El susurro de la noche

Capitulo 21

La noche cayó sobre la ciudad con una suavidad engañosa, como si intentara ocultar el veneno que corría por sus calles. Valeria caminaba con paso firme hacia el edificio central de la Fiscalía, con el abrigo oscuro ondeando tras ella y la mirada clavada en el teléfono donde revisaba por quinta vez el correo anónimo que había recibido hacía apenas unas horas:

“Tu padre confiaba en el hombre equivocado. El traidor sigue vivo. Y está cerca.
Si quieres saber la verdad, sigue el hilo del dinero.
Empieza por la Fundación Horizonte.”

Había muchas cosas que no la sorprendían ya… pero leer la palabra traidor en un mensaje tan directo había removido algo que llevaba años enterrado.
Ese peso volvió a caerle sobre los hombros mientras subía las escaleras del edificio. Se detuvo un segundo, inhaló hondo y empujó la puerta.

Dentro, el ambiente olía a café rancio y papeles viejos. Algunos funcionarios la saludaron con un gesto distraído; otros, con ese respeto nervioso que le tenían desde que los rumores sobre su “determinación extrema” habían empezado a circular. Valeria no se molestaba en desmentir nada: que cada quien creyera lo que quisiera. Ella no tenía tiempo para eso.

Caminó hasta su oficina, encendió la luz y dejó caer la carpeta del caso frente a ella. El nombre “Fundación Horizonte” brillaba marcado con resaltador.

—Muy bien —murmuró, sentándose—. A ver qué escondes.

Comenzó a revisar archivos: donaciones exorbitantes, movimientos financieros turbios y nombres de empresarios que “casualmente” habían hecho fortuna poco después de la caída del clan Torres. Todo olía mal. Muy mal.

Pero un nombre se repetía más que los demás.

Marco Santillán.

La sangre le heló un instante. Santillán había sido la mano derecha de su padre… y el hombre que, según la versión oficial, había muerto la misma noche de la masacre.

—No puede ser… —susurró, acercándose más al monitor.

Su pulso se aceleró. Si Santillán estaba vivo… eso significaba dos cosas:

  1. La infiltración había sido más profunda de lo que cualquiera imaginó.

  2. La muerte de su padre no había sido un error… sino una traición planificada.

La puerta de su oficina se abrió de golpe.

—Tenías que esperarme —dijo Adrián, entrando sin pedir permiso, como siempre.

Valeria ni siquiera levantó la vista.

—¿Desde cuándo te aviso cada vez que respiro?

—Desde que alguien intentó volarte el auto hace dos días, por ejemplo —respondió él, cruzándose de brazos.

Valeria bufó.

—Exageras. Fue un mensaje, no un intento real.

—Claro —replicó Adrián—, porque normalmente la gente se comunica usando explosivos. Es la forma universal de decir “hola”.

Ella le lanzó una mirada que habría hecho retroceder a cualquier otro. Adrián, sin embargo, sonrió. Esa sonrisa que siempre lograba romperle un poco la coraza.

Pero él la perdió en cuanto vio los documentos.

—¿Qué es eso? —preguntó, frunciendo el ceño.

—El hilo del dinero —respondió Valeria con voz baja, como si temiera pronunciarlo en voz alta—. Y si sigo tirando, voy a arrancar de raíz a quien sea que esté detrás de todo esto.

Adrián se inclinó para ver mejor.

—Marco Santillán… pensé que estaba muerto.

—Eso dicen. —Valeria cerró la carpeta—. Pero los muertos no suelen crear fundaciones benéficas con dinero sucio.

Hubo un silencio espeso entre los dos. Uno que decía más que mil palabras.

—Valeria —comenzó él con cautela—, si esto es cierto… si Santillán sigue vivo… estarás entrando en territorio donde incluso tú podrías no salir bien parada.

Ella se levantó.

—Ya he estado ahí antes. No pienso detenerme ahora.

Adrián suspiró y la tomó del brazo.

—Entonces voy contigo.

—No —dijo ella, seca.

—Ni lo sueñes —replicó él—. No voy a dejarte sola en esto.

Ella abrió la boca para discutir, pero entonces lo vio. Ese brillo en sus ojos. Esa mezcla de preocupación, terquedad y… algo más profundo. Algo que llevaba años evitando nombrar.

Valeria bajó la mirada.

—Está bien —cedió por fin—. Pero hacemos esto a mi manera.

—Como siempre —sonrió Adrián.

✦✦✦

Horas más tarde, ambos estaban frente al edificio de la Fundación Horizonte. Una torre elegante, casi lujosa, con un logo que pretendía transmitir esperanza, pero que ahora, bajo la luz fría de los faroles, parecía una burla.

—No entres en calor —dijo él mientras revisaba la entrada—. Cámaras a la derecha, sensores de movimiento en el pasillo central.

Valeria deslizó una ganzúa especial entre sus dedos.

—Esto será rápido.

—Prométeme que no matarás a nadie —pidió Adrián, casi suplicando.

Ella arqueó una ceja.

—Prometo no matar a nadie… hoy.

—Valeria.

—Está bien, está bien. Solo incapacitación mínima. ¿Contento?

—No, pero es lo mejor que obtendré —resopló él.

La puerta cedió con un clic suave. Entraron en silencio, moviéndose como sombras entre sombras.

Pero apenas cruzaron el pasillo principal, un murmullo casi imperceptible llegó hasta los oídos de Valeria.

Un susurro.

Un susurro que parecía venir desde lo más hondo del edificio, como un eco antiguo que había esperado años para hablarle.

—¿Lo oíste? —preguntó Adrián, tensándose.

Valeria asintió.

—Ese sonido… —susurró—. Lo escuché cuando era niña. Mi padre decía que era “la voz de la noche”.

—¿Qué significa?

Ella tragó saliva.

—Que estamos más cerca de la verdad de lo que creía.

Avanzaron con cautela hasta llegar a la oficina principal. Adrián se preparó para forzar la cerradura, pero Valeria lo detuvo con la mano.

La puerta estaba entreabierta.

Dentro, una lámpara encendida iluminaba una figura sentada de espaldas. Un hombre alto, con el cabello grisáceo y la postura demasiado relajada para alguien que debía estar muerto.




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