Las luces del pasillo parpadeaban como si la electricidad misma quisiera escapar del caos que se avecinaba. El edificio entero parecía contener la respiración antes de estallar. El viento nocturno silbaba entre los cristales rotos mientras las sombras armadas avanzaban sin ocultar su presencia.
Valeria cargó su arma con un clic metálico que sonó como un juramento.
—¿Cuántos crees que son? —murmuró Adrián, ajustando su posición junto a ella.
—Suficientes para intentar que no salgamos vivos —respondió Valeria, asomándose apenas para calcular distancias.
Al otro lado, detrás del escritorio volcado que usaban como cobertura, Marco se acomodaba la pistola con una familiaridad inquietante.
—Cinco en el pasillo —dijo él, como quien describe el clima—. Puede que haya más en la escalera.
—Perfecto —murmuró Valeria con un brillo feroz—. Así no tengo que perseguirlos uno por uno.
Adrián le lanzó una mirada entre desesperada y resignada.
—¿Puedes no sonar tan satisfecha?
—¿Puedes no preocuparte tanto? —replicó, arqueando una ceja—. Me distraes.
Él negó con la cabeza, pero una sonrisa involuntaria se coló en sus labios.
—Siempre ha sido tu mejor talento: distraerme justo antes de que intenten matarnos.
—Y mira, seguimos vivos —dijo ella, guiñándole un ojo.
Un tercer disparo atravesó la pared a centímetros de la cabeza de Adrián, haciendo que ambos se agacharan al instante.
—Concentración —gruñó él.
—Siempre la tengo —respondió Valeria, aunque su sonrisa se desvaneció.
El momento había terminado.
Era hora de actuar.
EL PRIMER IMPACTO
Los pasos se acercaban—rápidos, coordinados, tácticos.
No eran matones comunes.
Eran soldados.
Pagados, entrenados y muy bien informados.
Valeria levantó tres dedos.
Adrián asintió.
Marco también.
Tres.
Dos.
Uno.
Valeria rodó hacia adelante primero.
—¡Ahora!
Un disparo certero suyo abrió la emboscada, impactando directamente en la mano del primer hombre, que soltó el arma con un grito. Adrián aprovechó para rematarlo con un golpe seco al cuello que lo dejó inconsciente.
El segundo guardia apuntó directo a la cabeza de Valeria, pero ella se lanzó hacia el suelo, deslizándose hacia él como un rayo oscuro. Le pateó la rodilla, quebrándosela con un crujido nauseabundo, y antes de que el hombre pudiera gritar, lo neutralizó de un golpe preciso en la sien.
Dos menos.
Marco, desde atrás, disparó con precisión quirúrgica, apoyado en una rodilla. Una bala atravesó el hombro del tercer atacante, enviándolo contra la pared.
—¿Desde cuándo eres tan… eficiente? —preguntó Adrián, con una mezcla de sorpresa e irritación.
—Desde antes de que nacieras, chico —respondió Marco sin apartar la vista del pasillo.
Pero quedaban más.
Valeria sintió el aire comprimirse.
Era la calma previa al siguiente impacto.
UN ENCUENTRO MUY CERCANO
Los últimos dos hombres se cubrieron detrás de una columna, disparando en ráfagas rápidas. Las balas saltaban a su alrededor, cortando el aire como dientes de metal.
Valeria hizo una señal a Adrián.
—Esquina derecha. Distracción.
—¿Y tú qué harás? —susurró él, temiendo la respuesta.
—Salvar tu vida. Como siempre.
Adrián bufó.
—Me estás diciendo eso demasiado seguido últimamente.
—Porque últimamente te metes en problemas demasiado seguido.
Adrián se preparó, respiró hondo y salió corriendo hacia la derecha, agachado. Los guardias lo siguieron con sus disparos.
En el instante exacto en que apartaron su mira, Valeria corrió por la izquierda como una sombra encarnada, impulsándose con fuerza contra la pared, elevándose lo suficiente para impulsarse en un salto que le dio el ángulo perfecto.
Uno.
Dos disparos precisos.
Ambos hombres cayeron.
Silencio.
Luego, un pitido tenue en los oídos de todos.
Adrián regresó, respirando con dificultad.
—¿Alguna vez te dije que tus acrobacias me van a matar? —preguntó.
—No. Pero deberías —respondió Valeria, revisando que no hubiera más atacantes.
Después de unos segundos, el pasillo quedó en calma.
Demasiado calma.
Marco se levantó y guardó el arma.
—Esto fue solo una prueba —dijo con gravedad—. Si Iván realmente quiere matarlos, mandará algo peor.
Valeria tensó la mandíbula.
—Que lo mande —espetó—. Llevo diecisiete años esperando esta oportunidad.
LA HUIDA
La alarma del edificio comenzó a sonar.
Alguien había llamado a la policía.
O Iván había activado un protocolo externo.
—Tenemos tres minutos antes de que esto se llene de autos azules —dijo Adrián, mirando por la ventana rota.
—Entonces movámonos —ordenó Valeria.
Pero Marco se quedó quieto.
Demasiado quieto.
—Ustedes deben irse por la escalera de incendios —dijo con voz firme—. Yo no puedo salir de aquí.
Valeria se giró.
—¿Qué estás diciendo? Vámonos.
Él negó con la cabeza.
—Si salgo contigo, Iván sabrá exactamente que estoy vivo… y los seguirá a ustedes. Yo soy el anzuelo. Ustedes son el objetivo real.
Adrián frunció el ceño.
—Eso no tiene sentido. Tú sabes más que nadie. Te necesitamos.
—Y por eso debo separarme —respondió Marco—. Para que sobrevivan lo suficiente para enfrentar a Iván.
Valeria dio un paso hacia él.
—No te quiero como mártir. Te quiero vivo. Tú sabes cosas que no nos has dicho.
Marco la miró con algo parecido a orgullo.
—Eres igual que tu padre. Terca. Impulsiva. Brillante.
Ella apretó los dientes, luchando contra la mezcla de emociones que hervían en su pecho.
—No te quedes —pidió, pero sonó más a orden que súplica.
Marco sonrió de lado.
—Nos volveremos a ver, pequeña. Cuando llegue el momento.
Editado: 10.12.2025