El susurro de la noche

Capitulo 16

El silencio dentro de la fábrica abandonada parecía tener peso propio. Un silencio denso, aceitoso, casi viscoso, que envolvía cada máquina oxidada como si fueran espectros dormidos. Valeria avanzaba con la linterna en mano, su respiración marcada, casi imperceptible, controlada como antes de un asesinato. No estaba nerviosa; estaba alerta. Había una diferencia, y Adrian lo sabía. Caminaba detrás de ella, un poco más tenso, aunque jamás lo admitiría.

—¿Estás segura de que esta es la dirección correcta? —preguntó en voz baja, cuidando que el eco no se expandiera demasiado.

—Estoy segura de que alguien quiere que creamos que lo es. —Valeria levantó la luz, iluminando un camino de huellas en el polvo—. Pero lo averiguaremos.

La fábrica, clausurada hacía años, perteneció a un proveedor de armas pequeño asociado al cartel Moretti. Adrian recordaba vagamente haber venido cuando era niño; su padre discutía sobre dinero mientras él jugaba con engranajes. Ahora, cada engranaje parecía mirarlo como un ojo metálico apagado.

Más adentro, Valeria se detuvo. No fue un sonido concreto lo que la frenó, sino un cambio casi imperceptible en la presión del aire. El susurro de la noche. Ese que la había acompañado desde niña.

—Aléjate —ordenó con un hilo de voz.

Adrian retrocedió un paso, confundido, justo cuando ella descubrió el dispositivo: una placa plateada, casi camuflada contra la maquinaria, apenas visible si no se sabía qué buscar.

Una bomba.

—¿Puedes desactivarla? —Adrian tragó saliva.

—Puedo intentarlo. Habla menos —murmuró, arrodillándose.

La bomba tenía cables cruzados, diseño antiguo, como si alguien hubiera querido disfrazar habilidad con rusticidad. Pero el temporizador digital delataba una mano experta. Valeria sacó una pequeña herramienta de su cinturón, respirando con calma. Recordó la voz de su padre instruyéndola, cuando aún era una niña sentada en su taller privado.

“Nunca le temas al mecanismo, Valeria. El miedo hace explotar lo que podría haberse detenido.”

Tomó el cable rojo.

Lo deslizó hacia un costado.

Cortó.

Un chasquido seco.

El temporizador se detuvo en 00:05.

Adrian dejó salir el aire que no sabía que retenía.

—Eres una maldita locura —susurró con un tono entre admiración y desesperación.

Valeria sonrió apenas.

—Lo sé.

Y entonces lo escucharon: un golpe metálico al fondo, profundo, firme. No era eco. No era maquinaria hundiéndose. Era un paso.

Valeria se puso de pie de inmediato, cambiando la linterna por su arma.

—No estamos solos.

Adrian cargó la suya.

Y la noche, desde algún rincón oscuro entre los engranajes, pareció susurrar algo que solo Valeria entendió:

“Corre.”

Pero no corrió.

Avanzó.




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