El susurro de la noche

Capitulo 27

El regreso desde la casa de Luciana fue un viaje silencioso.
Silencioso… pero no vacío.

Valeria miraba por la ventanilla sin realmente mirar nada. Las luces de la ciudad pasaban como líneas borrosas, reflejándose en sus ojos duros como obsidiana. No había lágrimas. No había temblor. No había colapso.

Había cálculo.
Había ira enfriada.
Había algo que se estaba recomponiendo dentro de ella… algo que llevaba años dormido.

El cuaderno de su padre descansaba sobre sus piernas. Era como cargar una bomba de tiempo. Un pedazo de historia capaz de romper el presente.

Damián conducía sin despegar los ojos del camino. Su atención estaba puesta en ella, incluso en los silencios.

Después de varios minutos, habló:

—Valeria… ¿estás respirando?

Ella no respondió.

—Solo quiero asegurarme de que no te hayas convertido en una estatua homicida —intentó bromear.

Valeria parpadeó despacio.

—Sí —susurró—. Estoy respirando. Solo… no sé cómo procesar esto.

Damián bajó un poco la velocidad.

—Podemos parar. Tomar aire. Pensar.

—No —dijo ella de inmediato—. Necesito llegar al loft. Necesito abrir este cuaderno y saber qué estaba pasando realmente. —Miró por la ventana—. Si es alguien de mi familia… necesito descubrir quién.

Damián apretó el volante.

—Lo haremos juntos.

Valeria asintió, pero siguió con la mirada perdida.

El loft. Noche cerrada.

Apenas entraron, Valeria dejó el cuaderno sobre la mesa con un golpe seco. Damián cerró la puerta tras ellos y activó el sistema de seguridad.

Ella se quedó de pie frente al cuaderno como si pudiera quemarla.
O como si pudiera hablarle.

—Valeria… —Damián se acercó—. Podemos tomarnos un minuto.

—No —repitió ella con voz fría—. No voy a esconderme de la verdad. No más.

Abrió el cuaderno.
Las hojas olían a papel viejo y tinta.
A memoria.
A sangre.

En la primera página había una frase manuscrita por su padre:

“Si lees esto, Valeria, significa que ya no estoy.”

Ella inhaló lentamente, pero siguió leyendo.

“Siempre supe que mi muerte vendría de alguien cercano. No de mis enemigos… sino de mi propio círculo. El cáncer más mortífero siempre crece desde adentro.”

Valeria sintió que algo punzante se alojaba en su pecho.

—Dios… —susurró.

Damián apoyó una mano en su espalda. No intentaba consolarla, solo anclarla.

Ella pasó la página.

Había listas. Fechas. Movimientos financieros. Registros de reuniones clandestinas. Notas en márgenes con letra rápida. Retazos de conversaciones.

Y nombres.

Muchos nombres.

—Mierda… —murmuró Damián—. ¿Cuántos están involucrados?

—Demasiados —respondió ella con voz baja—. Esto no es solo una organización. Es una red. Y mi padre estaba intentando mapearla antes de morir.

Valeria siguió leyendo, devorando la información. Cada nombre era una puñalada. Cada flecha, una conexión venenosa. Cada fecha, una amenaza.

Hasta que llegó a una página que la hizo detenerse en seco.

—¿Qué pasa? —preguntó Damián acercándose.

Valeria señaló una línea.
Una línea subrayada tres veces.

“Valeria debe desaparecer antes de que herede lo que no debe saber.”

Su respiración se cortó.

No era un comentario.
Era una orden.

Damián miró el nombre estampado debajo.

Y su expresión cambió.

—Valeria…

Ella apretó la mandíbula.

—Ese… —dijo con la voz quebrándose levemente—. Ese es el nombre de mi tío. El hermano menor de mi padre.

Damián frunció el ceño.

—El que se mudó a Europa hace años, ¿no?

—Sí… —Valeria apretó los puños—. El que siempre fue “demasiado ocupado” para visitarme en el orfanato. El que nunca mandó cartas. El que no llamó ni una vez cuando cumplí diez años.

—¿Estás diciendo que él intentó…?

—Sí. —Las palabras salieron duras, tajantes—. Mi propio tío ordenó mi muerte.

Golpeó la mesa.

El cuaderno tembló.

Valeria cerró los ojos un momento, conteniendo una tormenta interna.

—Quería la herencia de mi padre —continuó—. Quería tener el control del clan. Pero mientras yo viviera… él no podía tomar el poder. Siempre lo supe. Siempre sospeché que algo no cuadraba. ¡Pero nunca pensé que él…!

Damián la tomó por los hombros.

—Valeria, mírame.

Ella levantó la mirada. Tenía los ojos brillantes, pero no de lágrimas.
De furia.
De una furia afilada, casi peligrosa.

Damián habló despacio:

—Vas a vengarte. Lo sé. Pero no puedes hacerlo sin estrategia. Él ya intentó matarte una vez. Lo hará otra vez si se entera de que lo descubriste.

Valeria respiró hondo.

—No voy a hacer nada impulsivo. —Mentira. Ella siempre hacía algo impulsivo. Pero continuó:— Primero necesito saber todo lo que mi padre descubrió. Cada movimiento. Cada página.

—Entonces sigamos leyendo —propuso Damián.

Pero antes de que pudieran pasar la página siguiente…

Un ruido seco sonó contra la ventana.

Damián se tensó al instante.

Un segundo ruido.
Más fuerte.
Cristales vibrando.

Valeria se levantó de inmediato.

—¿Qué fue eso?

Damián sacó su arma.

—No te muevas. Aléjate de la ventana.

Ella retrocedió. Él se acercó con sigilo, arma en mano.

El tercer ruido fue diferente.

Un silbido.

Y luego un impacto.

El vidrio estalló en mil fragmentos.

—¡Al suelo! —gritó Damián, empujando a Valeria detrás del sofá.

Una bala atravesó el marco de la ventana y se incrustó en la pared.

Valeria sintió la adrenalina dispararse como una descarga eléctrica.

—¡Están aquí! —exclamó.

—¡No, están lejos! —Damián se asomó apenas, evaluando—. Francotirador. Tiro preciso. Distancia larga. Esto no es un ataque… es un mensaje.




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