El susurro de la noche

Capitulo 17

La figura apareció entre las sombras como si hubiera estado esperando justo ese momento. Un hombre alto, cubierto con una máscara metálica que recordaba un rostro sin rasgos, sin boca, sin ojos definidos. Una máscara hecha para inquietar, no para ocultar.

—Valeria Cruz —pronunció una voz distorsionada, amplificada mecánicamente, como si hablara desde detrás de una pared gruesa—. Y Adrian Moretti. Los herederos de dos imperios destruidos.

—¿Quién eres? —preguntó Adrian, apuntando directamente al centro del pecho del hombre.

—Alguien que conoce sus pecados —respondió él, inclinando ligeramente la cabeza hacia Valeria—. Especialmente los tuyos.

Ella no titubeó.

—Si viniste a dar un discurso, te equivocaste de público.

El hombre soltó una risa breve, seca.

—Vine a advertirte. El camino que sigues no te llevará al asesino de tu padre.

El susurro de la noche pasó por la nuca de Valeria como un escalofrío helado.

—¿Y tú sí podrías llevarme? —preguntó con ironía amarga.

—Podría evitar que mueras persiguiendo fantasmas.

Valeria apretó la mandíbula.

—Los fantasmas no me asustan.

—Lo sé —respondió él—. Me temo que por eso morirá la gente a tu alrededor.

Adrian dio un paso adelante, molesto.

—Si sabes algo, lo dirás ahora mismo.

El hombre inclinó la cabeza.

—Ya te dije lo necesario. Solo vine a entregar un mensaje.

Entonces, antes de que pudieran reaccionar, arrojó un pequeño cilindro plateado al suelo. Tras un chasquido se liberó una nube negra que se dispersó como tinta líquida. Valeria retrocedió, cubriéndose la boca; Adrian la tomó del brazo para evitar que inhalara demasiado.

La nube se disipó en segundos.

Y el hombre había desaparecido.

—Mierda… —Adrian golpeó la pared más cercana—. ¿Qué demonios fue eso?

Valeria no respondió. Caminó hacia el centro de la fábrica, donde el cilindro había caído. Allí, en el suelo, quedó un pequeño símbolo quemado en la superficie: tres líneas cruzadas por un círculo.

Lo reconoció.

De niña, su padre lo había dibujado una vez en un libro de cuentas, antes de tacharlo con furia. Ella le preguntó qué significaba. Él solo le dijo:

“Prométeme que si lo ves algún día, correrás.”

Pero ella nunca corría.

Adrian se acercó, viendo la expresión en su rostro.

—¿Qué significa?

Valeria levantó la mirada.

—Significa que no estamos persiguiendo a los asesinos de mi padre. Ellos nos estaban esperando primero.

El susurro de la noche fue, esta vez, más fuerte. Casi como una advertencia desesperada.




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