El susurro de las luciérnagas

Capítulo 5 — Lo que duerme bajo la casa

La tarde cayó rápido sobre Santa Elvira.

El cielo tenía un tono violeta y el lago reflejaba destellos como si en su fondo hubiera fuego.

Lucía regresó caminando, con las palabras de Tomás dándole vueltas en la cabeza.

“La última vez que se abrió, una niña desapareció en el sótano.”

Cada paso hacia la casa pesaba más.

Pero el miedo a no saber era peor que el miedo a lo que podría encontrar.

Cuando cruzó la puerta, el silencio la envolvió de nuevo.

El reloj ya no marcaba el tiempo.

Todo estaba quieto, demasiado quieto.

Encendió la linterna del celular y caminó hacia el pasillo.

La inscripción en la pared —“Gracias por volver”— seguía allí, pero ahora las letras parecían más secas, más oscuras, como si se hubieran grabado en la madera.

Lucía respiró hondo, empujó la puerta del sótano y comenzó a bajar.

Cada peldaño crujía bajo su peso.

El aire era espeso, húmedo, y olía a tierra mezclada con hierro.

Cuando llegó al final, enfocó la luz.

El sótano estaba lleno de cajas viejas, muebles cubiertos por sábanas y un baúl grande en el centro, cubierto de polvo.

Lucía se acercó despacio.

En la tapa del baúl, alguien había dibujado el mismo símbolo que su abuela llevaba en un medallón: un círculo con tres luciérnagas dentro.

Apoyó la mano sobre la madera.

Fría.

Vibrante.

El aire cambió.

Se escuchó un susurro, tan suave que parecía venir de su propio oído.

“Lucía…”

Retrocedió de golpe.

La linterna titiló.

El susurro se repitió, esta vez más cerca, más real.

“¿Nos extrañaste?”

El baúl se movió.

Solo un poco, apenas un temblor, pero suficiente para helarle la sangre.

Lucía se agachó, sin saber por qué lo hacía, y rozó el candado oxidado.

Estaba abierto.

La tapa se levantó sola, lenta, con un gemido que pareció salir de las paredes.

Dentro no había nada… al principio.

Solo oscuridad.

Pero cuando la linterna enfocó el fondo, vio algo que no debía estar ahí:

Un vestido infantil, del mismo color que el que ella usaba la noche del incendio.

Y, justo encima de la tela, una luciérnaga encendida.

Lucía la observó, paralizada.

La luz del insecto parpadeó tres veces… y se apagó.

De inmediato, todas las luces de la casa también se apagaron.

El reloj comenzó a marcar de nuevo, pero esta vez al revés.

Y una voz, más profunda, más antigua, susurró desde la oscuridad:

“No debiste volver, Lucía. Tú nos dejaste aquí.”



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En el texto hay: misterio, suspenso, terror

Editado: 15.10.2025

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