El susurro de la Lluvia

CAPÍTULO XIII

Samara:

El departamento estaba lleno de mantas, almohadas y risas. La pijamada entre Ceyla, Eliana, Vittoria, Carlos y yo había comenzado temprano, y cada rincón del lugar mostraba señales de nuestra pequeña invasión: envoltorios de chocolates abiertos, vasos a medio llenar con jugo de naranja, medias perdidas entre cojines y un par de juegos de mesa abandonados sobre la mesa de centro.
Era un caos adorable, de esos que solo ocurren cuando la vida se permite ser simple por unas horas.

—¡Vamos chicas, necesitamos almohadas adicionales! —gritó Ceyla, corriendo de un lado a otro mientras abrazaba dos cojines enormes—. Esta noche nos vamos a divertir hasta que nos duela la panza.

Eliana, como siempre, permanecía serena, acomodada en un rincón con una manta sobre las piernas. Sus ojos seguían el movimiento de Ceyla con una mezcla de cariño y resignación.
—Ceyla, baja un poco el ritmo —murmuró con voz tranquila—. No todas tenemos la misma energía que tú.

—Relájate, Eli —respondió Ceyla, lanzando una almohada al aire—. Yo pongo la diversión y tú solo sonríe. ¡Ese es el trato!

Vittoria y yo reímos mientras Carlos se limitaba a observar, disfrutando de la escena con su típica calma. Pronto nos sentamos todos en círculo, con las luces tenues y el aroma de palomitas llenando el aire.

Como en toda pijamada, la conversación no tardó en desviarse hacia los temas inevitables: romances, amores imposibles y esas confesiones que solo salen de madrugada, cuando las defensas bajan y la risa se mezcla con la nostalgia.

—Bueno… —dijo Ceyla, apoyando la barbilla sobre una almohada—. Empiezo yo: estoy hablando con alguien, pero no sé si es amor o aburrimiento.

—Eso suena prometedor —bromeó Carlos, ganándose una almohada directo al rostro.

Las risas llenaron el espacio y, entre el bullicio, me di cuenta de que todos esperaban que yo hablara.

—A ver, Samara… —dijo Vittoria, con una sonrisa traviesa—. Te toca.

Tomé aire. No quería hacerlo, pero sus miradas insistentes me acorralaron suavemente.
—No voy a decir nombres… pero sí, hay alguien que me interesa —dije al fin, abrazando mis rodillas—. Es complicado.

—¡Vamos, Mara! —exclamó Ceyla, lanzándome una almohada—. No seas tímida, somos amigas, no jueces.

Miré hacia el suelo, jugueteando con una esquina de la manta.
—Es solo que… no quiero que pase como con Felipe —susurré.

El nombre cayó como una piedra en el agua. El eco fue leve, pero todos lo sintieron. Vittoria bajó la mirada, y Eliana me ofreció una sonrisa comprensiva.
Carlos, con esa serenidad suya, fue quien rompió el silencio.
—A veces lo complicado también puede ser divertido —dijo suavemente—. Solo hay que tener paciencia, y saber cuándo vale la pena esperar.

Sus palabras quedaron flotando en el aire. No respondí. Tal vez porque, en el fondo, sabía que Alessandro me había hecho sentir algo parecido a esperanza, pero el recuerdo de Felipe aún dolía, como una herida que a veces parecía cerrar y de pronto volvía a sangrar.

La noche avanzó entre risas, películas mal dobladas, juegos que nadie terminó y bromas que solo tenían sentido en ese momento.
Ceyla seguía siendo el alma del grupo, haciendo imitaciones y exagerando cada anécdota.
Eliana, más tranquila, se encargaba de que nadie derramara jugo sobre las cobijas.
Y yo… yo solo intentaba disfrutar, sin pensar demasiado, sin dejar que los recuerdos del pasado me alcanzaran.

Por unos minutos, lo logré.

Amanecer

El sol comenzó a colarse tímidamente entre las cortinas. Los rayos anaranjados se filtraban por el suelo lleno de mantas, y el departamento olía a café recién hecho y a sueño.
Samara dormía profundamente, con el rostro relajado, una expresión de paz que pocas veces se le veía, Eliana y Ceyla parecian pelearse incluso entre sueños y Carlos había salido temprano para una sesión de fotos.

Yo, Vittoria, era la única que parecía haber despertado. Me levanté despacio, intentando no hacer ruido, y fui hacia la cocina buscando algo de agua.

Pero no estaba sola.

Sentado en la barra, con una laptop abierta y unos auriculares colgando del cuello, estaba un chico que no había visto la noche anterior. Tenía el cabello ligeramente despeinado, una taza entre las manos y una sonrisa tranquila.

—Oh… no esperaba encontrar a nadie más tan temprano —dije, sorprendida.

—Buenos días —respondió, levantando la mirada—. Samara todavía duerme, así que aproveché para desayunar tranquilo.

—Parece que ambos disfrutamos del silencio matutino —respondí, acercándome con cautela—. Soy Vittoria.

—Damián —dijo él, cerrando la laptop y extendiendo la mano—. El primo gamer, según Samara.

Reí, aceptando el apretón de manos.
—Sí, he oído de ti… algo sobre competencias en línea y muchas horas sin dormir.

—Culpable —admitió, sonriendo—. Pero solo cuando hay torneos. Hoy soy un ciudadano funcional. ¿Café?

—Por favor —respondí, sentándome frente a él.

El aroma a café llenó el aire, mezclado con el murmullo del viento afuera. Había algo cómodo en ese silencio compartido, algo que no necesitaba explicaciones.

—¿Te gusta el café fuerte o suave? —preguntó, mientras servía.

—Suave, gracias. El fuerte me pone nerviosa.

—Entonces el suave es perfecto —dijo, dejándome la taza frente a mí—. Prometo que no haré que hables de videojuegos antes del desayuno.

—Lo agradezco —reí suavemente—. Aunque si me das otra taza, tal vez aguante una charla sobre eso.

Ambos sonreímos. Era una conversación simple, pero genuina, de esas que fluyen sin forzar nada.
Mientras hablábamos, descubrí que Damián tenía una forma amable de mirar, sin prisa, como si realmente escuchara lo que decías. Me habló de Italia y sus visitas a mi país, de cómo extrañaba el ruido de la familia los domingos, y de lo mucho que admiraba a Samara, “aunque a veces se haga la fuerte”, dijo entre risas.




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