El regreso a la ciudad fue silencioso, tenso. El motor del auto de Adrian ronroneaba como un animal inquieto, y cada sombra en las calles parecía moverse demasiado. Cuando llegaron al apartamento de él, Valeria entró sin esperar invitación. No era un espacio que visitara a menudo: moderno, ordenado, con un lujo casi minimalista. El contraste perfecto con su propio caos.
—Siéntate —dijo Adrian, dejando las llaves sobre la barra—. Necesito que me expliques qué mierda era ese símbolo.
Valeria no se sentó. Caminó hacia la ventana, mirando las luces lejanas.
—No es fácil de explicar.
—Inténtalo.
Ella respiró hondo.
—Antes de morir, mi padre estaba investigando algo. No era un cártel, ni una familia rival. Era una organización antigua. No se movían por dinero, ni por territorio. Se movían por… información.
Adrian levantó una ceja.
—¿Tipo inteligencia clandestina?
—Peor. —Valeria se giró hacia él—. No trabajan para gobiernos. Y no se les puede sobornar. Son… selectivos. Invisibles. Si un nombre entra a su lista, no sale nunca.
Adrian frunció el ceño.
—¿Tu padre estaba en esa lista?
—No solo él.
Adrian sintió un escalofrío desagradable recorrerle la columna.
—¿Tú también?
Valeria no respondió con palabras. Su silencio fue suficiente.
Adrian maldijo y empezó a caminar por el salón, inquieto.
—¿Por qué no me lo dijiste antes? ¿Por qué fuiste sola a esa fábrica sabiendo que podrían ser ellos?
Ella lo observó con una calma casi insoportable.
—Porque si te lo decía, habrías venido igual. Y prefiero que mueras por tu estupidez, no por mi pasado.
Adrian se detuvo de golpe.
—¿Eso es una forma de decir que te importo?
—Es una forma de decir que no quiero tener que enterrar a nadie más.
Él dio un paso hacia ella, lento, estudiando su respiración, el modo en que tensaba los dedos. La mujer que enfrentaba asesinos sin parpadear temblaba apenas al admitir una verdad simple.
—No voy a dejarte sola —dijo Adrian, su voz baja pero firme.
—Adrian…
—No. —Se acercó más—. No me importa si están cazándonos. Llevo toda la vida preparándome para esto. Si alguien quiere tocarte, tendrá que pasar sobre mi cadáver.
—Eso no es algo difícil de conseguir en tu caso —murmuró ella con sorna suave.
Él sonrió.
—Te gustaría verme muerto.
—A veces.
—Y sin embargo, aquí estoy.
Estaban demasiado cerca. La tensión entre ambos era una cuerda estirada a punto de romperse. Entonces, el teléfono de Valeria vibró. Ella lo miró. La pantalla no mostraba número.
Solo un mensaje:
“19:00. Estación vieja. Ven sola.”
Debajo, el símbolo:
Tres líneas cruzando un círculo.
Adrian lo vio por encima de su hombro.
—Es una trampa.
Valeria apagó el teléfono.
—Lo sé.
—No vas sola —insistió.
Ella guardó el móvil, dándole la espalda.
—Claro que voy sola.
Adrian la sujetó del brazo.
—Valeria…
Ella lo miró, sus ojos oscuros, encendidos por algo entre miedo, ira y un fuego que solo la noche alimentaba.
—Esto comenzó conmigo —dijo con voz baja—. Termina conmigo.
Y mientras se alejaba hacia la puerta, el susurro de la noche pareció arrastrarse por el suelo, como si intentara advertirle de un destino inevitable.
Pero Valeria jamás escuchaba advertencias.
Solo promesas de venganza.
Editado: 10.12.2025