El Suspiro de la Oscuridad

5.

Me despertó el sonido insistente de un claxon bajo la ventana. Al principio pensé que era el vecino otra vez, trasteando desde temprano, pero luego vi el coche negro junto a la verja. Y entendí que no era un sueño.

El reloj marcaba las 7:42. En media hora debía estar ya en clase, y ni siquiera había tocado el cepillo. Los dedos me temblaban mientras trenzaba el cabello a toda prisa, intentando no pensar que él realmente había venido. Porque pensar en ello era admitir que todo aquello era real. Y yo aún sentía que soñaba.

—Buenos días,—su voz atravesó el murmullo de la lluvia en cuanto salí al porche.—¿Otra vez sin paraguas?

—Pensé que hoy no habría apocalipsis,—murmuré, subiéndose al coche.—Pero parece que me equivoqué.

Él sólo sonrió, alejándose del bordillo. Noté cómo el agua no tocaba la carrocería; las gotas parecían desvanecerse antes de rozarla. El coche se deslizaba por la carretera con la suavidad de una sombra.

—Me miras como si intentaras descifrarme,—dijo sin apartar la vista del camino.

—Sólo intento entender quién eres. No tienes carnet de estudiante, ¿verdad?

—Sí lo tengo,—una breve pausa.—Pero es más viejo que la mayoría de las personas que conoces.

Solté una risa nerviosa; de otro modo no habría podido. Hablaba tranquilo, sin el menor asomo de ironía. Y algo en su tono me heló la espalda. No era miedo... era presentimiento.

Frente al campus había coches de policía. Algunos profesores caminaban por el patio con rostros tensos. En el vestíbulo se oía un rumor constante: unos decían que habían visto buzos, otros que habían encontrado las cosas de Lisa, pero no su cuerpo. Sentí un mareo, casi tropecé con mi propia mochila.

—¿Estás bien?—preguntó Lucius, inclinándose hacia mí.

—Sí... sólo no dormí mucho, supongo.

Me observó con una atención que me hizo pensar que veía más de lo que yo le permitía.

—No escuches los rumores,—dijo al fin.—A veces el miedo crea sus propios monstruos.

Quise preguntarle cómo sabía él tanto del miedo, pero no tuve tiempo: el director apareció en el vestíbulo, y todos callaron. Canoso, siempre impecable, parecía sostenerse a duras penas.

—Colegas, estudiantes,—su voz era firme, aunque cansada.—Lamento informarles que Lisa Goldstein ha sido oficialmente declarada desaparecida. La vieron por última vez junto al lago Ojo del Diablo el domingo por la noche. Si alguien tiene cualquier información, por favor acuda a mí o a la policía. Es un asunto serio.

Un murmullo recorrió la sala. Sentí las miradas posarse sobre mí, casi al unísono. Rasti también me miraba, no con reproche, sino con preocupación. Pero Cameron... él parecía estar esperando justo ese momento.

—Podría explicarlo ella,—gritó cruzando los brazos.—Porque discutieron la semana pasada, ¿no?

Fue como si me arrojaran agua helada. Iba a responder, pero Lucius dio un paso al frente sin mirarme siquiera.

—Curioso, Cameron,—su voz era baja, pero el silencio se volvió denso.—¿Siempre acusas cuando ignoras la verdad? ¿O es que temes que te involucre?

Cameron retrocedió. Por un instante creí que el aire se espesaba, como antes de una tormenta. Nadie habló. El director frunció el ceño, pero no dijo nada; un minuto después nos disolvieron entre las aulas.

Tardé en poder hablar. El corazón me latía desbocado, con un nudo en la garganta.

—No debiste hacerlo,—susurré cuando salimos al pasillo.—Ahora todos pensarán que nosotros...

—¿Nosotros qué?—su sonrisa reapareció, más suave.—¿Que te defiendo? Es verdad.

—No te lo pedí.

—La gente rara vez pide lo que realmente necesita.

Sus palabras me desnudaron por dentro, como si mirara directamente donde guardaba todos mis miedos, vergüenza y rabia. Luego rozó mi hombro, apenas un instante, como un soplo. Y sentí calor. Entonces recordé: las heridas del día anterior. No estaban. Ni rastro.

Después de clase busqué a Rasti, pero había desaparecido. Su sitio en la cafetería estaba vacío, sólo quedaba su taza—todavía tibia. Estaba a punto de irme cuando sonó la música por los altavoces: una melodía inquietante, conocida, de esas películas de Halloween.

Luego el aire se llenó de papeles de colores: volaban como hojas. Atrapé uno. En él, una máscara negra y letras plateadas:

“Noche en el Ojo del Diablo. Invitación sólo para elegidos.”

Se me detuvo la respiración.

No era el logo del colegio. Otra vez. Y abajo, una firma: “L.”

Levanté la vista, pero no había nadie.

Sólo, tras la ventana, una silueta oscura recortada contra la nube gris. Y me miraba directamente.

En casa no lograba tranquilizarme. Le escribí a Rasti—silencio. A Lucius—respondió enseguida:

“Tranquila. Rasti sólo tiene que aprender a vivir sin tus sombras.”

—¿Qué significa eso?—pregunté.

“Que estás creciendo. Y las sombras desaparecen cuando se acercan a la luz.”

No pude dormir. Porque, en el fondo, sabía que la luz que él traía no era de este mundo.
Y aun así... quería volver a verlo.



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En el texto hay: misterio, amor, magia

Editado: 01.11.2025

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