El susurro de las estrellas ©

En un minuto

Muchas cosas pueden suceder en un minuto, por ejemplo, puede estar naciendo un bebe en algún lugar del mundo, o quizás puede estar muriendo algún anciano.

Tal vez hay un niño llorando y un perro vagando por las calles en un barrio de mala muerte. 
Daniela caminaba como siempre por las calles, tranquila, orgullosa, siempre punta tacón. Se había cortado el dedo varias horas antes, con un pincho que había en su escritorio, quizás no se hubiera pinchado si no fuera tan distraída, pero lamentablemente había tirado la caja de tachuelas al tratar de limpiar la mesa.

A lo mejor si no hubiera almorzado con su colega Alba, la mesa hubiera estado limpia, casi nunca comía en la oficina, estaba prohibido, pero justo ese día le tocó sacar más de cien copias y la impresora se había dañado, entonces le tocó esperar unas horas hasta que la revisaran y llegó tarde a almorzar.

Si no hubiera tenido que sacar tantas copias, pero unos días antes había estado demasiado relajada y se le había acumulado el trabajo. Su madre le dijo que no trabajara tanto porque era demasiado enfermiza y todo ese trabajo le iba a provocar estrés.

Quizás, solo quizás si Daniela no hubiera despertado tan tarde ese día, hubiera recordado que debía cargar de combustible su carro, pero tenía que tomar el transporte público y tratar de sobrevivir en la histeria. 
Daniela recorrió varios kilómetros en un bus destartalado lleno de gente sudorosa y unos cuantos sacos de quien sabe cuántos misterios, por tal razón detestaba viajar en el colectivo.

Afuera observó unos cuantos kilómetros adornados por casas cerradas e incluso abandonadas que enriquecían el negocio y unos cuantos disturbios que le llevaban a la quiebra. 
A las ocho en punto de la mañana traspasaba la puerta de vidrio en la agencia inmobiliaria donde trabajaba de promotora de ventas.

En segundos el tacón de su zapato había colapsado y estaba justo en el suelo dando un vistazo a la cerámica blanca y reluciente que acababan de trapear. 
Sus colegas se dieron prisa a socorrerla, pero no había manera de olvidar el tropezón y la manera rara en que había quedado estampada en el suelo, dicho asunto había permitido el hecho de que Alba la invitara a almorzar comida china, al señalarse en el reloj las doce del día Daniela no había terminado ni la tercera parte de su trabajo y decidió quedarse hasta muy tarde en la oficina.

Después de las seis se dio cuenta que el piquete que se había hecho en el meñique, no había dejado de sangrar, tomó su bolso rápidamente y salió. Todo estaba oscuro y ni un alma divisaba en la calle.

Caminó frenética buscando una farmacia para comprar una bandita que detuviera el sangrado, hacía frío y había olvidado ponerse su chaqueta. Cómo no iba a llamar la atención una mujer tan hermosa, de tez clara y labios carmesí, llevaba un vestido blanco de corte campana y tacones azules, con el pelo suelto y bolso de marca.

A lo lejos Daniela divisó una silueta oscura casi como espanto, pero estaba segura que ella también podría confundirse con uno así que siguió caminando, casi a zancadas. No había negocios abiertos, ni tiendas, ni un alma del más allá, decidió esperar el transporte en una caseta.

Se sentó un momento para buscar su celular en el bolso, pero al parecer lo había dejado olvidado y justo cuando levantó la cabeza para husmear en la calle vacía, se encontró con unos ojos oscuros y un rostro cubierto con un pasa montañas, una pistola apuntándole en su sien, no acababa de asustarla.

Si no hubiera permitido que alguno de los desafortunados acontecimientos del día pasaran entonces quizás, solo quizás nada de eso hubiera pasado, pero el futuro no se puede predecir de ninguna manera.

—¿Qué hace una linda señorita en la calle, cuando hay toque de queda? —dijo el hombre.

Daniela tomó una pequeña pizca de valor y salió de ella una frase que ni siquiera había pensado, seguramente el miedo la carcomía, pero igualmente jamás estuvo preparada para un momento como ese, quizás nadie lo estaba.

—Existir un minuto más... — respondió.

 




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