El susurro de la Lluvia

CAPÍTULO III

ALESSANDRO

Un sonido me arranca del sueño. Una alarma estridente que parece burlarse de mí y de mi falta de ganas de despertar.
Me incorporo, aún entre sueños, buscando el teléfono con la desesperación de quien sabe que cada minuto de descanso perdido es un minuto robado a su paciencia.

Mensajes y llamadas de Luka parpadean en la pantalla: me recuerda el viaje a Canadá con él y Leonardo, la pasarela de Vittoria. Sus palabras traen consigo una mezcla de entusiasmo y tensión: Vittoria ha luchado tanto para llegar aquí, y esta es su oportunidad de comenzar de nuevo. Quiero estar ahí para ella, pero también siento un vacío, una pregunta silenciosa: ¿y yo qué busco en todo esto?

Desayuno solo en la cocina, y mientras corto el pan y revuelvo los huevos, siento un recuerdo: mi madre, siempre a mi lado, enseñándome a cocinar. La extraño, y el silencio de mi apartamento parece amplificar esa ausencia. La rutina de siempre me da cierta calma, pero sé que esta semana será diferente.

Ducha rápida. Maleta lista. Pasaporte en el bolsillo. Canadá me espera, y con él, un cambio que aún no puedo imaginar del todo. Me digo que visitaré algunos lugares turísticos, que trataré de disfrutar. Pero dentro, un pensamiento persistente: este viaje no es solo por Vittoria; es también por mí, por dejarme sentir fuera de lo que conozco.

—Alessandro —Luka aparece, impecable y seguro, como siempre—. Listo para esto?

Tiene 25 años, pero su madurez y tranquilidad parecen de alguien que ha vivido diez vidas. Sus ojos claros me hacen sentir que él siempre sabe qué camino tomar, mientras yo aún busco el mío.

—¿Y Vittoria y Leandro? —pregunto, observando el jet que nos llevará lejos de nuestra rutina—. No me digas que aún no llegaron.

—¿Quién dijo que no? —La voz de Leandro, pelirrojo y ágil, me sorprende detrás de mí. —Joder, Alessandro, si fueras mujer, me preñaría solo de verte.

Ironía. Risa nerviosa. Siempre ha sido así: un amigo de la infancia que se cree más valiente que nadie, que no entiende del todo el corazón de las cosas. Vittoria y él… Siempre es un juego complicado.

—La señorita Vittoria nos espera dentro del avión —anuncia un guarda, cortando mis pensamientos.

Y con un nudo en la garganta, me doy cuenta: todo está por empezar.

Canadá nos recibe con un aire fresco, distinto, casi limpio. La casa que los padres de Vittoria han comprado es inmensa y silenciosa, tan elegante como fría.

—Vaya, ni imaginé que tendríamos algo así —murmuro, sintiendo que cada pared refleja nuestras expectativas.

Vittoria aparece, radiante y nerviosa a la vez, contándome sobre la fiesta de la noche. Me pide que vaya con ella; no necesito pensarlo. Estoy aquí para verla brillar, y por alguna razón, siento que esta noche traerá algo bueno.

La tarde pasa en silencio. Duermo. Pienso. Me pregunto si este viaje cambiará algo en mí, si los recuerdos de todo lo que dejé atrás empezarán a desvanecerse.

8:00 p.m.

El edificio vibra con música y voces. La fiesta es un torbellino de luces, cámaras, glamour. La gente se mueve al ritmo del Dj.

Vittoria nos presenta a Carlos, modelo y colega de la portada, alguien con la seguridad de quien siempre ha sabido su lugar en el mundo. Me resulta egocéntrico, y al mismo tiempo siento que aquí, todos parecen actuar con máscaras distintas a las que llevan en la vida real.

Busco a Luka y Leandro entre la multitud, pero me pierdo en el movimiento. Y entonces, chocó con alguien.

Diminuta. Suave. Sus ojos verdes me atrapan al instante, y por un momento, el ruido, la música, la presión de la gente desaparecen.

*Mierda, es preciosa.*

No hay más palabras. Solo un nudo en el estómago y la sensación de que, quizás, este viaje está empezando a cambiar más de lo que imaginé.




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