El susurro de la Lluvia

CAPÍTULO XXIX

Narrado por Samara

Han pasado tres años desde el accidente.
Y aunque el tiempo no cura del todo, enseña a respirar sin que duela tanto.

La vida, poco a poco, volvió a su cauce.

Alessandro y yo hemos estado conviviendo juntos, él había regresado a Italia y yo solía viajar entre roma,canadá y londres.

Roma, con su caos hermoso y su luz dorada al atardecer, se convirtió en mi refugio.
A veces todavía despierto pensando que todo fue un mal sueño: el accidente, el juicio, la lluvia interminable de aquel año.
Pero entonces escuchó la voz de Alessandro llamándome desde la cocina, y el aroma del café llena el aire… y sé que ya no vivo en el pasado.

Ahora los días son distintos.
Más tranquilos.
Más nuestros.

Felipe y Leonor ya llevan tres años en el cielo.
Felipe descansa en Londres; Leonor, en Italia.
Sus nombres ya no duelen como antes.
Son como una brisa suave que pasa de vez en cuando, recordándonos que hubo amor antes del desastre… y que, incluso en medio de la pérdida, algo hermoso floreció.

Alessandro y yo estamos planeando mudarnos juntos.
Encontramos una casa cerca del Trastevere, con paredes color marfil, balcones cubiertos de hiedra y una vista al río que se tiñe de oro al atardecer.
A Alessandro le gusta decir que “allí la lluvia suena más suave”.
Y yo sonrío, porque cuando estoy con él, todo suena más suave.

Hoy, entre cajas apiladas y pinceles sueltos, bromea con que mis cosas ocuparán toda la casa.
—Tus lienzos van a terminar durmiendo en mi lado de la cama —dice.
—No te quejes, amor —le respondo riendo—. Mis pinturas hacen que tus trajes luzcan mejor.
Y él sonríe. Esa sonrisa leve que siempre me recuerda por qué elegí quedarme.
Su sobriedad se mezcla con mi caos, y de alguna forma, funciona.

Damián y Vittoria también están juntos.
Se cansaron de fingir que eran solo amigos.
Lo supe el día que los vi besarse sin miedo en medio de una plaza romana, riendo como adolescentes.
Después de tanto dolor, verlos así fue como presenciar una pequeña victoria.

Vittoria se tomó un descanso del modelaje y ahora hace streams junto a Damián; hablan de arte, música y causas sociales, con esa naturalidad que los hace tan auténticos.
Él volvió a estudiar: está aprendiendo sobre negocios y producción, porque quiere ayudarla a crear algo propio, algo que lleve su nombre.
Los padres de Vittoria, al principio, no lo querían.
Veían en Damián solo a un chico rebelde, sin rumbo, con más cicatrices que títulos.
Pero el tiempo les mostró quién era en realidad: un hombre noble, leal y profundamente amoroso.
Ahora lo adoran, tanto o más que a Vittoria.

Y lo que más me conmueve es su forma de acompañarla en el duelo.
Damián nunca intenta borrar el pasado, nunca la obliga a olvidar.
La anima a recordar, a hablar de Leandro, a mantener viva su memoria.
A veces organizan pequeños eventos o exposiciones en su honor, o simplemente caminan por los lugares que solían visitar.
Vittoria dice que con Damián puede llorar sin culpa y reír sin miedo.
Y eso, creo, es el amor más puro que existe: el que abraza lo que fue, sin dejar de construir lo que viene.

Ceyla y Luka son otro tipo de historia.
Ella sigue siendo un torbellino de energía, impulsiva, risueña, imposible de ignorar.
Él, todo lo contrario: reservado, observador, con esa calma que desarma.
Y quizá por eso encajan tan bien.
Ella lo empuja a vivir; él la enseña a detenerse.
Los vi una tarde en el estudio, Luka leyendo mientras Ceyla pintaba con música a todo volumen.
Desde que empezó a interesarse por el arte, ha descubierto una nueva forma de expresarse, y Luka la impulsa sin reservas.
Eliana y ella lograron reconciliarse; fue en una noche de vino, lágrimas y abrazos en mi apartamento de Canadá.
Nos reconciliamos las tres, y desde entonces, Vittoria se unió a nosotras.
Ahora somos una familia distinta, unida por el dolor, sí… pero también por la resiliencia.

Eliana, mientras tanto, sigue en Canadá.
Su negocio de moda florece más que nunca.
Fue invitada a la Semana de la Moda de París, y su nueva colección lleva el nombre Renacer.
No podía ser más apropiado.
Y sí, está saliendo con Mikael, mi hermano.
El mismo Mikael que solía decir que “la música era suficiente”.
Ahora lo veo entre bastidores, con su guitarra en mano y una sonrisa que solo ella puede provocar.
Eliana le da calma; él le da canciones.
Juntos parecen una melodía completa.

Carlos sigue en el mundo del modelaje.
Su rostro aparece en vallas y revistas, pero él sigue siendo el mismo chico alegre y leal.
Viaja tanto que apenas lo vemos, pero siempre encuentra la forma de hacernos sentir cerca: postales desde Tokio, fotografías desde Nueva York, pequeños regalos desde París.
Dice que quiere que pasemos Navidad juntos en Londres, “como cuando éramos niños”.
Yo le creo. Y aunque la distancia a veces pesa, sé que su corazón siempre vuelve a nosotros.

Esa noche, la lluvia volvió.
No con violencia, sino con ternura.
Como si el cielo suspirara con nosotros.

Alessandro llegó con una botella de vino y dos copas.
—¿Sabías que hoy hace un año desde que terminó el juicio? —dijo, dejando el abrigo en el perchero.
Asentí, sin mirarlo.
—Y un año desde que decidimos quedarnos —respondí.

Sonrió, esa sonrisa suya que apenas curva los labios, pero que dice más que mil palabras.
Se sentó a mi lado y me ofreció la copa.

Brindamos sin hablar.

—No pensé que volvería a tener algo así —susurró él—. Algo tan… simple, pero tan mío.
—No lo tienes —le dije, sonriendo—. Lo compartes conmigo.

Él rió, esa risa baja que vibra en el pecho, y me atrajo hacia su abrazo.
Sentí su respiración cálida en mi cuello, y el mundo pareció detenerse.




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