El susurro de la Lluvia

CAPÍTULO XX

Smara

El apartamento de Samara vibraba con el eco de voces, risas y el ruido de secadores, cremalleras y zapatos sobre el piso de madera. La noche prometía ser especial: Mikael, su hermano mayor, tocaría con su banda por primera vez en un escenario importante.

—No puedo creer que haya llegado el día —dijo Samara mientras se miraba al espejo, ajustando los pendientes que Vittoria le había regalado—. Parece mentira.

—Créelo —respondió Eliana, saliendo de la habitación con el cabello suelto y una sonrisa—. Esta noche va a ser inolvidable.

Ceyla, sentada en el sofá con un vestido color marfil, revisaba algo en su teléfono. Luka se había ofrecido a pasar por todos, y aunque él esperaba afuera, había entrado unos minutos antes a dejar una chaqueta que Samara había olvidado en su auto la última vez. Cuando Ceyla dejó caer sin querer su bolso, Luka se agachó a recogerlo al mismo tiempo que ella. Sus manos se rozaron y, por un segundo, sus miradas se encontraron.

—Gracias… —murmuró ella, con una sonrisa tímida.

—De nada —contestó Luka, apartándose despacio, con ese tono contenido que parecía esconder algo más.

Carlos, desde el pasillo, observó la escena y levantó una ceja, pero decidió no decir nada. Había aprendido que a veces el silencio evitaba tormentas.

—¿Listos todos? —preguntó Samara, tomando su chaqueta de cuero—. No quiero que Mikael me mate si llegamos tarde.

El grupo salió entre murmullos y risas. Afuera los esperaban Alessandro, Vittoria, Damián y Leandro. Alessandro, con una camisa azul y las mangas dobladas, se veía sereno, aunque sus ojos no podían dejar de buscar a Samara entre los demás. Cuando la vio salir, su sonrisa se suavizó.

—Llegas perfecta —dijo en voz baja, abriéndole la puerta del auto.

Samara sintió un leve calor subirle al rostro, pero solo respondió con un “gracias” que sonó más suave de lo que esperaba.

El lugar del concierto era un antiguo teatro reacondicionado, con luces tenues, aroma a madera vieja y la promesa de una noche inolvidable. La banda de Mikael afinaba los instrumentos sobre el escenario, mientras el público murmuraba con expectación.

Cuando las luces bajaron, Mikael apareció. Llevaba el cabello algo despeinado, la chaqueta de cuero que Samara le había regalado y una sonrisa que encendió al público.

—Buenas noches, San Vicente —dijo al micrófono, su voz grave y entusiasta—. Esta noche no solo venimos a tocar… venimos a vivir.

El público estalló en aplausos. Samara se levantó de su asiento y gritó con entusiasmo, mientras Alessandro la observaba, sonriendo.

—Tenías razón —le dijo él, inclinándose hacia ella para que pudiera escucharlo entre el ruido—. Tu hermano tiene presencia.

—Siempre la tuvo —respondió Samara—. Solo necesitaba el escenario para probarlo.

El primer acorde vibró en el aire. La batería marcó el ritmo y las luces parpadearon con la intensidad de la guitarra. Mikael se movía con soltura, interactuando con el público, haciendo bromas entre canción y canción.

—Esta la compuse pensando en alguien que siempre me ha recordado que la vida no se mide en días, sino en momentos —dijo antes de comenzar una balada más suave.

Samara se llevó una mano al pecho. Reconocía la melodía: era la canción que Mikael había escrito después de la muerte de su abuelo.

Alessandro, al verla tan emocionada, se acercó un poco más. Sus manos rozaron cuando ella quiso apoyarse en el brazo de la silla. No la apartó.

—Está bien —susurró Alessandro—. Puedes tomar mi mano si quieres.

Samara lo miró, sorprendida por su tono bajo, casi inaudible, pero obedeció. Su piel estaba cálida, firme, y por un momento todo el ruido se desvaneció.

Los ojos de Mikael, desde el escenario, se encontraron brevemente con los de su hermana. Sonrió.

—Esta va por ti, Sam —dijo antes de volver a cantar.

El público coreó, las luces bailaron, y Samara sintió que algo dentro de ella se rompía y se recomponía al mismo tiempo. Alessandro la miraba con una mezcla de ternura y respeto, y cuando una lágrima se escapó por su mejilla, él la secó con la yema de los dedos, sin apartar la vista.

—No llores —murmuró—. Te prometo que todo lo bueno que viene, será aún más fuerte.

Ella lo miró, temblando un poco, entre el sonido de la música y las luces que giraban como en un sueño.

Mientras tanto, entre el público, Leandro apenas podía concentrarse. Cada vez que veía a Damián reír con Vittoria, el nudo en su pecho crecía.

—No puedo… —susurró, apartando la mirada.

Vittoria lo notó, pero no dijo nada. Su silencio fue más elocuente que cualquier explicación.

Luka, desde unos asientos más atrás, le ofreció un pañuelo a Ceyla cuando ella estornudó por el humo artificial del escenario.

—Gracias —dijo ella, riendo con vergüenza.

—De nada, pero si te enfermas, no pienso cargar con la culpa —respondió él con media sonrisa.

Eliana, que estaba a un lado, soltó una risita suave, mirando a Luka con un dejo de complicidad.

El concierto continuó. Mikael saltaba, bromeaba, interactuaba con el público.

—¿Y si se enamoran esta noche? —preguntó, mirando al público con picardía—. No se preocupen, pasa todo el tiempo en mis conciertos.

El público estalló en risas y gritos. Samara sonrió y miró de reojo a Alessandro, que también sonreía.

—No le des ideas —dijo ella.

—Demasiado tarde —respondió él, acercándose un poco más.

Por un momento, todo pareció detenerse: los gritos, las luces, la multitud. Samara sintió su respiración mezclarse con la de Alessandro, tan cerca que podía notar el leve perfume a madera y lluvia que él siempre llevaba. No se besaron, pero la tensión entre ambos era tan palpable que bastó con que sus ojos se encontraran para decirlo todo.

Cuando el último acorde sonó y el público aplaudió, Mikael levantó la mano.

—Gracias por hacer de esta noche algo inolvidable. Recuerden: siempre hay algo hermoso detrás del ruido.




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