El video de Valeria Ferrer nunca debió salir a la luz.
Sin embargo, tres semanas después de su desaparición, alguien lo subió a internet.
Duraba exactamente trece minutos con trece segundos, y aunque la mayoría lo tomó como una historia falsa, algunos notaron detalles que no encajaban: el reflejo de una figura detrás de Valeria, los destellos verdes que seguían cada movimiento de la cámara… y esa última voz, demasiado nítida para provenir del viento.
El caso llegó a manos de Daniel Álvarez, un periodista del programa Misterios del Interior.
Su trabajo consistía en desacreditar leyendas rurales, pero cuando abrió el archivo, sintió algo que no había sentido nunca: miedo.
El video no tenía metadatos, no había ubicación, y lo más extraño…
cada vez que lo reproducía, la marca de tiempo cambiaba.
13:13.
13:14.
13:12.
Y así, en bucle.
Daniel decidió viajar a Santa Elvira.
El camino estaba cerrado, pero un anciano del pueblo vecino le indicó un sendero antiguo entre los pinos.
—Si sigue esa ruta, no mire atrás —le advirtió—. Aquí, las almas se iluminan para confundirte.
El periodista rió nervioso, creyendo que era una superstición más.
Tardó dos horas en llegar.
La niebla era tan espesa que el coche parecía avanzar dentro de un sueño. Cuando por fin vio el lago, el sol ya se escondía detrás de las montañas.
Dejó la cámara grabando sobre el capó y caminó hasta la orilla.
El agua estaba inmóvil, como si el tiempo no pasara ahí.
Entonces lo vio: un reflejo débil, casi imperceptible, como una sombra que respiraba debajo del espejo líquido.
—Lucía Ferrer… Valeria Ferrer… —dijo en voz baja, leyendo los nombres de su libreta—. Si hay alguien aquí, quiero entender qué pasó.
El viento cambió de dirección.
El olor a humedad se mezcló con un perfume dulce, familiar.
La cámara, sola sobre el coche, giró un poco, enfocando el lago por sí misma.
Daniel no lo notó.
Pero cuando revisó la grabación más tarde, vio claramente una silueta femenina detrás de él.
Avanzó unos pasos más.
El agua comenzó a agitarse, y entre las ondas, una voz emergió, clara, como si viniera desde abajo:
—No vuelvas a mirar…
Daniel se congeló.
El lago se iluminó con un resplandor verde, y cientos de luciérnagas surgieron del agua, girando a su alrededor como si lo invitaran a quedarse.
El sonido se distorsionó; el viento dejó de escucharse.
Solo el tic tac invisible de un reloj marcando las 11:13.
De repente, la cámara cayó al suelo.
La imagen mostró un segundo de claridad antes de oscurecerse:
Lucía y Valeria, de pie en el lago, tomadas de la mano, sus rostros vacíos, brillando desde dentro.
La transmisión terminó ahí.
Esa misma noche, el canal de Daniel publicó el video sin que nadie lo subiera.
Duraba 13:13.
Y al final, en letras blancas sobre fondo negro, podía leerse:
“El fuego no mata. Transforma.”
Editado: 15.10.2025