El rugido volvió a retumbar en la estación, tan profundo que hizo vibrar las vigas oxidadas del techo. Valeria sintió cómo el suelo bajo sus pies parecía temblar con cada pulso de aquella cosa que emergía del túnel.
Adrian apretó su brazo.
—¡Valeria, vámonos!
Ella no se movió de inmediato. No podía. Sus ojos estaban clavados en la mancha oscura que se expandía en el túnel, una masa viva hecha de sombras compactas, como si la oscuridad hubiera cobrado forma física. Dentro de ella, algo se movía… algo que no debía existir.
Pero Adrian la arrastró de un tirón, rompiendo el trance.
—¡Ahora!
El instinto tomó el control.
Corrieron.
Subieron las escaleras de la estación a toda velocidad mientras el aire detrás de ellos vibraba, como si un huracán silencioso los persiguiera. Valeria sentía la presencia como una presión en la nuca, fría y opresiva. No se atrevió a mirar atrás.
Cuando alcanzaron la superficie, la humedad nocturna los golpeó como un balde de agua. Pero la sensación de alivio duró apenas un segundo.
La sombra surgió del túnel como un látigo de oscuridad estallando contra el aire. No era una criatura con forma reconocible. Era más bien una masa ondulante, con destellos dentro de ella que parecían ojos… o tal vez bocas… o tal vez nada humano.
Adrian levantó el arma y disparó instintivamente.
El disparo sonó como una explosión en medio del vacío.
La bala entró en la sombra.
Y simplemente… desapareció.
—¿Qué mierda…? —Adrian retrocedió dos pasos.
La sombra avanzó, extendiéndose sobre el suelo como una ola negra.
Valeria lo tomó del brazo.
—¡Corre hacia el auto! ¡Ya!
No discutió. Era demasiado tarde para eso.
Corrieron entre los autos estacionados, esquivando columnas, hasta llegar al coche de Adrian. Él abrió la puerta del conductor, pero la sombra los alcanzó antes de que pudiera subirse.
Un brazo oscuro, largo, delgado, formado de humo sólido, surgió de la masa negra y se lanzó hacia Valeria como un látigo.
Ella reaccionó a puro reflejo.
Rodó en el suelo.
El golpe impactó el auto detrás de ella, partiéndolo como si fuera de papel. Las chispas salieron disparadas, el metal se dobló, y la alarma del vehículo comenzó a sonar frenéticamente.
Adrian gritó su nombre.
Valeria se puso de pie de un salto y gritó:
—¡No me toques, hijo de puta!
Y disparó.
Cinco tiros.
Precisos.
Rápidos.
Pero la sombra absorbió cada bala como si fueran gotas de tinta. No sangró. No retrocedió.
Solo avanzó.
La noche susurró.
Un susurro urgente.
Un susurro que no era amenaza, sino advertencia.
Corre.
Pero esta vez Valeria no obedeció.
—¡Adrian, enciende el auto! —ordenó mientras retrocedía.
Él subió rápidamente y giró la llave. El motor ronroneó.
La sombra se abalanzó.
Valeria saltó hacia el asiento del copiloto justo cuando Adrian pisó el acelerador a fondo.
El auto salió disparado hacia adelante. La sombra los siguió deslizándose sobre el asfalto como un río de tinta viva.
—¡No va a parar! —gritó Adrian.
—¡No intentes alejarte, sácalo de su zona! ¡De su madriguera! —respondió Valeria.
—¿Y cuál es su madriguera?
Ella apretó los dientes.
—La estación vieja. Ese túnel. Ese lugar es suyo. Si lo sacamos del perímetro, tal vez…
Un crujido metálico los interrumpió.
La sombra se aferró al maletero del auto, hundiendo una especie de garra oscura que atravesó el metal. El coche derrapó violentamente. Adrian luchó por enderezarlo.
—¡Valeria, esto no es una jodida película, ¿qué hacemos?!
Ella subió la ventana y se inclinó por la ventanilla, disparando hacia la garra de sombra. La bala no la atravesó… pero la molestó. La sombra soltó un chillido agudo, casi un silbido metálico, y la garra se contrajo.
—¡Sigue acelerando! —gritó ella.
Adrian presionó más el pedal. El coche rugió, avanzando como un animal herido.
Pero la sombra seguía pegada al maletero.
—¡No se suelta! —bramó Adrian.
Valeria se metió medio cuerpo fuera del auto, sosteniéndose del borde mientras trataba de apuntar a la masa oscura. El viento helado le azotaba la cara, pero su pulso siguió firme.
—¡Valeria, métete! ¡Te vas a caer!
—¡Solo maneja!
Disparó.
Dos tiros más.
El auto saltó sobre un bache.
Ella casi pierde el agarre.
Adrian maldijo en voz alta.
La sombra chilló.
Se agitó.
Y finalmente, con un coletazo violento, cayó del maletero, rodando sobre el asfalto.
Adrian no desaceleró.
—¿Ya? ¿Lo dejamos atrás?
Valeria se metió de nuevo en el auto, respirando agitada.
—No lo dejamos atrás —jadeó—. Lo obligamos a volver.
—¿Volver a dónde?
Ella lo miró.
—A donde pertenece.
La sombra desapareció en la distancia, reducida a una mancha negra en el pavimento. Pero Valeria sabía que no era el final. Apenas un encuentro preliminar.
Adrian siguió conduciendo mientras sus manos temblaban en el volante.
—¿Qué era eso, Valeria?
Ella tardó un momento en responder.
—No era un hombre. Ni un arma. Era… un susurro.
—¿Un qué?
—La Noche. No solo son personas. Son ideas. Son… entidades. Manifestaciones creadas para proteger sus secretos. Mi padre las describía como guardianes. No se supone que existan fuera de ciertos límites. Pero esta salió. Porque ellos la soltaron.
Adrian golpeó el volante.
—¡Mierda! ¡Esto es una maldita pesadilla! ¿Cómo peleamos contra algo así?
—Con inteligencia —respondió ella, aun recuperando el aliento—. Y con lo que mi padre dejó atrás.
Adrian la miró de reojo.
—¿Qué te dejó?
Ella apretó los labios.
—Un mapa. Pero no de un lugar. De una verdad.
Él frunció el ceño.
—No entiendo.
—Yo tampoco —admitió Valeria—. Pero creo que ya es hora de descubrirlo.
Editado: 10.12.2025