El susurro de la noche

Capitulo 31

El sonido de la puerta cerrándose detrás de Valeria resonó en la sala como una campanada fúnebre. El silencio que dejó a su paso fue tan denso que Adrian sintió que podía cortarse con un cuchillo. Se quedó allí, de pie, con los puños cerrados, sin moverse, sin pestañear siquiera, como si el más mínimo movimiento pudiera desatar una grieta irreparable.

Había cometido un error.
No… varios.

Pero no podía evitar sentir que Valeria estaba huyendo no de él, sino de algo dentro de sí misma, algo que él había logrado tocar demasiado rápido, demasiado profundo.

—Mierda… —murmuró, llevándose una mano al rostro.

La habitación aún olía a ella.

Esa mezcla de perfume suave con algo más oscuro, casi eléctrico, que siempre lo enloquecía. Algo que no sabía si era su aroma natural o la forma en que su presencia alteraba todo lo que tocaba.

El silencio empezó a pesarle, así que se movió. Caminó hacia la ventana y la abrió de golpe. El aire nocturno entró como un azote frío. Igual no bastó para aclararle la mente.

La frase seguía ahí, clavada:

"No quiero enamorarme."

Como si fuese una amenaza. Como si amar fuera un pecado.

Como si él fuera peligroso.

Adrian dejó escapar una carcajada seca.
Peligroso era ella.

Y él lo sabía mejor que nadie.

Valeria bajó las escaleras del edificio como si huyera de un incendio.

Sentía la respiración desordenada, el pulso acelerado, los pasos tambaleantes. Era absurdo. Había enfrentado hombres armados sin pestañear, había visto morir personas sin quebrarse, había sido la sombra en cientos de muertes que jamás se vincularían con ella.

Pero una conversación con Adrian Moretti…
Eso sí la había sacudido.

—Ridículo… —murmuró, intentando estabilizar su tono.

Ridículo que un beso, una mirada, una frase dicha con demasiada honestidad pudiera hacerla perder el control más que cualquier enemigo.

Cuando salió a la calle, el aire fresco no la calmó. Siguió caminando, rápido, sin rumbo fijo. Cada paso sonaba en su mente como si golpeara un recuerdo.

No quiero enamorarme.
Era la verdad. Era su advertencia. Era su salvavidas.

Y aun así…
El beso seguía ardiendo en sus labios.

—No puedo… —susurró para sí, casi con desesperación.

Enamorarse no era solo peligroso. Podría ser fatal. Para ambos.

Ella tenía sangre en las manos. Una vida construida en sombras, en secretos, en la promesa silenciosa de destruir a los responsables de la muerte de su padre. Una misión que estaba apenas comenzando a abrirse ante ella.

No tenía espacio para el amor. Mucho menos para uno como Adrian, que pertenecía al mismo mundo del que ella había escapado.

Aunque ahora era parte de ese mundo más que nunca.

Y como si el destino quisiera recordárselo, su teléfono vibró.

Un mensaje encriptado.
Corto.
Frío.
Directo.

“El Cuervo se mueve esta noche. Punto de encuentro: Hangar 3.”

Valeria sintió cómo su respiración cambiaba.
Una parte de ella—la más oscura, la más eficiente, la más peligrosa—despertó.

El Cuervo.
Uno de los nombres involucrados en la conspiración que había destruido a su familia.
Uno de los hilos más antiguos y difíciles de seguir.

Era una oportunidad que no podía desperdiciar.
Una que tal vez no volvería.

Pero entonces lo pensó.
¿Qué pasaba si Adrian descubría su doble vida?
¿Qué pasaría si él quedaba atrapado en medio de su venganza?

Sacudió la cabeza.

No.
No podía mezclarlo.
No podía permitirlo.

—Primero lo que importa —dijo en voz baja, firme, decidida.

Subió el cuello de su chaqueta, encendió el motor de la motocicleta que tenía oculta dos calles más abajo, y se lanzó a la noche.

Sus dudas quedaron atrás.
Sus emociones quedaron enterradas.

Solo quedó lo que ella realmente era.

La sombra.
El susurro.
La mano que limpiaría el pasado con sangre.

En el apartamento, Adrian decidió que ya había esperado suficiente.

Tomó su móvil, miró el registro de llamadas.
Su nombre brillaba en la pantalla.
La tentación era enorme.

¿La llamo? ¿La dejo? ¿La hago venir?

No supo en qué momento se convirtió en un hombre capaz de dudar.
Siempre había sido directo, decidido.

Pero Valeria…
Valeria desarmaba todo lo que creía inamovible.

Finalmente suspiró.
Dejó el móvil a un lado.

Pero algo lo inquietaba.
Una sensación que arrastraba desde que la vio irse.

Ella estaba luchando contra algo.
Contra sí misma.
Contra su pasado.

Contra él.

Tomó su abrigo.
No iba a quedarse sentado esperando.
Si había una mínima posibilidad de que ella necesitara su ayuda —aunque no lo admitiera jamás— él estaría allí.

Abrió la puerta.
La noche lo recibió con un silencio expectante.

Casi como si lo estuviera llamando.

El hangar 3 se alzaba al final del muelle, oscuro y casi abandonado.

Valeria se deslizó entre sombras con la precisión de un felino. Su traje negro se ajustaba a su cuerpo, su rostro oculto bajo una máscara que solo dejaba ver sus ojos.

El silencio estaba cargado.
Demasiado cargado.

Lo sintió antes de verlo:
Movimiento.
Dos hombres armados caminando hacia la entrada lateral.

No eran parte de la mafia conocida.
Ropa táctica.
Eficiencia.
Profesionales.

Valeria apretó los dientes.

El Cuervo no viaja ligero.

Se movió.
Rápida.
Precisa.

En cuestión de segundos, los dos hombres estaban en el suelo, inconscientes. Sin necesidad de matar. Todavía.

Avanzó al interior.

El hangar era enorme, iluminado por unas pocas luces industriales.
En el centro, varias cajas.
Cajas que llevaban un símbolo.




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