El motor del auto rugía mientras Adrian conducía a toda velocidad por la autopista costera. La luna iluminaba fragmentos de su rostro: la mandíbula apretada, los ojos calculadores, la respiración contenida. Era un hombre en alerta total.
Valeria estaba a su lado, en silencio absoluto. Pero no era un silencio vacío. Era un silencio peligroso. Uno que vibraba en el aire como un cable eléctrico a punto de romperse.
Sus manos aún sentían el calor del contacto con Adrian minutos antes, la presión de su frente contra la de él. Lo había sentido demasiado. Más de lo que debía. Más de lo que podía permitirse.
Él no debía tener ese poder sobre ella.
Y sin embargo…
El Cuervo.
La figura misteriosa entre los contenedores.
El mensaje final.
"El Cuervo nunca está solo."
Esa frase ardía en su mente.
La red era más grande.
Más profunda.
Más peligrosa.
Y ella lo sabía desde hacía años.
Solo que ahora, Adrian estaba dentro de ella.
Y eso lo cambiaba todo.
El refugio
Después de cuarenta minutos de viaje, Adrian dio un giro brusco hacia un camino de tierra que descendía en espiral hasta una zona boscosa. Árboles altos, troncos oscuros, un sendero casi invisible.
Valeria levantó la vista.
—¿Dónde estamos?
—Un refugio —respondió Adrian, sin quitar los ojos de la carretera—. Uno que nadie conoce. Ni mi familia. Ni tus enemigos.
Valeria lo analizó.
—O sea, un escondite secreto que no deberías mostrarme.
Adrian lanzó una sonrisa ladeada.
—Demasiado tarde para arrepentirme.
A ella casi se le escapa una sonrisa, pero la reprimió.
El vehículo se detuvo frente a una construcción de piedra, discreta pero sólida, perfectamente camuflada entre la vegetación. El tipo de lugar al que uno no llega por accidente.
Adrian apagó el motor.
—Estamos seguros aquí —dijo.
Valeria bajó del auto y el aire frío del bosque la golpeó de inmediato. Era un frío diferente al del muelle; este era más puro, más natural, menos cargado de recuerdos.
El lugar olía a pino, tierra húmeda y silencio.
Adrian abrió la puerta del refugio y entraron.
El interior era amplio, con paredes de madera oscura, una mesa larga de metal, varias pantallas apagadas, equipo táctico colgado, un sofá, y una chimenea apagada. Era un refugio… pero también un centro de operaciones.
Valeria lo observó.
—Hablam—le dijo sin rodeos—. ¿Para quién trabajas realmente, Adrian?
Él se detuvo, sorprendido.
—¿En serio estamos con eso?
—Sí —respondió ella, cruzándose de brazos—. Nadie tiene un lugar como este sin una razón.
Adrian suspiró y se acercó lentamente a la mesa.
—Lo construí yo —confesó—. Cuando era más joven. Cuando… quería alejarme de mi familia. Quería un lugar donde pudiera pensar sin tener a diez hombres informando cada uno de mis movimientos.
Ella lo observaba con atención.
—¿Pensar en qué?
Adrian la miró directo a los ojos.
—En cómo no convertirme en mi padre.
Valeria abrió ligeramente los labios.
No esperaba una respuesta tan honesta.
Tan cruda.
—No soy perfecto —continuó él, acercándose un poco más—. Pero tampoco soy un peón de la mafia. No soy un asesino. Ni un líder. No aún.
Ella frunció el ceño.
—¿Y qué eres, entonces?
Adrian respiró hondo.
—Alguien que está cansado de dejar que otros decidan por él. Y desde que volviste… —bajó la mirada un segundo, como si eso le costara— …desde que volviste, siento que tengo algo por lo que vale la pena pelear.
Valeria sintió un nudo en la garganta.
No quería sentir eso.
No ahora.
No cuando todo estaba a punto de estallar.
Ella cambió el tema de inmediato.
—Tenemos cajas que analizar —dijo.
Él sonrió apenas.
—Claro. Vayamos a lo importante.
Las cajas
En la mesa, Adrian colocó una de las cajas que habían logrado sacar del hangar antes de escapar. Era metálica, con el símbolo del cuervo tallado en la tapa. Valeria pasó los dedos sobre él.
—Este símbolo… no es reciente.
—¿Qué significa? —preguntó Adrian.
Valeria inhaló lentamente.
—Mi padre tenía un archivo antiguo. Cartas, contratos, nombres. Una red llamada El Ala Negra. Era un grupo clandestino que operaba por fuera de la mafia tradicional. Más discreto, más letal. Sin reglas. Sin códigos. Sólo objetivos.
Adrian abrió la caja con una herramienta especial. El chasquido metálico resonó en la habitación con una tensión helada.
Dentro había carpetas, dispositivos de memoria, fotografías, y un cuaderno con letras escritas a mano.
Valeria tomó el cuaderno y lo abrió.
Sus ojos se oscurecieron.
—Es su letra —susurró—. Es la letra de mi padre.
Adrian la miró sorprendido.
—¿Estás segura?
—La reconocería aunque me quedara ciega —respondió ella.
Pasó las páginas con delicadeza, casi con miedo. En ellas aparecían listas de nombres, esquemas, flechas conectando personas con fechas, fechas con lugares.
Pero había un nombre que se repetía varias veces.
El Cuervo.
Cada vez rodeado por un círculo.
Cada vez con flechas que apuntaban a palabras como:
"Infiltrado"
"Traidor"
"Operando desde dentro"
Valeria apretó el cuaderno con fuerza.
—Mi padre sabía que alguien de su círculo lo estaba traicionando —murmuró—. Sabía que alguien estaba filtrando información. Pero no sabía quién era… hasta que fue demasiado tarde.
Adrian se acercó a ella, miró las páginas por encima del hombro.
—¿Estás diciendo que El Cuervo era parte de tu familia?
Valeria negó con la cabeza.
—No exactamente. Era parte de la red cercana. Alguien que mi padre protegió. Alguien en quien confiaba.
Cerró el cuaderno.
Editado: 10.12.2025