La observo atentamente como si no existiera otra más sublime, es hermosa, tiene los labios rosados pero desde hace tiempo he notado que no le agrada maquillarse; ella sabe que se ve bien incluso desnuda, tiene el rostro pálido pero su piel muy suave y cuando se ríe ilumina igual que cientos de estrellas, tiene la sonrisa grande…
Es callada y muy analítica, cuando alguien pasa de cerca ella nota cientos de detalles que yo no los vería ni con lupa; por eso es de pocos amigos, diría que los cuenta con los dedos de una mano y le sobran.
Se queda inerte frente al espejo y se observa con detenimiento, lleva puesto un vestido negro que marca su figura y creo que le preocupa por los años que carga, pero con todo yo la veo radiante, me mira desde el reflejo y se da cuenta que la estoy observando con mucho sigilo desde la esquina de la puerta.
—¿Me queda bien este vestido hija? —pregunta preocupada.
—Te queda perfecto —menciono—es más, tenía pensado ser como tú.