El susurro de la Lluvia

CAPÍTULO XXII

El departamento estaba en silencio.
Solo el tic tac del reloj y el ruido del viento colándose por la ventana.

Samara dejó su bolso sobre el sillón, exhalando con cansancio. Pero algo en la mesa llamó su atención: una carpeta gruesa, con el nombre Leonor Moretti escrito en la esquina superior, y el sello del Instituto Nacional de Seguros.

No recordaba haberla visto antes.
Reconoció la letra de Alessandro en una nota pegada al borde: “Para archivar.”

Su pecho se apretó.
La curiosidad se mezcló con una sensación extraña, como si una sombra le pasara por la espalda.
Abrió la carpeta.

Adentro había documentos oficiales, fotos del accidente, informes médicos, declaraciones.
Todo meticulosamente ordenado.

Y entonces lo leyó.

Felipe Smith.

Su corazón se congeló.

El nombre estaba allí, impreso en tinta negra, como una sentencia.
Su exnovio.
El mismo que había muerto dos años atrás en un accidente que ella pensó ajeno.

Volvió a leerlo, buscando una explicación imposible.

“Conductor del vehículo dos: Felipe Smith. Fallecido en el lugar.”
“Conductor del vehículo uno: Leonor Moretti. Fallecida en el lugar.”

Las palabras parecían moverse, danzar entre lágrimas que no alcanzaba a contener.
El piso desapareció bajo sus pies.

Felipe… y la madre de Alessandro.
En el mismo accidente.
En el mismo instante.

Sintió una presión en el pecho, un nudo que la hizo tambalearse.
Todo lo que había vivido con Alessandro se torció de repente.

¿Lo sabe?
¿Alessandro sabe que Felipe fue quien mató a su madre?
¿Y si sí lo sabe? —el pensamiento le cortó la respiración— ¿y si solo se acercó a mí para vengarse?

Un sollozo ahogado escapó de sus labios.
¿Y si no lo sabe… y cuando lo descubra, me odia?

El temblor en sus manos se volvió insoportable.
Tomó aire, intentando contenerse.
Pero la culpa la devoraba, aunque no fuera suya.

Golpes en la puerta. Fuertes, insistentes.

Abrió, y Eliana irrumpió como una tormenta.
Los ojos hinchados, el rímel corrido, las manos temblando.
Detrás de ella, Ceyla bajaba la mirada, con la culpa escrita en la piel.

—¿Qué pasa? —preguntó Samara, todavía con el nudo en la garganta.

Eliana la miró con una mezcla de furia y dolor.
—¡Pasa que todo este tiempo ella —señaló a Ceyla— hablaba con Luka! ¡A escondidas de mí! ¡Como si no importara nada!

Ceyla dio un paso atrás.
—No fue así, Eliana… no fue así.

—¡Claro que fue así! —gritó—. ¡Tú lo sabías! ¡Lo sabías y lo ocultaste!

Samara intentó calmarla.
—Eli, por favor, tranquilízate.
—¡No me digas que me calme! —respondió con un grito que la quebró—. ¡Tú no entiendes lo que se siente!

Samara respiró hondo.
—Sí lo entiendo.

Las dos se quedaron en silencio.
Eliana la miró con confusión, y entonces Samara no pudo contenerlo más.

—Acabo de descubrir que el hombre que amé… mató a la madre del hombre que amo.

Eliana parpadeó, sin comprender.
—¿Qué dijiste?

Samara dejó caer la carpeta sobre la mesa.
Las hojas se desparramaron, las fotos se deslizaron al suelo.

—Ahí está todo. —Su voz se quebró—. Felipe Smith… y Leonor Moretti. El mismo accidente.

Ceyla se llevó las manos a la boca.
Eliana retrocedió un paso, horrorizada.

—No… no puede ser. —Eliana negó con la cabeza—. ¡No puede ser!

—Lo es —susurró Samara—. Y Alessandro no lo sabe.

Ceyla, con lágrimas en los ojos, murmuró:
—¿Y si sí lo sabe, Samara? ¿Y si todo esto… si ustedes… fue parte de algo más?

Samara la miró con rabia contenida.
—No digas eso.

—¡Piensa! —insistió Ceyla, dando un paso al frente—. ¡Tal vez por eso se acercó a ti! ¡Tal vez siempre lo supo!

—¡Basta! —gritó Samara—. ¡No te atrevas!

Eliana se metió entre las dos.
—¡Ya callense! ¡Las dos!

Pero la tensión era un incendio.

—Tú no sabes nada, Ceyla —continuó Samara, temblando—. No sabes lo que es amar y sentir miedo al mismo tiempo.

Ceyla apretó los puños.
—¿Y tú sí? ¡Porque al final siempre te pones en el centro de todo! ¡Todo gira alrededor de ti, Samara!

Eliana la empujó.
—¡No te atrevas a hablarle así!

Ceyla la empujó de vuelta.
—¡Estoy harta! ¡De fingir que no pasa nada, de cuidarles las emociones mientras las mías no importan!

Eliana le dio una bofetada.
El sonido resonó seco, brutal.

Ceyla la miró con los ojos llenos de furia y lágrimas.
Samara trató de separarlas, pero el caos ya era total.

Entonces la puerta se abrió otra vez.

Carlos entró.

Su voz fue un trueno:
—¡Ya basta!

Las tres se quedaron heladas.

Carlos miró a Ceyla, serio, sin una palabra de más.
—Nos vamos.

—Carlos… —murmuró ella, con los ojos rojos.
—Ahora. —Su tono no admitía réplica.

Ceyla bajó la cabeza. Caminó hacia la puerta sin mirar atrás.

Eliana se dejó caer en el sofá, temblando.
Samara, en silencio, recogió una de las fotos que había caído al suelo: el auto de Leonor, completamente destrozado.

No pudo más. Se dejó caer también, apretando la imagen entre los dedos.
Lloró en silencio.

Si Alessandro lo sabía… me usó.
Y si no lo sabía… me odiará.

El reloj marcó las ocho.
Pero el tiempo, para ella, se detuvo.

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Mientras tanto, en la casa.

Alessandro entró al despacho donde estaba su padre.
Alexander estaba de pie junto a la ventana, con las manos en los bolsillos y la mirada perdida en la oscuridad del jardín.

—¿Querías hablar conmigo? —preguntó Alessandro.

Alex no respondió de inmediato.
Solo asintió con un gesto lento, sin apartar la vista del cristal.




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