Alessandro:
Había enfrentado juntas directivas, reuniones con inversionistas y hasta aperturas de hoteles bajo tormentas mediáticas… además de los imparables regaños de mi padre.
Pero nada, absolutamente nada, me preparó para conocer a la familia Barker.
Samara conducía tranquila, sonriendo como si el mundo no pesara.
Yo, en cambio, llevaba veinte minutos practicando mentalmente cómo no parecer un idiota.
—Tranquilo, amor —dijo sin apartar la vista del camino—. No te van a morder.
—¿Tu hermano no dijo exactamente eso antes de casi partirle la mandíbula a un tipo que te miró mal?
—Ese era Mikael —rió—. Y no te preocupes, papá es un amor... solo un poco protector.
—¿Un poco?
—Bueno… solo un poco.
No supe si reírme o pedirle que diera la vuelta.
Cuando llegamos, la casa olía a lavanda y pan recién horneado. En la entrada, una mujer de sonrisa cálida nos esperaba.
—¡Mi niña! —exclamó Lilian, abrazando a Samara tan fuerte que casi la levanta del suelo.
Luego me miró, y antes de que pudiera decir algo, me envolvió también en un abrazo.
—Y tú debes ser Alessandro… el italiano que la tiene sonriendo todo el día.
—Eso intento, señora —balbuceé.
—No me llames señora, me hace sentir vieja —dijo con una carcajada—. Llámame Lilian.
Dentro, Sebastián Barker, su padre, nos esperaba con una copa de vino y una mirada analítica, de esas que escanean más que un detector de metales.
—Así que tú eres el famoso Moretti.
—Sí, señor. Un honor conocerlo.
—Mhm… Samara me dijo que administras hoteles, ¿verdad?
—Así es. La cadena Moretti. Hoteles en Roma, Florencia y Nápoles.
—Ajá… interesante —tomó un sorbo de vino—. Yo soy farmacéutico. No administro hoteles, pero sí sé reconocer cuando alguien está nervioso.
Samara se rió mientras yo intentaba no sudar.
—Papá…
—¿Qué? Solo observo. Es parte de mi trabajo científico —dijo con una sonrisa que no sabía si era amistosa o un reto.
En ese momento apareció Saray, la hermana mayor, con sus dos hijos: Nikolas, de seis años, y Sebastián Jr., de tres.
Nikolas me miró desde el sofá, con los brazos cruzados.
—¿Tú eres el novio de mi tía?
—Así es.
—No pareces tan fuerte.
Samara soltó una carcajada.
—Nikolas, compórtate.
—¿Y tú sabes jugar fútbol? —preguntó el pequeño, Sebastián Jr., con la misma expresión que su abuelo.
—Un poco —respondí.
—Mmm… —dijo Nikolas—. Mi tío Mikael juega mejor… y tiene guitarra.
—Yo tengo una guitarra también —contesté sonriendo.
—¿Sí? ¿Y tocas canciones de Mario Bros?
—Ehh… puedo aprender.
—Entonces veremos —dijo el niño, con solemnidad de juez—. ¿Sabes dibujar dragones?
—No, eso no.
Nikolas suspiró dramáticamente.
—Entonces no. Lo siento.
El pequeño Sebastián aplaudió su veredicto.
—¡No me gusta!
Toda la familia estalló en risas.
Saray no podía ni respirar.
—Hermano, oficialmente perdiste contra dos menores de edad —le dijo entre carcajadas.
Me llevé la mano al corazón.
—Duro golpe. Espero ganarlos con helado más tarde.
—Esa es la actitud —dijo Lilian—, aunque te advierto que aquí los celos se heredan.
Mientras tanto, Mikael observaba desde la cocina, riendo.
—No te preocupes, Alessandro. Todos pasamos por el interrogatorio Barker.
—¿Tú también?
—Sí, pero yo soy hijo, no novio. No me salvé tampoco.
El almuerzo fue un caos delicioso. Lilian sirvió lasaña casera; Sebastián contaba anécdotas de su farmacia; Saray hablaba de sus clases; y los niños discutían quién tendría más pastel.
Entre risas, Lilian me miró con ternura.
—Sabes, Alessandro, me recuerdas un poco a Mikael cuando era pequeño. Siempre tan responsable, tan contenido…
Yo bajé la vista.
Ella colocó una mano sobre la mía.
—Pareces alguien que creció en un ambiente amoroso. Tus padres deben estar muy orgullosos de ti.
Su voz era suave, cálida, como si el aire se volviera hogar.
—Gracias, Lilian —respondí con la garganta cerrada.
Samara me tomó la mano bajo la mesa.
Después de la cena, Sebastián me pidió que lo acompañara al jardín.
El aire olía a tierra húmeda y a vino. Los grillos cantaban entre las flores.
—Bonita noche —dijo, mirando hacia el cielo.
—Lo es —respondí, intentando sonar relajado.
Hubo un silencio breve, y luego habló con voz más grave.
—Samara… ha pasado por mucho. No te voy a pedir que la cuides, porque ella sabe cuidarse sola. Pero sí te voy a pedir que no le apagues el brillo.
—Nunca podría —dije sinceramente—. Su luz es lo que me trajo hasta aquí.
Él sonrió, apenas.
—Sabes, cuando la perdió todo, creí que no volvería a verla reír. Pero te vio, y volvió a hacerlo. Eso vale más que cualquier título, más que cualquier fortuna hotelera.
—Lo sé —dije, bajando la mirada—. No pienso olvidarlo.
Sebastián se cruzó de brazos, pero había ternura en su gesto.
—Bien. Entonces tienes mi respeto, Moretti… por ahora.
—¿Por ahora?
—Bueno, eso dependerá de si sobrevives a la próxima navidad con todos bajo el mismo techo.
Ambos reímos.
Antes de entrar de nuevo, me dio una palmada en el hombro.
—Y no te preocupes por los niños. Sus celos son solo una forma de decirte que ya te aceptaron.
—Lo sospechaba —respondí, sonriendo.
Más tarde, los pequeños me hicieron jugar fútbol en el jardín.
Nikolas me lanzó una pelota.
—¡Si la atrapas, puedes casarte con mi tía!
—¡Nikolas! —gritó Samara.
Pero la atrapé.
—Parece que ya tengo permiso —dije riendo.
Sebastián me miró de reojo.
—Veremos si apruebo la segunda parte —bromeó, sirviéndose otra copa.
Cuando nos despedimos, Lilian me abrazó una vez más.
—Cuídala, Alessandro. Y deja que te cuiden también. No todo amor tiene que doler.
—Lo sé —respondí, con un nudo en el pecho—. Gracias por recordármelo.