El susurro de la Lluvia

CAPÍTULO XXVIII

Dos semanas después.
Roma amaneció gris.
El cielo parecía hecho de plomo, y la lluvia golpeaba los cristales con una cadencia hipnótica.
En la casa de Alessandro Moretti, Samara Barker permanecía frente al televisor, con las piernas recogidas y una manta sobre los hombros.
El sonido del noticiero llenaba el silencio.

“Comienza el juicio contra Judith Smith, acusada de conspiración y tentativa de homicidio. Nuevas pruebas vinculan el atentado que cobró la vida de Felipe Smith Jr. y Leonor Moretti con un plan premeditado.”

Samara apretó los puños.
El rostro de Judith aparecía en pantalla: impecable, altiva, vestida con un traje gris perla.
Nada en ella parecía reflejar el peso de lo ocurrido.
Y sin embargo, sus ojos… esos ojos guardaban una tormenta.

Felipe Smith Jr. —su Felipe— ya no estaba.
Murió en un accidente destinado a otra persona.
Y esa persona era Leonor Moretti, la madre del hombre con quien ahora compartía techo y duelo.

El mundo era demasiado cruel con sus ironías.

/////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////

El tribunal

El tribunal de Roma estaba lleno.
Cámaras, periodistas, curiosos.
El apellido Smith volvía a ocupar los titulares, y el morbo era más fuerte que la compasión.

Judith caminó por el pasillo central como si aún fuera una reina caída.
Su marido, Felipe Smith, no se presentó.
No la defendió.
Solo Alessandro, su padre y hermana estabas allí, silencioso, en una de las filas traseras, con el rostro impasible y los ojos oscuros.

El fiscal comenzó su alegato:
—La evidencia es clara. La acusada Judith Smith contrató a un conductor con el fin de provocar un accidente automovilístico que eliminara a la señora Leonor Moretti.
Pausa.
—El vehículo, sin embargo, fue utilizado por su propio hijo, Felipe Smith Jr., quien murió en el impacto junto a la víctima original.

Un silencio denso cayó sobre la sala.
Los flashes se dispararon.
Judith alzó la barbilla, fingiendo serenidad, pero el temblor de sus manos la traicionó.

El fiscal presentó la carta.
Un documento rescatado del correo electrónico personal de Judith, con instrucciones precisas al conductor:

“Haz que el coche de Leonor Moretti nunca llegue a destino.”

Los murmullos crecieron.
El juez pidió silencio.

—¿Tiene algo que declarar, señora Smith?

Judith respiró hondo.
Su voz, cuando habló, fue un susurro cargado de veneno.

—Sí. Quiero que sepan la verdad.
Se levantó lentamente, los ojos brillando con furia.
Él me destruyó.
El nombre salió con odio contenido:
Alexander Moretti.

Un murmullo recorrió la sala.
—Hace años me prometió una vida, una familia, una posición. Y luego me echó como si fuera una extraña.
Su voz subió un tono, quebrada.
—¡Me dejó por una secretaria! ¡Por una mujer que olía a lavanda y hablaba de energías y estrellas!

Las cámaras se abalanzaron sobre ella.
Los reporteros escribían frenéticamente.
El juez intentó calmarla, pero Judith ya había cruzado la línea entre el control y el caos.

—¿Y qué recibí yo? —gritó—. Una vida vacía. Un marido que me despreciaba. Un hijo que solo conoció el peso de mi rabia.
Pausa.
Sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Yo no quise matarlo… ¡No a él! ¡Era a ella!
La sala entera se estremeció.
Leonor Moretti me robó lo que era mío. ¡Mi lugar, mi amor, mi futuro!

El juez la observó con una mezcla de compasión y horror.
El fiscal habló, sereno:
—Entonces, señora Smith, admite haber ordenado la muerte de Leonor Moretti.

Judith alzó la barbilla, orgullosa aún en su ruina.
—Sí. Pero Alexander la mató mucho antes que yo. La mató el día que decidió amarla.

////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////

Samara seguía mirando la pantalla, sin poder apartar los ojos del desastre.
La voz de Judith, quebrada y furiosa, llenaba la sala de estar.
La lluvia caía afuera, igual que aquella noche trágica.

Alessandro entró desde el pasillo, con expresión agotada.
—¿Aún lo estás viendo?
Ella asintió, sin responder.
Él se acercó y se sentó junto a ella.
La transmisión mostraba a Judith siendo escoltada fuera del tribunal, entre flashes y gritos.

—Ella no amaba de verdad —murmuró Samara, con un nudo en la garganta—. Pero el amor se pudrió.
Alessandro miró la pantalla.
—Mi padre nunca habló de ella. Pero creo que, en el fondo, ambos se destruyeron.

Se quedaron en silencio.
Solo la lluvia y el murmullo de los periodistas llenaban la habitación.

Esa noche, los noticieros repitieron el momento una y otra vez:

“Judith Smith rompe el silencio y culpa a Alexander Moretti.”
“La tragedia que unió dos familias y las condenó para siempre.”
“El juicio que desenterró 27 años de secretos.”

Samara apagó el televisor.
El reflejo de la pantalla vacía les devolvía una imagen extraña: dos personas unidas por el dolor, buscando reconstruir lo que la verdad acababa de derrumbar.

Ella apoyó la cabeza sobre su hombro.
Él respiró hondo, y por primera vez en mucho tiempo, su mirada no cargaba con rencor.
Solo con la paz que llega cuando todo, por fin, sale a la luz.

Afuera, la lluvia seguía cayendo, implacable.
Como si el cielo, una vez más, decidiera llorar por ellos.

o solos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.