La luna estaba suspendida sobre el puerto como un ojo vigilante, redondo y frío. El agua oscura se movía con lentitud, golpeando los pilares podridos del muelle abandonado. Nada se escuchaba, excepto el crujido de la madera húmeda y algún animal nocturno que se escabullía entre los contenedores oxidados.
Valeria y Damián avanzaron en silencio absoluto, como dos sombras entre sombras. Sus máscaras negras ocultaban sus rostros; sus pasos no producían sonido. Nadie hubiera podido decir que allí caminaban dos seres humanos. Parecían espectros.
El aire se volvía más pesado con cada metro que descendían por el muelle.
A pocos metros del punto señalado, Valeria levantó la mano y Damián se detuvo.
Ella cerró los ojos un segundo, afinando cada sentido.
Algo estaba fuera de lugar.
Demasiado silencio.
Ese silencio que su padre le enseñó a escuchar.
Ese silencio que habla.
—Hay alguien —susurró.
Damián asintió apenas.
No sacaron las armas todavía. No debían mostrar miedo.
El hombre bajo la luz
Una lámpara vieja, colgante, tembló con una ráfaga de viento y arrojó un círculo tenue de luz en el extremo del muelle.
Y ahí estaba.
Una figura sola.
Con manos visibles.
Sin arma aparente.
Con el rostro descubierto.
Adrian.
Valeria sintió que el corazón se le paralizaba.
No era un Adrian cualquiera.
No el niño que corrió con ella por el jardín.
No el joven que la buscó en aquel orfanato con desesperación.
No el amigo que había intentado protegerla desde lejos.
Era otro.
Su postura era recta.
Fría.
Elegante.
Casi calculada.
Y en sus ojos… no había sorpresa.
Había reconocimiento.
Como si la hubiera estado esperando toda su vida.
Valeria dio un paso adelante.
—Adrian.
Él sonrió despacio. Lento. Demasiado lento.
—Valeria… —dijo con voz suave—. Pensé que no vendrías.
—Sabes que lo haría —respondió ella sin quitarse la máscara.
Damián avanzó un poco, situándose a su lado.
Adrian lo miró un instante y soltó una risita.
—Ah… el protector. Siempre tan… predecible.
La mandíbula de Damián se tensó.
—Dime qué quieres —dijo Valeria, ignorando la provocación.
Adrian ladeó la cabeza.
—Pensé que eso era obvio. Quería verte. Sin asesinos ni policías. Solo tú.
—Dispararon contra mí hace unas horas —replicó ella—. ¿Eso también era parte de verte “solo yo”?
Adrian suspiró, como si ella fuera una niña que no entendía un juego demasiado complejo.
—No fui yo quien te disparó.
—Pero sabes quién fue.
—Por supuesto.
Damián dio un paso más al frente.
—Habla o te callo yo.
Adrian sonrió.
—Ah, Damián. Tan impulsivo. Tan… emocional. No entiendo cómo Valeria te soporta.
Damián levantó el arma.
El aire se congeló.
—No —dijo Valeria, sujetándole el brazo antes de que hiciera algo que no pudieran revertir.
Él bajó el arma medio centímetro. Nada más.
“Controlado” era un término relativo con él.
La verdad empieza a salir
Valeria dio dos pasos más, acercándose a Adrian.
Los ojos de él siguieron sus movimientos con una mezcla inquietante de cariño y cálculo.
—Dime por qué estás en el Cónclave —exigió ella.
Adrian levantó una ceja.
—Vamos… no pensé que fueras tan directa.
—No estoy aquí para jugar.
Él la observó con más cuidado.
—No estoy con ellos, Valeria.
Ella sintió una oleada de confusión, ira, incredulidad.
—El nombre de tu familia aparece en el cuaderno de mi padre. Él te señaló. ¿Por qué lo haría?
Adrian suspiró, miró hacia el agua y luego volvió a mirarla.
—Porque mi padre sí era parte —dijo finalmente—. Yo no.
Valeria sintió un golpe en el pecho.
Tanto tiempo pensando en él como un traidor… y ahora…
—Tu padre Moretti —dijo ella lentamente—. Él murió el mismo día que el mío.
—Sí —respondió Adrian, con la voz cargada de un dolor que no fingía—. Los mataron por la misma razón. Por negarse a entregar algo al Cónclave. Algo que les pertenecía. Algo… que tú tienes ahora.
Valeria miró el cuaderno.
Damián endureció la mirada.
—Entonces, ¿por qué viniste? —preguntó Valeria, manteniendo distancia emocional aunque una parte de ella temblaba.
Adrian la miró como si fuera obvio.
—Para protegerte.
Damián soltó una carcajada sin humor.
—¿Protegerla? ¿Tú? ¿Desde cuándo?
Adrian clavó los ojos en él.
—Desde que tenía diez años, Moretti junior fue entrenado para obedecer —dijo—. Pero yo… desde niño, fui entrenado para elegir. Y siempre la elegí a ella.
Valeria sintió cómo la traición, la verdad, la nostalgia y el miedo se enredaban en su interior.
—Entonces dime qué quiere el Cónclave de mí —exigió.
Adrian respiró hondo.
—Quieren tu legitimidad. Tu nombre. Tu herencia. Quieren que seas la cara visible de su expansión. Una figura que inspire miedo… y obediencia. Quieren usar tu apellido para construir un imperio más grande del que tus padres alguna vez soñaron.
—No. —La palabra de Valeria cortó el aire—. No pienso ser parte de eso.
Adrian sonrió.
—Eso lo sé. Por eso te quieren muerta. Y por eso vengo a darte una advertencia.
Ella entrecerró los ojos.
—¿Cuál?
La traición se acerca
Adrian se acercó un paso, pero se detuvo antes de invadir su espacio.
Era respetuoso. Demasiado respetuoso para alguien que supuestamente era enemigo.
—Hay alguien más que te busca —dijo—. Alguien que está mucho más cerca que yo. Mucho más cerca… de él.
Señaló a Damián.
Él se tensó.
—¿Qué estás insinuando? —espetó.
—Que en tu organización —dijo Adrian— hay un topo.
Uno que lleva meses reportando cada paso que Valeria da.
La sangre de ambos se congeló.
Editado: 10.12.2025