Lo conocí un día lluvioso del mes de Octubre, estaba sentada en la sala mirando la televisión a todo volumen; me aburría tanto la monotonía. Apagué el televisor y pensaba descargar el instagram para revisar las historias de fábula que tenía cada usuario, pero mi alma estaba de luto por un tal amor no correspondido. Mejor escribí un estado para eliminar lo que agobiaba mis días, unos minutos después ya tenía una respuesta.
Él fue quien contestó, él siempre estuvo para mí, para responder y de un momento a otro lo extrañé. No puedo afirmar qué me gustó primero, si fue su personalidad o fue que amaba cada texto suyo. Era euforia lo que me provocaba con cada respuesta y lo amé tan profundamente que mis días sin él se sentían melancólicos.
Quizá nunca había amado a nadie. Pero él era todo un prodigio, digno de ser descifrado. Pasamos horas y días intercambiando textos, intercambiando historias y trozos de alma que francamente nos conectaron de forma sincrónica.
Un año después me encontraba otra vez sentada en mi sala meditando que hubiese pasado si no lo hubiera conocido, un año después lo amaba más que antes y quizás él estaba a cientos de kilómetros de distancia. Y yo enamorada, pensando en su sonrisa, en su rostro, en su alma de ángel.
Pensé que la vida es injusta, que la distancia es corta cuando se ama fuerte y que los miedos son un impedimento para cualquier ser de la tierra. Como quisiera que los besos fueran un texto y los abrazos se dieran a través de una llamada, para acercarme al ser que me enseñó el amor, el amor en los tiempos del internet.