Alessandro
—¿Un bar? —fue lo primero que salió de la boca de Leo cuando oyó la propuesta de Vittoria.
—Sí —respondió ella, casi con timidez—. Irá el modelo que conocimos el día que llegamos de Italia, junto a su hermana, su mejor amiga y la jefa de ellos. Me emociona conocer a esas dos chicas de las que tanto hablan.
Me pareció extraño escuchar a Vittoria entusiasmada por algo así. Desde niños, siempre fue reservada, incluso un poco desconfiada con las personas. Las miradas de niñas, los celos, las habladurías la marcaron más de lo que ella admite. Pero ahí estaba, invitándonos a salir.
Y yo, bueno… verla crecer, verla querer enfrentarse a sus miedos, me llenaba de orgullo.
—Claro, ¿por qué no? —le dije, besándole el cabello—. Iré a conocer algunos lugares en la mañana, pero te prometo que estaré libre para acompañarte. Quizá también le diga a Luka que…
—No hace falta —me interrumpió, sonriendo con cierta picardía—. Luka fue el primero en aceptar. Parece que está interesado en mi jefa.
Interesante.
Leo soltó una carcajada y me lanzó una mirada cómplice.
Y así, sin más, terminamos organizando el fin de semana para acompañar a Vittoria en su pequeño experimento de cupido.
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Samara
Dos días después, Ceyla y yo estábamos en el departamento de Eliana, listas para lo que prometía ser la salida del mes.
—No sé por qué me pongo tan nerviosa —decía Eliana, intentando alisarse el vestido frente al espejo—. Fue una locura invitarlo. ¿Quién invita a un chico a un bar “para hablar”?
—Tranquila, Eli —le dije, riendo—. A veces las locuras terminan siendo las mejores historias.
Ceyla salió del baño con su vestido azul ajustado y sus medias de arcoíris, lista para robar miradas.
—Esto es lo que contaremos a nuestros hijos cuando pregunten qué nos mantiene humildes —dijo, posando dramáticamente.
Nos reímos. El ambiente era ligero, divertido, lleno de esa energía previa a algo que todavía no sabés si va a salir bien… o mal.
—Carlos está afuera, dice que nos apuremos —gritó Cey desde la puerta.
—Dile que ya vamos —respondí mientras ayudaba a Eliana con su delineado rebelde.
El bar era amplio, iluminado con luces cálidas que jugaban con el reflejo de los vasos. Teníamos una mesa en la zona VIP, cortesía de Vittoria.
Ceyla desapareció en la pista apenas escuchó el primer ritmo, y Carlos fue directo a la barra.
Eliana y yo apenas alcanzamos a sentarnos cuando una voz femenina nos llamó desde las escaleras.
—¡Eliana! —era Vittoria, radiante, seguida de tres figuras que parecían salir de una campaña de perfume.
El primero era alto, de cabello castaño claro y ojos miel, con un aire serio pero encantador. Eliana, a mi lado, me apretó la mano: ese debía ser Luka.
El segundo, un pelirrojo de sonrisa fácil, irradiaba carisma. Y el tercero… bueno, el tercero era distinto. Más alto, más sobrio, con esa presencia tranquila que incomoda solo porque no sabés si te está analizando o admirando.
—Ella es mi mejor amiga, Samara —dijo Eliana, señalándome con orgullo.
—He oído mucho sobre ti —dijo Vittoria con un acento italiano encantador—. Tenía muchas ganas de conocerte.
Presentó a los tres. Luka, Leandro… y finalmente, Alessandro.
Cuando estrechó mi mano, hubo un silencio leve. Sus ojos se encontraron con los míos, y por un instante el ruido del bar pareció desvanecerse.
—Alessandro —dijo él, con una sonrisa apenas visible.
—Samara —respondí, intentando no sonar tan nerviosa.
Pasó un rato. Las risas de Vittoria y Eliana se mezclaban con la música mientras bailaban junto a los gemelos. Leandro los siguió, dejándonos solos a Luka, Alessandro y a mí en la mesa.
Él bebía lentamente, observando el movimiento del lugar con aire distraído. Luka se levantó en ese momento, probablemente para unirse a las chicas en la pista de baile, dejándonos a Alessandro y a mí momentáneamente solos en la mesa. El bullicio del bar continuaba a nuestro alrededor, pero por un instante todo parecía más tranquilo, como si el tiempo se hubiera ralentizado solo para ese pequeño encuentro.
—Así que… ¿Samara, cierto? —dijo al fin, girándose hacia mí.
Asentí.
—Nos habíamos visto antes, ¿no? —agregó, entornando los ojos como si buscara un recuerdo.
—En la fiesta de bienvenida de mi amiga —contesté.
—Lo sabía. —Su sonrisa creció apenas—. No suelo olvidar una mirada como esa.
No supe si reír o rodar los ojos, así que solo bebí un sorbo de mi trago.
—¿Y a qué te dedicas, aparte de chocar con desconocidos en eventos?
—Trabajo con Eliana —dije, sonriendo—. Intento que no incendie el mundo con su talento.
Él soltó una leve risa. Y por primera vez, noté que me miraba sin prisa.
—Tendrás que contarme más sobre eso —dijo, inclinándose un poco hacia adelante—. Quizá con un café.
—¿Un café? —pregunté, arqueando una ceja.
—O dos, si me dejas elegir el lugar.
No tuve tiempo de responder. En ese momento, Eliana regresó a la mesa con Vittoria, ambas riendo. Pero mientras Alessandro se levantaba para saludarlas, su mirada volvió a la mía.
Y supe que ese “café” no era una simple invitación.