El nombre seguía escrito en esa hoja como una herida abierta.
Uno que Valeria apenas podía pronunciar.
Uno que Adrian se negaba a aceptar.
La bóveda estaba completamente en silencio.
El tipo de silencio que corta la respiración.
El tipo de silencio que precede a un terremoto.
Valeria bajó la mirada otra vez hacia el papel, como esperando que el nombre desapareciera por arte de magia.
Pero seguía allí.
Con tinta negra.
Subrayado tres veces.
“Lorenzo Blackwell.”
El padre de Adrian.
El impacto
Adrian dio un paso atrás, como si alguien lo hubiera golpeado en el pecho. El color desapareció de su rostro. La expresión, por primera vez en años, se desmoronó.
—Eso es imposible —murmuró—. Mi padre… él no…
Valeria levantó la mirada. Había visto esa misma reacción en muchas personas: negación, incredulidad, dolor. Era el reflejo automático de quien ve su mundo derrumbarse.
—Adrian —intentó decir ella con voz suave—. Esto no significa que él…
—NO —interrumpió él, alejándose más—. Mi padre jamás habría hecho algo así. Era duro, sí. Frío. Incluso cruel cuando tenía que serlo. Pero traicionar a un aliado tan cercano… ¡asesinar a un hombre con el que llevaba años trabajando! ¡Y poner en riesgo a una niña!
El eco de su voz rebotó por toda la bóveda.
Valeria apenas lo respiró.
—Sé que es difícil —susurró—. Pero mi padre escribió esto antes de morir. Y jamás habría inventado algo así.
Adrian apretó los puños.
Los nudillos se le pusieron blancos.
—O quizás tu padre se equivocó —dijo él con un tono grave—. Tal vez lo engañaron. Lo manipularon. Lo hicieron creer que Lorenzo estaba involucrado. ¡El Cuervo es un maestro en eso! Podría haber falsificado pruebas.
Valeria tragó saliva.
Había esperado esa reacción.
La entendía.
Pero sabía que la verdad era mucho más oscura que un simple engaño.
—Hay más —murmuró ella, abriendo otras páginas del expediente.
Adrian cerró los ojos un segundo, como si necesitara estabilidad para no partir algo en dos.
—¿Más? —preguntó con voz áspera.
Valeria asintió.
—Aquí hay registros de transferencias bancarias a cuentas fantasma… que llevan años vinculadas a operaciones clandestinas. Y todas coinciden con movimientos de la familia Blackwell.
Adrian sintió un vacío en el estómago.
—Mi familia maneja cientos de cuentas. No significa nada.
Valeria continuó:
—Hay mensajes interceptados. Fechas. Informes de reuniones. Todo apunta a que tu padre tuvo al menos seis encuentros secretos con el infiltrado de mi padre antes del ataque.
Adrian negó con la cabeza.
—No lo creo. No puedo.
Valeria cerró el expediente y lo miró fijamente.
—Tienes que considerarlo, Adrian.
Él levantó la mirada. Y sus ojos… estaban divididos.
Entre la rabia, el miedo, el dolor, y algo más profundo: lealtad.
—Mi padre es todo lo que me queda —respondió él con voz ronca—. No puedo simplemente… aceptar que esté involucrado en la muerte del tuyo. No sin pruebas irrefutables.
—Esto son pruebas —respondió ella.
—Son papeles —corrigió él—. ¿Dónde está el video? ¿La grabación? ¿La confesión? ¡Mi padre nunca haría una alianza con ese monstruo!
Valeria respiró hondo.
—Tu padre y el mío… nunca se llevaron bien. Todos lo sabían. Eran rivales, Adrian. Rivales con intereses opuestos. Con egos gigantescos. Ambos querían dominar el sector este.
Adrian apretó los dientes.
—¿Insinúas que mi padre mató al tuyo por poder?
Valeria bajó la mirada.
—Estoy diciendo que para alguien ambicioso, eliminar a un oponente… es una decisión lógica.
El silencio que siguió fue tan intenso que parecía tener peso.
Adrian dio media vuelta y se alejó un par de pasos.
Pasó una mano por su cabello, respirando hondo, temblando de ira.
—Si esto es cierto… —murmuró—. Si él realmente tuvo algo que ver… Valeria, no sé qué haré.
Valeria se acercó lentamente.
—No tienes que decidir ahora.
—Sí tengo —respondió, girándose hacia ella—. Porque si mi padre hizo esto… entonces llevo toda la vida defendiendo a un asesino. Confiando en él. Luchando por él.
Sus ojos se humedecieron, aunque no derramó lágrimas.
Adrian Blackwell no lloraba.
Nunca.
Pero estaba al borde.
Valeria sintió un pinchazo en el corazón.
No quería verlo así.
No por su culpa.
No por su pasado.
Ella se acercó un paso.
—No estás solo —le dijo.
Adrian levantó la cabeza.
—¿Y tú? —preguntó con amargura—. ¿Estás lista para aceptar que la familia que me crió puede haber destruido la tuya?
Ella tragó saliva.
—No. Pero lo haré si es la verdad.
Adrian apretó la mandíbula.
—Yo también.
El hallazgo adicional
Valeria abrió la caja nuevamente, revisando los últimos documentos. Había una tarjeta metálica, fina, con un código de barras y un sello dorado.
Adrian la tomó.
—¿Qué es esto?
Valeria lo reconoció al instante.
—Una credencial de acceso… para la Fortaleza Blackwell.
Adrian se congeló.
—Es una credencial oficial. Para entrar a las salas de reuniones de alto nivel…
Valeria asintió.
—Mi padre tenía una copia de una tarjeta que solo alguien muy cercano a tu familia podría haber perdido. O entregado.
—¿Quieres decir que uno de los hombres que trabajó con tu padre… entró en nuestra casa? —preguntó Adrian, horrorizado.
—Sí. Y lo hizo muchas veces.
Adrian sintió la traición como un veneno quemándole el pecho.
—Esto va más allá de nuestros padres —dijo él con voz grave—. Esto es una conspiración que lleva años ocultándose.
Valeria asintió.
—Y apenas estamos viendo la superficie.
El momento decisivo
Adrian la miró entonces, con una intensidad que la obligó a detenerse.
Editado: 10.12.2025