El susurro de la noche

Capitulo 37

El auto avanzaba por la carretera privada que conducía a la Fortaleza Blackwell, una mansión inmensa construida sobre una colina, rodeada de altos muros, cámaras, sensores térmicos y guardias armados. No era una simple casa: era un símbolo.
Un aviso al mundo.
Un recordatorio de quién mandaba.

Valeria miraba la estructura con los labios apretados. Nunca la había visto tan de cerca. Sabía de su existencia desde niña, cuando escuchaba a su padre hablar de los Blackwell como aliados incómodos y rivales inevitables. Pero verla… sentir su presencia… era otra cosa.

Adrian conducía en silencio.
Su rostro era una máscara.
Piedra pura.
Pero sus manos tensas en el volante lo delataban.

Valeria lo observó un momento.

—Si en algún momento quieres detener esto…

—No quiero —interrumpió él, sin mirarla.

Valeria asintió.

Adrian tragó aire.

—He pasado toda mi vida creyendo que mi padre era un líder duro pero justo. Si algo de lo que dice ese archivo es verdad… merezco saberlo. Y él… él tendrá que enfrentarlo.

La frase quedó suspendida en el aire.
Fría.
Final.

La entrada

El portón principal se abrió cuando los sensores detectaron la matrícula del coche. Dos guardias armados se acercaron de inmediato.

—Señor Blackwell —saludó uno—, no lo esperábamos tan temprano. ¿Desea que alertemos al jefe?

—No —respondió Adrian con un tono firme—. Entraremos directamente.

El guardia notó la presencia de Valeria, pero no dijo nada.
No podían cuestionar a un Blackwell.

Mientras el auto avanzaba por el camino empedrado, Valeria sintió la presión del entorno cerrarse sobre ella. Ese lugar tenía un aire sofocante… como si vigilara cada movimiento, cada respiración.

—No te separes de mí —advirtió Adrian.

—No tenía pensado hacerlo —respondió ella.

El vestíbulo

La puerta principal se abrió y los recibió un mayordomo impecablemente vestido.

—Señor Adrian, qué sorpresa verlo. Su padre está terminando una reunión.

—Lo sé —respondió Adrian, caminando directo hacia el interior—. No espero invitación. Solo quiero hablar con él.

El mayordomo asintió, nervioso.
Valeria lo notó: algo no cuadraba.
Había tensión.
Había miedo.

La mansión estaba silenciosa. Demasiado silenciosa.

—Tu casa parece un mausoleo —susurró Valeria.

—Siempre es así —respondió Adrian sin humor—. Bienvenida a la familia.

Camino al despacho

Recorrieron pasillos amplios llenos de cuadros de antepasados Blackwell. Todos serios, fríos, orgullosos. Era como caminar entre jueces muertos.

Adrian apretó los dientes.

—Mi padre siempre decía que una familia es tan poderosa como su legado —comentó.

Valeria levantó una ceja.

—Suena a excusa para justificar crímenes bonitos.

Adrian soltó una risa corta, sin alegría.

—Tienes más razón de la que crees.

Se detuvieron frente a una puerta doble, de madera oscura.
El despacho.

Adrian levantó la mano para tocar, pero antes de hacerlo oyó voces dentro.

Dos hombres conversaban.
Uno era la voz firme, fría e inconfundible de Lorenzo Blackwell.
El otro no lo reconocieron de inmediato.

—…te lo dije —decía Lorenzo—. Si seguimos con esto, todo caerá.

—No podemos detenernos ahora —respondió la otra voz—. El Cuervo ya está moviendo sus piezas. Si frenamos, él actuará.

Valeria sintió un nudo en el estómago.

Adrian palideció.

—¿Él está… hablando con alguien sobre El Cuervo? —susurró.

—Y suena como si fueran aliados —dijo Valeria.

El pulso de Adrian se aceleró.

—No puede ser… no puede ser…

Valeria puso una mano sobre su muñeca.

—Adrian… escúchame. No importa lo que encontremos detrás de esa puerta. Estoy contigo.

Él cerró los ojos un segundo.

—Entonces vamos —susurró.

Y abrió las puertas.

El encuentro

El despacho era enorme, con paredes de madera oscura, una chimenea apagada, un mapa antiguo del país y un escritorio macizo detrás del cual estaba sentado Lorenzo Blackwell, un hombre de rostro afilado, ojos helados, y cabello gris perfectamente peinado.

A su lado, un hombre vestido con traje oscuro giró la cabeza sorprendido. Valeria lo reconoció al instante: Dante Rowe, uno de los estrategas políticos más influyentes del país… y amigo cercano de Lorenzo.

Lorenzo entrecerró los ojos.

—Adrian —dijo con voz suave pero peligrosa—. Qué agradable sorpresa. Y veo que traes compañía.

Valeria mantuvo la barbilla en alto.

Adrian cerró la puerta detrás de ellos.

—Tenemos que hablar —dijo él, sin temor.

Lorenzo ladeó la cabeza.

—¿Acaso olvidaste cómo se pide permiso?

—Olvidé muchas cosas —respondió Adrian—. Pero ahora estoy recordando lo importante.

Lorenzo lo evaluó.
Su mirada era afilada, calculadora… y ligeramente impaciente.

—Si estás aquí, significa que algo ha sucedido. ¿Qué buscas?

Adrian respiró hondo.

—La verdad.

Lorenzo levantó una ceja.

—La verdad es un lujo para los débiles, hijo.

Valeria dio un paso al frente.

—Entonces espero que esté listo para mostrarse débil.

Los ojos de Lorenzo se clavaron en ella.

Adrian la protegió instintivamente, avanzando medio paso.

—Padre —dijo—. Encontramos documentos.
Documentos de la época de la muerte de Valerio Montenegro.

El ambiente cambió de inmediato.
Lorenzo se quedó inmóvil.

—¿Qué documentos? —preguntó con tono bajo.

Adrian sacó parte del expediente de la mochila. No todo. Solo lo suficiente.

—Estos.

Lorenzo extendió la mano, pero Adrian no se los entregó.

—Primero respóndeme algo —pidió Adrian—. ¿Tuviste algo que ver con la caída de la familia Montenegro?




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