El susurro de las luciérnagas

Capítulo 12 — Entre la luz y la memoria

El aire estaba cargado, húmedo y denso, como si cada respiración de Daniel arrastrara siglos de recuerdos olvidados. Caminaba lentamente, siguiendo el túnel de luz que se abría frente a él entre los árboles del bosque, y cada paso parecía resonar en un eco que no era del mundo físico. A su alrededor, las luciérnagas flotaban en espirales, sus destellos verdes formando figuras que se parecían a personas, a niños, a sombras de vidas que alguna vez fueron. Cada luz parecía tener una voz propia, un susurro que pedía ser escuchado.

—Están atrapados… —murmuró Daniel, entendiendo por primera vez lo que las imágenes y los videos le habían mostrado—. Todas estas almas… nunca pudieron irse.

Las figuras comenzaron a acercarse, lentamente, formando un círculo perfecto. Sus rostros eran vagos, borrosos, pero transmitían emociones claras: miedo, tristeza, anhelo. Daniel extendió la mano hacia ellos y, por un instante, sintió que podía tocarlos. Sus dedos pasaron a través de una de las luces, pero un calor sutil recorrió su piel, como si el contacto hubiese despertado algo dormido.

De repente, las imágenes del pasado comenzaron a fluir ante sus ojos, más rápidas, más claras. Vio a Lucía y Valeria en el lago, los niños flotando sobre la carretera, el incendio que cambió todo, y las voces de aquellos que nunca habían vuelto a casa. Todo parecía formar un patrón, un hilo invisible que unía cada tragedia con las luces que ahora lo rodeaban.

—No todos los que se pierden mueren —susurró Lucía, su figura flotando entre las luces—. Algunos esperan a ser encontrados.

Daniel sintió una mezcla de miedo y responsabilidad. Comprendió que no estaba allí solo para observar. Estaba destinado a ser parte de este ciclo, a entender la historia de Santa Elvira y, quizás, a ayudar a cerrar el círculo que comenzó años atrás. Cada luciérnaga que giraba a su alrededor parecía medirlo, juzgarlo, evaluar si estaba preparado para lo que estaba por venir.

El bosque se iluminó de repente con una intensidad sobrenatural. Las luciérnagas ascendieron, formando figuras más sólidas: niños, mujeres, hombres… cada alma atrapada en luz, cada recuerdo vivo. Algunos se acercaron a Daniel, lo miraron con ojos que reflejaban siglos de espera, y aunque no podían hablar, sus emociones eran claras: anhelo, perdón, esperanza.

Daniel dio un paso adelante, y una corriente de viento lo rodeó. Sintió que el tiempo se doblaba sobre sí mismo; pasado, presente y futuro parecían entrelazarse en un instante eterno. Las luces comenzaron a girar más rápido, y las figuras a emitir un murmullo armonioso, un canto que no tenía palabras pero que resonaba directamente en su corazón.

—Si entiendes… si comprendes lo que somos, podrás ayudarnos —dijo Valeria, su voz firme, aunque etérea—. Cada una de estas luces es una memoria, una vida, un fragmento de lo que Santa Elvira no quiso soltar.

El círculo de luciérnagas se estrechó, y Daniel se encontró en el centro. Sintió un calor reconfortante que no había experimentado en años, y de repente supo que todas esas almas esperaban algo más que justicia o venganza. Esperaban ser liberadas, ser recordadas, volver a sentir que sus vidas importaban.

El tiempo parecía detenerse. Cada luz brillaba con intensidad, pulsando al ritmo de su corazón, y Daniel comprendió que la promesa que Lucía le había hecho a los niños —de no olvidarlos— también era ahora suya. La liberación aún no estaba completa, pero sabía que este era el primer paso: reconocer, recordar y aceptar que cada vida atrapada tenía un nombre, una historia, un derecho a regresar algún día.

—No teman —susurró, con la voz temblando pero decidida—. Algún día… todos volverán.

El viento sopló con fuerza, llevándose el murmullo del bosque, pero dejando la sensación de esperanza. Las luces descendieron un poco, envolviéndolo suavemente, como si lo protegieran. Daniel comprendió que había entrado en algo más grande que él mismo, en un ciclo de memoria, luz y vida que solo terminaría cuando la última alma fuese liberada.

Las figuras comenzaron a retirarse lentamente, ascendiendo hacia la copa de los árboles y desapareciendo entre la niebla. Daniel quedó solo, con el corazón acelerado, pero con una certeza: la historia de Santa Elvira no había terminado, y él ahora formaba parte de ella, con la promesa de que un día, todas esas almas atrapadas volverían a la vida, libres y completas.

El bosque quedó en silencio, solo interrumpido por el zumbido suave de las luciérnagas que aún flotaban, esperando.



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En el texto hay: misterio, suspenso, terror

Editado: 16.10.2025

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