El susurro de la Lluvia

CAPÍTULO I

Samara:

Dos años después

11/10/20xx — 10:15 a.m.

El cierre de un zíper fue lo primero que se escuchó en la habitación que me acompañó durante veintidós años.

Luego de dos años desde aquel trágico día, finalmente decidí marcharme. Canadá sería mi punto de partida, el lugar donde podría empezar una nueva vida lejos de los recuerdos que todavía pesaban en cada rincón de esta casa.

La muerte de Felipe golpeó a todos, pero a mí me desmanteló por dentro. Él era lo más cercano a la perfección que había conocido: amoroso, disciplinado, paciente, con una sonrisa que lograba iluminar incluso mis días más grises.

—¿Vendrás a visitarnos o preferís que viajemos allá? —preguntó mi madre, mientras cerraba la última maleta. Lilian Baker, mi mamá, siempre tan elegante: ojos verdes, cabello castaño claro y manos que parecían tener vida propia al cuidar de sus plantas.

—Sabes que siempre podés quedarte aquí —añadió mi padre desde la puerta. Sebastián Baker, farmacéutico, rubio, ojos color café, y con la eterna costumbre de lucir más joven de lo que en realidad es.

—Sebastián —suspiró mi madre—, ya hablamos de esto. La psicóloga dijo que un nuevo ambiente le haría bien, aunque… no creí que ese “nuevo ambiente” sería en otro país.

La discusión era vieja. Mi padre insistía en que me mudara de estado, no de continente. Pero nada aquí me hacía sentir viva ya.

Soy la menor de tres hermanos.

Saray, la mayor, es una rubia de ojos verdes y la madre de mis sobrinos, Nikolas y Sebastián Jr. Es escritora de libros infantiles y tiene un canal de YouTube sobre crianza respetuosa. Luego está Mikael, mi hermano de veinticuatro años, músico, rubio como papá y con una sensibilidad que le impide soltar fácilmente a las personas. Finalmente estoy yo: Samara Baker. Mudándome a Canadá para trabajar como oficinista en la empresa de diseño que fundó mi mejor amiga, Eliana.

—Papá, sabes que no me voy sola —le recordé mientras acomodaba mi bufanda—. Los gemelos estarán viviendo allá por un contrato de un año, y Eliana será mi vecina. Prometo venir cada vez que pueda. Además, tú buscarás cualquier excusa para ir a visitarme.

Él sonrió, pero sus ojos decían otra cosa.

Irme era también cerrar una etapa que aún dolía. Felipe y yo habíamos planeado casarnos a los 18. Éramos jóvenes, sí, pero cuando se ama con esa intensidad, el tiempo parece un detalle. Si la vida no fuera tan injusta, ya habríamos cumplido dos años de casados.

—Hablé con Mikael —añadió mamá—. Dice que están recibiendo muchas propuestas, así que quizá se mude cerca. Eso me deja más tranquila.

Mikael, con su paciencia infinita, era mi ancla emocional. Siempre estuvo ahí cuando yo no podía con mi propio peso. Pensar que ahora tendría que hacerlo sola era… aterrador.

/////////////////////////////////////////////////////////////
El altavoz del aeropuerto me devolvió al presente:

“Pasajeros del vuelo 505 con destino a Canadá, por favor diríjanse al área de abordaje.”

Respiré hondo, abracé a mis padres y sentí el nudo en la garganta que había tratado de contener durante semanas.

Cruzando esa puerta, dejaba atrás todo lo que fui, todo lo que amé… y todo lo que aún dolía.

Siete horas y seis minutos después, el avión aterrizó en tierras canadienses.

El clima era distinto: un frío amable, el cielo blanco, el aire nuevo.

—¡Ahí está! ¡Mara, por aquí! ¡¡MARAAAAA!! —gritó una voz familiar.

Carlos, mi amigo, agitaba los brazos como si estuviera en medio de un concierto. Detrás de él, su hermana gemela, Ceyla, rodaba los ojos con evidente vergüenza.

—No hables tan alto, me avergüenzas —le recriminó, aunque ambos reían.

Eran idénticos: piel morena, cabello rizado y ojos color caramelo. Carlos se dedicaba al modelaje; Ceyla, en cambio, parecía vivir en un modo perpetuo de acompañarlo a todo lado.

—¡Los extrañé tanto! —dije abrazándolos.

Carlos tomó mi maleta mientras subíamos al auto rumbo a mi nuevo hogar: un edificio beige de doce pisos.

El apartamento 1003 sería mío; justo frente al de Eliana y entre dos vecinos más.

—Podría traer mis cosas y vivir aquí contigo —propuso Ceyla entusiasmada. —Este lugar es fantástico.

Reí.

—Ya veremos cómo queda. Aunque si dejo que Eliana lo decore, terminaré viviendo en una selva con gatos.

Eliana me había dejado un mensaje:

“Prepárate, esta noche hay fiesta. Vestido listo debajo de la planta. No hay excusas.”

—No puedo creer que me estén arrastrando a una fiesta después de un vuelo de siete horas —me quejé, dejando la maleta a un lado.

—No puedes hacernos esto, Mara —exclamó Carlos, fingiendo indignación—. Hoy es mi día. Me veré tan guapo que necesito a mis guerreras para mantener a raya a mis admiradoras.

—Hoy también es el día de Eliana, tarado —replicó Ceyla, dándole un golpe en el hombro.

Me reí y me rendí.

Prometí que pondría una alarma, y ellos se fueron al departamento de Eliana a jugar con sus ocho gatos. “Nuestros sobrinos”, los llama ella.

Caí rendida en la cama.

Por primera vez en mucho tiempo, no soñé con Felipe.

Solo con una sensación extraña… como si el destino estuviera a punto de girar otra vez.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.