"Café, caos y Ceyla en patines"
Han pasado tres dichosas semanas desde la fiesta.
Tres semanas en las que Eliana ha logrado llevarme al borde de la renuncia… y de un colapso nervioso.
A veces me sorprendo deseando que un millonario se obsesione conmigo solo para no tener que volver a trabajar en mi vida.
Nos encontramos en una pequeña cafetería del centro, donde por alguna razón Ceyla lleva tres días trabajando.
Tres días. Un récord.
Por supuesto, decidimos venir a comprobar que no nos estuviera mintiendo.
—Te lo dije, Eli. Nací para esto —dice Carlos, mirando con orgullo la portada de la revista donde los diseños de Eliana aparecen junto al gran título: “Eliana Williams: el nuevo diamante en bruto de la moda actual”.
Y, por supuesto, justo debajo, la foto de Carlos Masserano, su “gran modelo estrella”.
—Soy jodidamente guapo —agrega sin una pizca de modestia.
Eliana sonríe, fingiendo paciencia mientras lo halaga para evitar que le cobre lo que en realidad debería ganar. Sé que lo hace solo para mantener la paz (y el presupuesto).
Entonces, aparece Ceyla.
Montada en unos patines, con el uniforme de la cafetería y una sonrisa que me da mala espina.
Sí, huele a peligro.
—Debería tomarte una foto y mandársela a nuestra noona —dice Carlos con una mezcla de ironía y ternura—. Estoy tan orgulloso de ti.
Y la verdad, lo entiendo.
En tres semanas, Ceyla ha sido despedida de cinco trabajos.
Cinco.
Primero, una gasolinera que casi incendia por “olvidar” seguir el protocolo de seguridad (Carlos tuvo que pagar para evitar una demanda).
Luego, de niñera, cuando los vecinos vieron al niño que cuidaba caminando por el techo —según ella, “jugaban a ser superhéroes”.
El tercero fue una empresa de limpieza: manchó los vidrios de un edificio y casi pierden el contrato.
El cuarto… un restaurante. Intentó entrenar a una rata para que cocinara como en Ratatouille.
Y el quinto, cuando Eliana le pidió cuidar ocho gatos. Uno terminó con una pata rota. Aún no sabemos cómo.
—No digas tonterías, yo les dije que mi futuro perfecto era trabajar en una cafetería en Canadá y andar en patines, como en la serie de Disney —dice Ceyla, dejando nuestros pedidos en la mesa.
—Por cierto, Eli, ¿cómo está Nala? —pregunta con una sonrisa inocente.
Eliana levanta la vista con una ceja arqueada.
Yo no puedo evitar meterme.
—Pensé que tu sueño era ser una flor en el jardín de una señora latina para que te cuide y te hable bonito —le digo, antes de que Eliana explote.
—Bueno, puedo dejar eso para mi próxima vida, Mara —responde ella justo antes de que su jefe la llame desde el mostrador.
Nos reímos.
Eliana suspira y cambia de tema, aunque la sonrisa no se le borra del todo.
—Por cierto, ¿qué les parece si salimos este fin de semana a un bar? —dice, mirándonos a Carlos y a mí.
Silencio.
¿Eliana? ¿En un bar?
Carlos arquea una ceja.
—¿Tú queriendo ir a un bar? ¿Dónde está la verdadera Eliana y qué hiciste con ella?
Yo asiento.
—Sí, la que conozco preferiría un bingo en un hogar de ancianos antes que “alocarse”.
Eliana revira los ojos.
—He estado hablando con un amigo de Vittoria —empieza a decir—. Ella me sugirió salir todos juntos a un bar nuevo que quiere conocer.
—Ah, ya veo —digo con una sonrisa traviesa—. Todo esto se debe a que quieres ligarte a un chico. Entonces… ¿dejaste tu eterno enamoramiento por mi hermano?
Carlos suelta una carcajada.
—Por Dios, Mara, ¿a quién no le gustaría tu hermano? —interviene—. Pero todos sabemos que a Eliana quien le gustaba era yo.
Eliana lo ignora.
—¿Van o no van?
Carlos asiente, divertido.
—Por mí perfecto. Vittoria y yo nos hemos llevado bien desde que empezó el proyecto, no me vendría mal salir un rato.
—Está bien —digo, levantando la taza—. Iremos. Así liberas estrés y dejas de lanzarme tanto trabajo encima.
Los tres chocamos nuestras tazas como si fuera una especie de pacto.
Y así, sin pensarlo demasiado, acordamos salir el sábado.
Dos días.
Solo dos días.
¿Qué podría salir mal?