo.
Me reí.
¿Debía tenerlo?
La mayoría lo tiene, cuando se enfrenta a lo que no entiende.
Charlamos hasta bien entrada la noche. Supe que “no era de mi ciudad”, que vivía solo, que no soportaba las multitudes (como si hubiéramos sido creados el uno para el otro). Escribía poco, pero cada palabra parecía medida al milímetro.
Eres diferente, escribió.
¿Diferente es bueno?
Es peligroso.
Me quedé en la cama, con la luz del móvil iluminándome la cara, y me descubrí sonriendo como una idiota. Cada vez que escribía mi nombre —breve, firme, como una orden—, sentía que el corazón se aceleraba un poco más.
Cerca de las dos de la madrugada llegó su último mensaje:
Duerme. Mañana te espera otro día.
¿Cuál?
El que alguna vez pediste.
No alcancé a responder. El teléfono se apagó solo —la batería, que estaba llena, se había vaciado de repente. En la oscuridad, antes de dormirme, recordé una sola cosa: su voz, que no venía de mi memoria, sino de algún lugar dentro de mi propio corazón.
Pasaré por ti por la mañana.
Y, por alguna razón, no dudé ni un instante de que cumpliría su palabra.