El susurro de las luciérnagas

Capítulo 14 — Los diarios de la abuela

El aire dentro de la casa de Lucía estaba más pesado que nunca. Daniel entró por la puerta principal, sintiendo cada crujido del piso como si el pasado lo estuviera observando. La luz del atardecer se filtraba por las cortinas rotas, iluminando el polvo suspendido en el aire como pequeñas estrellas flotando en la habitación. Cada objeto parecía conservar la memoria de Lucía: la silla que ella se sentaba, la mesa de la cocina, las fotos desgastadas pegadas con cinta amarilla.

Se dirigió al escritorio de roble antiguo, donde la abuela de Lucía solía escribir. Allí, sobre una pila de papeles amarillentos, encontró un diario con la portada de cuero desgastado y un medallón clavado en el centro: el símbolo de las tres luciérnagas. Sus dedos temblaron mientras abría el diario. El olor a papel viejo y cera de vela lo envolvió.

“Si estás leyendo esto, significa que alguien tuvo el valor de regresar a Santa Elvira. Lo que guardamos aquí no es solo memoria… son vidas.”

Las palabras iniciales lo hicieron estremecer. Daniel se sentó, dejando la cámara grabando frente al escritorio. Pasó las páginas lentamente, descubriendo diagramas, dibujos de luciérnagas y notas que mezclaban magia ancestral con ciencia rudimentaria. Cada página hablaba de cómo la abuela de Lucía había intentado proteger a las almas atrapadas en el lago después del incendio, usando rituales que conectaban los elementos de la naturaleza con la luz.

Uno de los dibujos mostraba un círculo de piedras alrededor del lago, cada piedra marcada con símbolos que Daniel no reconocía, excepto uno: el mismo medallón de las tres luciérnagas que estaba en el diario. Al lado, una nota en letra pequeña decía:

“Para liberar lo que fue transformado por el fuego, primero debes entender cómo se guardó la memoria. El agua no olvida, la luz no miente, y el tiempo siempre observa.”

Daniel pasó la mano por la página y sintió un cosquilleo en la piel, como si las palabras mismas quisieran comunicarse con él. Siguió leyendo hasta encontrar un diario más pequeño, escondido entre las páginas del grande. Esta vez, la letra era más temblorosa, como si la abuela de Lucía hubiera escrito con miedo:

“El incendio no fue el final. Los niños… los dejé atrapados, pero no muertos. Sus almas se convirtieron en luciérnagas para que nunca fueran olvidados. Si alguien regresa, debe seguir las señales, leer cada símbolo y comprender que solo recordando con el corazón se puede liberar la luz.”

Daniel cerró los ojos. Todo empezaba a tener sentido: los reflejos en el lago, los videos de Lucía y Valeria, el baúl en el sótano, incluso la advertencia de Tomás. Cada fragmento de memoria estaba conectado, formando un camino que debía seguirse cuidadosamente.

Decidió seguir las instrucciones del diario y salió de la casa con las páginas bajo el brazo. La noche ya había caído, y el lago brillaba con el resplandor verde de las luciérnagas. Cada paso que daba sobre la arena húmeda parecía activar la luz. Las luciérnagas se movían en patrones que coincidían con los dibujos del diario: formaban círculos, líneas y espirales sobre el agua y el bosque circundante.

—Es como un mapa —susurró Daniel—. Cada luz marca un lugar… cada lugar tiene un propósito.

De repente, escuchó un murmullo detrás de él. Se giró y vio la silueta de Valeria flotando sobre el agua, rodeada de luciérnagas. Sus ojos brillaban desde dentro y parecía que podía ver directamente dentro del alma de Daniel.

—Cada diario es una pieza del rompecabezas —dijo Valeria—. La abuela dejó pistas para que alguien con valor y fe pueda completar lo que ella no pudo. Si fallamos, las luces nunca regresarán a la vida.

Daniel sintió una mezcla de miedo y determinación. La responsabilidad que pesaba sobre sus hombros era inmensa, pero también entendió algo vital: no podía apresurarse. Cada símbolo debía leerse, cada luz debía seguirse, y cada recuerdo debía reconocerse con respeto.

Se arrodilló frente al lago, abrió el diario y colocó la primera piedra que estaba marcada en los dibujos. Las luciérnagas comenzaron a agruparse alrededor de la piedra, formando un pequeño círculo luminoso. El agua vibró suavemente, y un susurro infantil, dulce y lejano, resonó entre los árboles:

—Gracias…

Daniel tragó saliva y se dio cuenta de que no estaba solo en esta tarea. Las almas de los niños, Lucía y Valeria lo observaban, esperando que cada paso lo acercara al momento en que podrían ser liberados. Pero todavía quedaba mucho por descubrir: los símbolos, los rituales, la conexión con el fuego… y la clave final para devolverles la vida.

Mientras la noche se extendía sobre Santa Elvira, Daniel supo que la liberación de esas almas no sería inmediata. Sería un camino largo, lleno de pruebas, recuerdos y decisiones que solo él podía tomar. Y aunque la luz de las luciérnagas iluminaba el lago, su verdadero brillo aún no había sido revelado.

El viento llevó un susurro más cerca:

—No todos los que esperan, olvidan. Y no todos los que recuerdan, pierden la esperanza.

Daniel respiró hondo y se preparó. La siguiente noche sería decisiva: los secretos de la abuela de Lucía estaban a punto de mostrarle el camino hacia la verdadera liberación.



#246 en Paranormal
#711 en Thriller
#274 en Suspenso

En el texto hay: misterio, suspenso, terror

Editado: 16.10.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.